Paso a Desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | Los Mártires de Tacubaya. Leonardo Márquez ordenó la matanza de los médicos.
Eran días violentos, era La Guerra de Reforma.
El 10 de abril de 1859, las tropas de Leonardo Márquez marcharon rumbo a Tacubaya, en la Ciudad de México.
La noticia la conocieron los liberales que sabían que enfrentarían un difícil combate.
Jóvenes estudiantes de medicina al ver el inminente choque, se ofrecieron como voluntarios para la atención de los heridos de ambos bandos.
El enfrentamiento se dio el 11 de abril.
El ejército de Leonardo Márquez era superior en número al de Santos Degollado. Éste al ver su derrota, ordenó la retirada de su ejército.
El triunfador en esa batalla, el general Leonardo Márquez, ejecutó a todos los oficiales y jefes liberales prisioneros.
Al escuchar los disparos, los médicos se negaron a abandonar a los heridos.
Minutos más tarde, el ejército conservador, separó violentamente a los estudiantes de sus pacientes. Leonardo Márquez -amparado en la orden ambigua- ordenó fusilar a los médicos.
Civiles que nada tenían que ver con el acontecimiento, también resultaron muertos durante esta masacre, dejando como resultado 53 personas fallecidas.
La francesa María Couture, quien también prestó asistencia a los heridos, intentó salvar la vida de los jóvenes médicos; a pesar de no alcanzar su objetivo, atendió las últimas peticiones de los sentenciados y guardo sus objetos personales para enviar a sus familias, aunque éstos le serían arrebatados por los soldados conservadores.
Esta matanza fue conocida no sólo a nivel nacional, sino también en todo el mundo.
Este día le valió a Leonardo Márquez el apodo de “El Tigre de Tacubaya” quien, al ser cuestionado por los excesos de violencia cometidos, argumentó para justificar sus actos, haber aplicado la Ley de Conspiraciones y mostró un documento firmado por el entonces presidente Miguel Miramón.
General en jefe del Ejército Nacional. — Excmo. Sr.: En la misma tarde de hoy, y bajo la más estrecha responsabilidad de V. E., mandará sean pasados por las armas todos los prisioneros de la clase de oficiales y jefes, dándome parte del número de los que les haya cabido esta suerte.
Márquez agregó posteriormente ante su crimen.
“Probado como queda que las ejecuciones no fueron obra mía, sino del presidente, pregunto, ¿qué culpa tuve de que así lo dispusiera? Si el jefe de la nación mandó aplicar la ley a los que se tomaron con las armas en la mano, ¿qué tenía yo que hacer en ello?»
Ese era el Tigre de Tacubaya, y esa fue una más de sus felonías.