Colaboraciones

Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | El panteón de San Fernando. Juárez, Miramón y Mejía

Cruzar sus puertas en introducirse a un silencio místico.

Es entrar al sitio del descanso eterno.

Es el panteón de San Fernando que abrió sus puertas en 1832 y fue cerrado en 1872.

En los primeros años de su funcionamiento fueron sepultados frailes fernandinos, y personas con solvencia económica.

A fines del siglo XVIII, el arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, entendió la necesidad de evitar las sepulturas dentro de los templos.

Fue una medida de sanidad para evitar contagios y enfermedades, por ello se determinó que los difuntos deberían de ser sepultados en cementerios alejados de las iglesias y las casas.

En 1833, dejó de ser un “cementerio privado”, el general Antonio López de Santa Anna decretó que todos los cementerios de la ciudad debían ser abiertos al público debido a una epidemia de cólera.

Sin embargo, el 31 de julio de 1859, el gobierno liberal de Juárez por sus leyes de Reforma, determinó la laicidad de los cementerios, por lo que todos los panteones del clero pasaban a ser propiedad del gobierno y cambió su nombre por el de Panteón de Hombres Ilustres.

A partir de ahí fueron sepultados grandes héroes y políticos como Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Comonfort e Ignacio Zaragoza.

Tiempo después un decreto del presidente Juárez ordenó la clausura de todos los cementerios que se hallaran dentro de los límites de la ciudad.

Solo que en 1872 se reabrió el panteón para el último entierro registrado, cuando el presidente Benito Juárez fue sepultado ahí.

Un dato curioso, existen dos tumbas de los enemigos de Benito Juárez, muy cerca de su mausoleo; una resguarda los restos de Tomás Mejía, y una vacía; la de  Miguel Miramón.

Luego del fusilamiento de ambos generales al lado de Maximiliano, cuando la  viuda de Miramón se enteró de que el cuerpo de su esposo estaría cercano al de Juárez, decidió que los restos de su marido descansara en la Catedral de Puebla, no toleró que compartiera camposanto con Benito Juárez, su enemigo.

Un dato curioso más. En un nicho está inscrito el nombre de Isadora Duncan, pero es sabido que la “madre de la danza moderna” no reposa ahí.

Henriette Sontang, primer intérprete del Himno Nacional Mexicano, fue contratada en 1854, e interpretó el himno frente a Santa Ana.

Días después la soprano enfermó y murió el 17 de junio de 1854 y fue enterrada en el Panteón de San Fernando, años después sus restos fueron repatriados a Alemania.

El Panteón de San Fernando, en la Ciudad de México, Historia viva.

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