Colaboraciones

Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | El fin de la Santa Inquisición en la Nueva España

La conquista de Tenochtitlan se debió a la fuerza de las armas.

Pero la conquista de la fe, fue más contundente, aunque tuvo un espacio de tiempo más amplio.

El primer paso para el logro de la conquista espiritual fue el anunciar el evangelio a los naturales de estas tierras.

El segundo, era que los que se opusieran y mantuvieran el politeísmo deberían de ser convencidos o castigados. La cruz o el azote.

Hernán Cortés era un aventurero con fe.

Su irrupción a San Juan de Ulúa aconteció el 22 de abril de 1519, un viernes santo, y de inmediato mandó instalar una cruz pidiendo al sacerdote Bartolomé de Olmedo realizara una misa.

Medio siglo después de la conquista armada, y ante la resistencia de los vencidos que no abrazaban la nueva religión, España, con el argumento de combatir la herejía, impuso la Santa Inquisición a estas tierras.

Se pidió al Arquitecto Pedro de Arrieta, oriundo de Real de Minas, Pachuca, la construcción de El Palacio de la Santa Inquisición.  La construcción inició en el año 1732 y se concluyó en 1736.

El edificio albergó a una de las más crueles instituciones de la fe y de la sociedad.

En 1571 se estableció el Tribunal del Santo Oficio.

Para ser víctima no se requería mucho, bastaba una denuncia anónima y el señalado era detenido por los inquisidores y se le mantenía prisionero en alguno de los 19 calabozos.

Los acusados –mujeres y hombres- sufrieron tormento físico y psicológico, la humillación y la degradación.

Desde la cárcel de la perpetua sacaban a los reos, con el ropaje san Benito, para ser quemados en el zócalo.

Estos abusos cesaron el 10 de junio de 1820.

Ese día en uno de los cuarteles se formó una cuadrilla al mando del capitán Pedro Llop.

Los soldados avanzaron hasta el temible edificio. Acto seguido un notario dio lectura al bando por el que se extinguía el Tribunal de la Fe.

El capitán Llop tocó tres veces a la puerta y nadie contestó. Sin obtener respuesta, encolerizado gritó: «»¡No abren! ¡Bala con ellos!»».

De inmediato los portones que se habían abierto ante la denuncia y el rumor, fueron abiertos por última vez.

El conserje, el carcelero y el cocinero del Santo Oficio se presentaron ante Pedro Llop para informarle que los inquisidores al escuchar al notario y el movimiento de tropas decidieron huir a través de la azotea del edificio. Así huyeron los “valientes defensores de la fe”

Desde entonces todas las personas respiraron con mayor tranquilidad y ya no escondieron su creencia y fe.

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