OPINIÓN: El Partido Verde, ¿víctima o victimario?
14 abr 2015
Por Pablo Majluf
Nota del editor: Pablo Majluf es periodista y maestro en Comunicación por la Universidad de Sydney, Australia. Escribe sobre comunicación y cultura política. Es coordinador de información digital del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Las opiniones de Majluf son a título personal y no representan el criterio o los valores del CEEY. Síguelo en su cuenta de twitter @pablo_majluf
(CNNMéxico)— Unos 20 mil ciudadanos pidieron al Instituto Nacional Electoral (INE), a través de la plataforma change.org, cancelar el registro del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) de cara a las próximas elecciones federales; ¿la razón? Continuas violaciones a la ley electoral. El Instituto, por supuesto, no otorgará a los ciudadanos lo que piden –y no tendría por qué: la ley no estipula que un partido pierda su registro por peticiones ciudadanas. Sin embargo, la moción es una clara muestra de voluntad cívica materializada en demanda; una petición ciudadana legítima hecha a una institución que en teoría los representa para que reflexione sobre su laxa atención.
Aunado al cinismo, la respuesta que el Partido Verde dio a la petición exhibe un trastorno exclusivo de nuestra cultura política: el victimismo oportunista. Un torrente impúdico de propaganda sentimentalista pretende conmover nuestros corazones ni más ni menos que así: «Nos quieren cortar las alas –advierte el Verde con el ícono hueco del tucán– pero nosotros… seguiremos proponiendo». ¡Ay… pobrecitos!
Varias reflexiones: estoy convencido que en México pulula el victimismo como estrategia de extorsión. La conducta es evidente a toda luz, tanto en el macrocosmos público, como en el microcosmos privado: desde el viene-viene que pone cara de sacrificio sumiso para robarte unas monedas en vez de rallarte el coche, hasta los «líderes sociales» que usan a los pobres para obtener prebendas a cambio de no destruir una institución. Lobos vestidos de ovejas.
Otra es el martirismo conspiratorio. Acaso viene de un catolicismo perverso y encuentra su máxima expresión en el mesianismo lopezobradorista. Nótese que desde 2006, la moda dicta vestirse de Prometeo, colgarse indumentaria de héroe humanista lapidado por el poder y exigir lo inexigible, incluso el descrédito de una institución ciudadana (por ejemplo, precisamente la que precedió al INE). «Nos quieren cortar las alas», dice el partido Verde. ¡Hmmm!: ¿No os parece una clara insinuación a una suerte de compló? Una mano oscura con tijeras desalmadas intenta cortarle las alas de la libertad a nuestro indefenso e inocente tucancito. Y éste –no obstante los interminables embates– seguirá trabajando por México hasta reivindicarse como un Gran Tucán.
Este tipo de propaganda funciona por dos razones: la primera, una seria nulidad de la justicia objetiva. Con frecuencia, la justicia en México se resuelve con el corazón, no con la razón. Esto permite que, con el uso tergiversado de símbolos y mitologías convenientes, los justos pasen por pecadores y viceversa. La justicia en México es melodrama; por eso siempre hay que desconfiar de los héroes, villanos, proezas y noches tristes de la historia oficial.
La otra razón –acaso un cliché, que no por eso falsa– es la desconfianza. En su tratado clásico El perfil del hombre y la cultura en México, el filósofo michoacano Samuel Ramos, escribió: «La nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista es la desconfianza. Tal actitud es previa a todo contacto con los hombres y las cosas. Se presenta haya o no fundamento para tenerla. No es una desconfianza de principio […] Se trata de una desconfianza irracional que emana de lo más íntimo del ser. Es casi su sentido primordial de la vida. Aun cuando los hechos no lo justifiquen, no hay nada en el universo que el mexicano no vea y juzgue a través de su desconfianza. Es como una forma a priori de su sensibilidad».
La estrategia del Verde está diseñada para hacer resonar los tímpanos de la desconfianza… y más puntual: de la desconfianza en las instituciones. Y es que, a fin de cuentas, en este laberinto de mentiras que es la esfera pública en México, no es fácil distinguir entre víctima y victimario. Más aún: quizá todos seamos ambos, de modo que se vuelve casi imposible saber la verdad. Afortunadamente la desconfianza es una espada de doble filo: ahí donde los poderosos –ya sean políticos, empresarios, campesinos o viene-vienes– juegan a la víctima para sacar ventaja, ahí donde aparecen los falsos profetas, ahí es donde se vuelve práctico y necesario desconfiar.
Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Pablo Majluf.