Niños de El Salvador huyen por la violencia
- La violencia generada por pandillas orilla a menores de edad a huir del país centroamericano. A partir de 2014 el promedio de deportados pasó de 25 en una semana a 100 al día.
San Salvador, 14 de agosto de 2017.- “Hoy en día [en El Salvador] a los niños de ocho o 10 años, ya no se les puede decir niños. Ellos nacen así [sin infancia], ven la realidad como está y se acoplan a lo que les toque. Ingresan a una pandilla o se van. No tienen más caminos. El país no genera un ambiente donde ellos puedan crecer de una manera diferente”, dice contundente El Mago, ex líder de la pandilla 18R de la zona rural del municipio de San Pedro Masahuat, El Salvador. Él no pudo hacerlo, pero afirma que de haber tenido la oportunidad, cuando tenía 10 años, habría hecho lo que hoy hacen muchos: huir.
Cuando tenía la edad en la que un niño debería de estar tendiendo la cama, recoger el desayuno, levantarse e ir a la escuela, Henry lidiaba con unos pandilleros de la MS de 14, 17 y 21 años que le quitaban dinero y la comida que llevaba a la escuela. Un día se cansó y decidió acusarlos con su tío. “En un hombre se veía mal que anduviera poniendo queja, así que lo que me dijo fue que me defendiera como yo pudiera”. Así que al otro día, junto con otros tres compañeros, fue a donde estaba uno de aquellos pandilleros que le molestaban… Entre los tres le encajaron un picahielo.
Ahí todavía no era pandillero.
—¿Lo mataste? —pregunto a El Mago.
—No. Sólo quedó herido. Como estábamos pequeños no logramos eso. Sólo pasó unos 10 meses mal —responde.
Por esa razón Henry huyó a otra comunidad a trabajar en un taller mecánico. En el barrio al que llegó dominaba la 18R, la banda rival. A los meses de estar ahí se le fueron acercando y, poco a poco, se fueron convirtiendo en su familia. A los 12 años le comenzaron a llamar El Mago. En su primera misión regresó a su barrio de origen para atacar a la banda rival. En esos años, cuenta, no era tan común que hubiera muertos, pero esa noche hubo cuatro. Fue para él algo “mágico”.
A partir de ese día “la magia” se extendió por largo tiempo. Hoy tiene 31 años y 14 impactos de bala en el cuerpo, nueve de ellas permanecen aún en su cuerpo. En 2006 eran 65 los que controlaban con él la zona, ahora de ellos sólo quedan nueve, los demás están muertos.
Un pandillero menos, de entre 60 mil
Hoy Henry pasa la mayor parte de su tiempo en la Iglesia. Salió de la pandilla y es colaborador activo de la Asociación para la Promoción de los Derechos Humanos de la Niñez en El Salvador, que actúa en las comunidades La Divina 1, 2 y La Tekera interviniendo en ataques internos.
Se calcula que en ese país centroamericano hay alrededor de 60 mil pandilleros. El promedio de homicidio por cada 100 mil habitantes en 2015 fue de 104, en 2016 de 81. De 2005 a 2016 fueron asesinados más de siete mil niños, 700 al año, 58 al mes y dos al día, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y estadísticas del gobierno de El Salvador. De 2010 a 2017, 14 mil menores no acompañados provenientes de aquel país han intentado llegar a Estados Unidos cruzando México, sólo en el 2016 17 mil fueron detenidos por la patrulla fronteriza. El Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia (Conna) tiene sólo un conteo de la migración de niños cuando son retornados, es decir, no sabe cuántos se van. En sus cifras, en 2015 hubieron tres mil 587 casos de niños no acompañados y en 2016 mil 949. De 2013 a la fecha, 202 niños salvadoreños solicitaron refugio en México.
“Las tres grandes motivaciones en el caso de niños y adolescentes migrantes son: la reunificación familiar, la búsqueda de oportunidades y la violencia. La crisis nos sorprendió a todos en 2014. Antes de ese año la cantidad de niños, niñas y adolescentes era muy poca. Estábamos recibiendo 25 niños a la semana. En 2014 llegamos a recibir a 100 niños en un día”, detalla Vanessa Martínez, subdirectora de Defensa de Derechos Individuales del Conna.
Las instituciones gubernamentales no encuentran explicación razonable sobre cómo de un año a otro creció tanto la migración de niños. “Desconocemos las causas. Sin embargo, hay situaciones sociales que nos están alertando sobre la complicada situación de la niñez y adolescencia”, reconoce la subdirectora de Protección de Derechos del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia, María de la Paz Yañes.
De 2000 a 2016, la Policía Nacional Civil de El Salvador tiene registrados 33 mil denuncias por extorsión atribuidas a pandillas. Entre esos casos está el de Luis, quien no sabía por qué un señor le tomaba de la mano a las 3:00 de la mañana y su madre se quedaba viéndolos irse. Tampoco entendía por qué, en las últimas semanas, su mamá le tenía prohibido salir al patio de la casa, a la tienda y mucho menos lo dejaba jugar en la calle. Él cuestionaba, pero al final obedecía. Tampoco escuchó cuando aquella noche una botella de cristal se quebró en la pared de su casa y cómo el ruido hizo que su madre fuera a ver qué pasaba. De primer momento no vio nada, pero regresando escuchó al perro comer algo. Era un papel. En lo que se alcanzaba a ver en el papel mordido por el perro, había un mensaje claro: si no pagaban el dinero, el niño pagaría las consecuencias. Días antes de ese hecho, el papá, migrante en EU, le había alertado a Gloria [madre de Luis], que la 18R le había marcado para pedirle 4 mil dólares o si no, su hijo iba a morir. Tenían datos de toda la familia.
A semanas de la partida de Luis con otro joven que iba rumbo a EU, hubo un cateo por parte de la policía y el líder de la 18R murió y tres miembros fueron llevados presos. El niño se aprendió el teléfono de su papá. Llegando a EU el otro joven dejó a Luis donde su papá lo pudiera ver. 22 días después de que su madre lo dejara ir de madrugada, él estaba con su papá del otro lado del río.
“Es incontable la gente que se va para allá. Se van porque las pandillas tienen su territorio y si una persona no pertenece a una pandilla pero ellos creen que esa persona los ha denunciado con la autoridad o les causa un daño, la matan. La desaparecen, la entierran, como sea”, dice Henry, El Mago, quien usa manga larga a pesar de los más de treinta grados que hay cerca de la costa de El Salvador.
En sus brazos y todo el cuerpo se puede ver la marca de la 18R de varias formas: sumando seises, en número romanos, en cursivas, en negritas o con caligrafía. Está consciente que su pasado no lo puede cambiar. En los últimos meses la policía lo ha detenido dos veces. Lo golpean, le quitan su dinero y esperan que hable. Él sabe que es un afortunado. Casi nadie llega a los 31 años con una historia como la suya en El Salvador. Sabe que tiene que actuar todos los días, porque ya vivió demasiado. “Me pueden matar ahorita mismo o mañana, da igual”.
Una pregunta le taladra la cabeza: ¿Por qué la violencia? Piensa constantemente en que le hubiera gustado huir cuando era pequeño. Ahora le toca cubrir su pasado con una camisa. “Antes a las pandillas las calificaban antisociales, ahora como terroristas. La antisocial es la gente que te aparta y te margina. Eso sí es lo que genera más violencia”, concluye El Mago.
Íñigo Arredondo | El Universal