Paso a Desnivel | David Cárdenas | Ignacio Torres Adalid, el rey del pulque.
Ignacio Torres Adalid vestía de levita negra y sombrero de copa, amigo de los llamados “científicos” del gabinete de Porfirio Díaz, gozaba de la simpatía del propio Díaz Mori. Generoso con los trabajadores en su hacienda, San Miguel Ometusco, en Apan, Hidalgo y desarrollaba su vida social entre el Jockey Club y eventos de caridad, era conocido como “El rey del pulque”.
Llamaba a los magueyes “las vacas verdes” y por supuesto su hacienda era la que mejores sembradíos de maguey tenía y la producción del pulque lo convirtió en uno de los más prósperos surtidores de esta bebida de la capital del país.
La remodelación de la hacienda, la realizó por instrucciones de Torres Adalid, el arquitecto Antonio Rivas Mercado, constructor de la columna del Ángel de la Independencia. Por lo que no era extraño que la propia Antonieta Rivas Mercado acudiera a pasar algunas tardes en la monumental hacienda.
En la Ciudad de México existían reglamentariamente 817 pulquerías, Ignacio Torres era el proveedor de varias de ellas. Su fortuna estaba considerada en millones de pesos. En los litigios era duro, peleaba hasta el último centavo, los centavos los convertía en pesos para luego destinarlos a los huérfanos, enfermos y personas en desgracia.
Pero así como hay días buenos, hay temporadas malas, ante el destierro de Porfirio Díaz se inclinó por Victoriano Huerta y cuando éste fue exiliado, “El rey del pulque” decidió abandonar el país y emigrar a Cuba.
Su Hacienda fue transformada por la Revolución en un sangriento campo de batalla, por lo que tuvo que abandonarla en 1914 y nombrando albacea de sus bienes y su fundación de ayuda a los pobres, a su cuñado, Juan Rivas Mercado.
Los estragos de Revolución propiciaron la debacle de la Hacienda y que la fundación fuera empobreciendo. La Hacienda fue incautada para sufragar los gastos del gobierno constitucionalista y aún cuando se intentó reactivar en distintos momentos, ya no recobró el brillo de otros años.
Torres Adalid pasó sus últimos años en el hotel Campoamor de La Habana. Falleció el 23 de septiembre de 1914, a los 78 años de edad. Fue sepultado en el cementerio de Colón y posteriormente su sobrino Javier Torres Rivas lo sepultó en el Panteón Francés de la Piedad en la Ciudad de México junto con los restos de su esposa.
Ignacio Torres tuvo una notable contribución al desarrollo económico del país, lo que le mereció grandes reconocimientos. Hoy su Hacienda es un hotel para pasar gratos fines de semana.