No cesan ataques sexuales en CDMX
Ciudad de México, 17 de julio de 2017.- Un viernes de noviembre de 2016, Eva pensó que sería uno de los días más felices de su vida. Era su cumpleaños. Pero esa mañana no sabía a lo que se enfrentaría. Un compañero del trabajo la invitó a comer. La reservación era a las tres de la tarde. Todo fluyó con absoluta normalidad hasta que ella se levantó un momento para ir al sanitario. Esos son sus últimos recuerdos claros. Después todo se volvió borroso. Cuando abrió los ojos, estaba semi-recostada en el asiento delantero de una camioneta. Su cuerpo estaba totalmente desnudo. “Tengo destellos de intentar bajarme, pero no podía mantenerme en pie. Además el volvía a meterme al auto”, recuerda entre lágrimas. Ese fue el inicio de un calvario que lleva más de siete meses.
Ese fin de semana, Eva fue violentada más de una vez. La violó un “conocido”. La extorsionaron policías que la encontraron sin ropa en el vehículo. Y fue ignorada por las autoridades. Era su culpa por “no recordar”. Tres veces sintió que no valía nada. Todo en tan sólo un par de días.
El subregistro y la omisión de las fiscalías son los dos elementos principales que mantienen en la sombra la verdadera cifra de delitos sexuales en la capital. De 2013 a 2016 se abrieron 10 mil 58 carpetas por alguna agresión de este tipo. Todos los días siete mujeres son atacadas sexualmente en alguna de las calles de la Ciudad de México. En este periodo la estadística no ha logrado disminuir.
En una de cada cuatro de estas averiguaciones está registrada la violación de una capitalina. Una estadística de dos mil 366 violaciones de 2013 a 2016. Cada año, 592 mujeres, en promedio, pasaron por el tortuoso camino de presentar una denuncia por este delito. Las delegaciones Cuauhtémoc, Milpa Alta, Xochimilco, Tláhuac e Iztapalapa tienen las tasas más altas. En promedio, 67 mujeres de cada 100 mil que viven en estas demarcaciones, fueron violadas en esos años.
El 2015 fue el más crítico. Las cifras oficiales reportaron la violación de 711 féminas. Especialistas aseguran que la estadística se queda corta en comparación de la realidad. De cada cinco violaciones, sólo una se denuncia, asegura la organización Semáforo Delictivo.
El trato que las autoridades les dan a las víctimas es lo que ha contribuido más a esta cifra negra. “¿Por qué ibas sola? ¿De qué manera ibas vestida? ¿Por qué no te acompañaba nadie? Son preguntas que encuentran las personas al denunciar. Esa revictimización es la razón de que no se denuncie; las personas que sufren violencia sexual no quieren ser tratadas de esta manera” comenta Pamela Romero, investigadora del Inacipe.
Revictimización
El abuso que vivió Eva no se limitó al de su agresor. Cuando el coche en el que estuvo sometida comenzó a avanzar, un neumático se ponchó y eso los obligó a detenerse en una vialidad principal. Eva vio que un par de policías se acercaban y pensó que la ayudarían. “Cuando me vieron me preguntaron por qué estaba desnuda, pero no supe qué contestar. Mi mente seguía confundida. Los oficiales me tomaron fotografías y bajaron a mi agresor del auto. Llamaron a una grúa para enganchar la camioneta. Me dijeron que nos remitirían por faltas a la moral”.
El “compañero” de Eva llegó a un acuerdo con los policías y los fueron siguiendo hasta un lote en donde dejaron el vehículo. Ellos mismos los llevaron a un banco para retirar dinero. Todo el camino Eva tuvo que ir sentada junto a un hombre que sabía tendría que ver todos los días y que en ese momento no hacía más que agredirla y buscaba seguir tocándola.
Dos días después del abuso, esta mujer de 29 años, tomó la decisión de presentar una denuncia contra su atacante: un joven compañero de trabajo al que tenía tres meses de conocer. Eva llegó con abogados de la organización Consejo Ciudadano. Todo el proceso duró 12 horas y, de acuerdo a su experiencia, fue un tiempo corto. “Si te ven acompañada, te atienden más rápido”, asegura. Pero a pesar del apoyo de la organización civil, Eva se enfrentó a las mismas barreras que la mayoría de las víctimas que denuncian delitos sexuales sufren: malos tratos de la autoridad y una continua revictimización.
Cuando se enfrentó a los policías investigadores, la primera respuesta que obtuvo fue: “Su denuncia no sirve de nada. No nos está aportando datos. Al final no se acuerda de nada”, relata la joven mujer.
Las cifras de violación en la capital registran apenas un aumento de 2% entre 2013 y 2016, de acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo, pero este ligero porcentaje, que podría considerarse una victoria, no es muestra de la realidad de las mujeres de la capital. En la Ciudad de México “cada tres minutos alguien es violado”, asegura Laura Martínez, directora de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (Adivac).
El miedo y la culpa, generados por tabúes de la sociedad, también influyen en el silencio de las víctimas. “La persona violentada a menudo se siente culpable de provocar la agresión, de haber tomado cierta ruta, de transitar en la calle de noche. No se deposita la responsabilidad en quien ejerce la violencia”, explica la directora de Adivac.
Eva lo vivió. Los oficiales la culparon por no recordar casi nada, a pesar de que los exámenes médicos confirmaban que había sido agredida sexualmente. Lo peor: fue despedida después de que denunció a su compañero ante el comité de ética de la empresa. Al final, todo parecía su culpa por aceptar una comida de cumpleaños.
A pesar de este sinfín de trabas, tanto de la sociedad como de las autoridades, el pequeño universo de denuncias en la capital es alarmante. Más de 10 mil carpetas de averiguación por delitos sexuales de 2013 a 2016. De estas, siete mil 608 son por “otros delitos sexuales”, categoría que el secretariado ocupa para agrupar acoso o abuso sexual. Este delito, considerado por los especialistas como una primera forma de ataque, duplica las violaciones. Cada año, dos mil mujeres denunciaron sentirse víctimas de este tipo de agresión.
El 2017 no pinta bien
Este año el panorama es el mismo para las capitalinas. Tan solo de enero a mayo, se abrieron 856 averiguaciones por delitos sexuales. El 30% de todos los registros de 2016. De estos, 146 fueron por una violación. Dos de cada 10 agresiones fueron reportadas en la delegación Cuauhtémoc, demarcación que encabeza este tipo de delitos en la ciudad.
La madrugada del 2 de junio, Itzel llegó a un Centro de Atención a Víctimas en Coyoacán. La joven de 15 años llevaba la ropa llena de lodo y sangre, el cabello revuelto y algunas heridas de corte en la cara y las manos. La acababan de violar. La agresión ocurrió en la delegación Tlalpan, lugar en el que las violaciones pasaron de 44 a 52 entre 2013 y 2016, y donde 51 de cada 100 mil mujeres fueron víctimas de este delito en ese periodo.
A pesar de su estado, la menor tuvo que esperar cuatro horas para que alguien le diera la atención médica necesaria.
Entre malos tratos por parte de las autoridades, Itzel y su familia fueron remitidos de una fiscalía a otra con promesas de una atención sicológica y jurídica que nunca recibieron. Deambularon toda la noche de un lado a otro, de Coyoacán a Vallejo, de Vallejo a San Jerónimo, ella a bordo de una patrulla y su familia en un taxi. Sin bañarse ni comer, tras 19 horas de espera e impotencia, Itzel pudo comenzar el proceso de denuncia en la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México.
El día de la agresión, la jovencita regresaba de la escuela. Eran las 10 de la noche cuando caminaba por avenida Tlalpan para tomar el transporte público de regreso a casa. Todo cambió en un instante. Un sujeto se le acercó y le dijo algo al oído. El recuerdo del susurro aún le causa escalofríos. “No recuerdo qué me dijo, pero me dio miedo y empecé a caminar rápido. Al momento de voltear para ver en dónde estaba, vi que me seguía. Intenté correr pero me alcanzó. Me puso el cuchillo en el cuello y me dijo ‘camina conmigo’”.
Entre amenazas y forcejeos, Itzel fue arrastrada hasta el puente que se encuentra cercano al entronque de Tlalpan con Miguel Ángel de Quevedo. Ahí fue violada más de una vez. A escasos 300 metros de una estación de policía.
En su lucha por escapar del agresor, identificado como Miguel Ángel “N”, Itzel actuó en legítima defensa e hirió al hombre en el pecho con el mismo cuchillo que él utilizó para amenazarla. Escapó del lugar y pidió ayuda a la policía. Pero en la estación de Policías de Taxqueña no podían hacer nada por ella. Sola, a unos cuantos metros de donde la acababan de violar, la menor esperó a que su familia la pudiera encontrar.
Lo que siguió fue impensable. El agresor murió y por ende se cerró la carpeta por el delito de violación. Las autoridades determinaron que “ya no había a quien culpar”. En su lugar, a la menor se le inició una averiguación por homicidio, aunque después fue exonerada por la procuraduría.
Sin acceso a nada
Itzel y Eva son dos de las más de 800 mujeres que han sido agredidas sexualmente en la capital en los primeros meses de 2017. Ambas fueron testigos de la manera en la que fueron ignoradas por las autoridades locales correspondientes.
Eva no recibió el kit de profilaxis, sólo le otorgaron un oficio en el que le indicaba cuáles eran los antirretrovirales que ella debía comprar, pero jamás le dieron el tratamiento gratuito ni apoyo en la clínica Condesa. En el caso de Itzel, sus padres le tuvieron que comprar la pastilla del día siguiente. Los medicamentos no los recibió hasta 50 horas después de la violación.
La atención psicológica fue peor que la médica. En la primera terapia que recibió Itzel, la sicóloga no leyó su expediente y cuando la menor le comentó que su agresor estaba muerto, la respuesta de la especialista la conmocionó “no creo que esté muerto, seguramente te están mintiendo para tranquilizarte”.
Eva lleva siete meses buscando su carpeta de investigación. Cuando pregunta en la fiscalía le dicen que no la encuentran. Mientras tanto, su agresor sigue libre. A Itzel le dieron pretextos como: “Está resguardada”, “venga mañana”.
Pero el vacío no está en las leyes. “El problema está en el actuar de las autoridades que no abordan el tema desde una perspectiva de género”, asegura, Pamela Romero, investigadora del Inacipe.
Itzel y Eva vencieron el miedo de enfrentarse a las autoridades y a ser juzgadas por desconocidos. Pero su mayor reto es volver a salir a la calle sin temor y sobrevivir en una sociedad que normaliza la violencia sexual y culpa a las víctimas.
Infografía: Fermín García
Diana Higareda | El Universal