Maltrato infantil se esconde en el hogar
Cada año, en promedio, 3 mil 600 menores de edad ingresan a un hospital debido a heridas ocasionadas por algún familiar.
Quemaduras, fracturas, trastornos emocionales e incluso enfermedades de transmisión sexual son algunas de las consecuencias que 21 mil 679 menores de cero a 15 años vivieron entre 2010 y 2015 a causa de la violencia familiar que existía en sus hogares, de acuerdo con estadísticas de la Secretaría de Salud. Cada año, en promedio, 3 mil 600 niños terminaron en la sala de urgencias de un hospital, luego de que un pariente cercano los lesionara.
La cifra aumenta cada año, de 2013 a 2015 pasó de 3 mil 652 a 6 mil 102 casos. Las instituciones tienen detectado el problema, pero el mayor obstáculo al que se han enfrentado es que “en México no existe una prohibición explícita por castigo corporal. Utilizar la violencia como método educativo y como un elemento de disciplina es una práctica que sigue vigente en el país y mantiene el maltrato infantil”, asegura Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).
De los más de 20 mil reportes que se tienen de 2010 a 2015, en tres cuartas partes la víctima es del sexo femenino. Entre los cero y los 11 años los casos de maltrato presentan, en promedio, las mismas cifras; sin embargo, a partir de los 12 años es cuando se puede visibilizar el desbalance. En esa edad se registraron el doble de agresiones contra niñas que llegaron a un hospital por lesiones provocadas por un familiar. La cifra se separa entre más crecen las mujeres. A los 15 años, por cada niño maltratado hay siete niñas que padecen el problema.
Las oficinas de las fiscalías especializadas del país son uno de los lugares que alberga la realidad del fenómeno. Mariana conoció uno de estos sitios. Con apenas 10 años, esta pequeña se levantaba todas las mañanas muy temprano para hacerse cargo del aseo de su “hogar”. Un día el tiempo no le alcanzó y pensó que podría terminar cuando volviera de la escuela. Su padre, quien cuidaba de ella y de sus hermanos, enfureció al ver que no terminó. El rostro de Mariana recibió un golpe. Su padre, su cuidador, le rompió la nariz.
“La violencia de género en niñas y adolescentes es más visible conforme crecen. Aunque son violentadas en muchas formas, no se procede contra su agresor por violencia de género hasta que cumplen la mayoría de edad. Tampoco hay procedimiento por maltrato infantil”, explica Juan Martín Pérez.
En su primera clase, a las ocho de la mañana, Mariana se quejó de un dolor intenso en la nariz que no la dejaba respirar. Su profesora de cuarto grado la llevó al servicio médico. El médico ordenó que la llevaran a urgencias. Ahí, en un cubículo, la niña contó lo que había sucedido. Su madre llegó sin saber la dimensión de lo que ocurría. Una jornada laboral de más de ocho horas le impedía estar con sus hijos. Jamás pensó que el verdadero peligro vivía con ellos.
En uno de cada cuatro casos reportados entre 2010 y 2015 la principal consecuencia de la lesión fue física: más de 4 mil menores de edad sufrieron fracturas, contusiones, heridas o alguna amputación. Además, los datos muestran que la mitad de los niños que sufrieron violencia en este periodo, 11 mil 659, terminaron con depresión, estrés postraumático y trastornos siquiátricos.
Muchas de las agresiones se mantienen en secreto en los hogares mexicanos, lugar en el que ocurren en promedio 86% de las lesiones. “El maltrato infantil es un delito oculto. Ocurre en la intimidad del hogar. Los padres comúnmente son los agresores, pero hacen todo por no decirlo”, dice Teresa Sotelo, de Fundación en Pantalla (Fupavi).
El cuerpo de Mariana tenía heridas del pasado, pero esta fue la única que no pudo disimular. Su nariz estaba totalmente fracturada. De la mano de su madre y su maestra, su siguiente parada, después del hospital, fue la Fiscalía Especializada en Atención a Niñas, Niños y Adolescentes de la capital. En la denuncia se revelaron más detalles: su padre era adicto a sustancias tóxicas y también golpeaba a la madre de la menor.
“Hay un hecho cotidiano y triste. Un doctor que atiende a un niño con lesiones no denuncia. En su lógica administrativa no hay un incentivo que les permita apoyar esa tarea. Además, el proceso significa perder casi seis horas”, asegura el director de Redim. De los 21 mil 679 casos que se tienen registrados, sólo 44%, es decir, 9 mil 700 fueron denunciados ante el Ministerio Público.
A sus 10 años, Mariana regresó a su casa únicamente por sus cosas y sus dos hermanos. Vivirían en un nuevo lugar mientras su mamá se divorciaba de su agresor. Los tres comenzaron un nuevo proceso aparte: sanar las heridas internas que les provocó su padre.
Omisión es igual a complicidad
Paco, de 13 años, estudiaba la secundaria y vivía con su madre en el Estado de México. En su relación todo parecía normal; hasta el día que llegó a la escuela con un cubrebocas que sólo permitía ver sus pequeños ojos. Su maestra le pidió que se lo retirara. Algo malo ocurría. El menor obedeció y mostró una terrible realidad. Sus labios tenían una gran marca de una quemadura. La directora llamó a su madre. La respuesta fue cruel: ella sólo se había encargado de atender las quejas que recibió sobre las malas calificaciones de su hijo.
Un día antes, Paco sufrió una de las peores agresiones. “Quítate la playera y siéntate”, fue la orden de su mamá. Con un lazo mojado comenzó a golpearlo como forma de castigo. Eso no fue suficiente. Tomó una cuchara, la calentó en la flama de la estufa y la puso sobre los labios de su hijo.
En 44% de las lesiones intencionales los principales victimarios son los padres. Los tíos, abuelos o hermanos ocupan el segundo lugar. Paco fue lastimado por su madre y no era la primera vez. Sus manos también mostraban rastros de quemaduras y vivía con la amenaza de que le quemaran la cara y la lengua si volvía a “portarse mal”.
Entre 2010 y 2015, alrededor de 5 mil 448 menores llegaron al área de urgencias a causa de golpes, sacudidas o caídas provocadas por su familiares. En 311 casos el daño se provocó con sustancias químicas y fuego. Incluso, se tiene el registro de 39 niños que fueron lastimados con un arma de fuego.
Aunque la maestra y la directora de Paco fueron testigos de sus lesiones, de la declaración de la madre y del miedo con el que el niño vivía, prefirieron guardar silencio. Se convirtieron en cómplices.
La profesora únicamente se lo contó a su esposo, quien no pudo dejar a un lado la historia del pequeño y buscó ayuda en la Fundación en Pantalla, organización que fue fundada en 2008 por María Teresa Sotelo, una mujer que por más de 30 años estudió las agresiones contra los menores de edad.
Una denuncia fue la diferencia en la vida de Paco. “El maltrato infantil es como el alcoholismo. Es progresivo y mortal. Cuando no es identificado y contenido termina en la muerte”, explica Sotelo. La fiscalía decidió que la madre de Paco debía tomar terapias, además de que se harían visitas domiciliarias para comprobar su estado. Sacarlo de su núcleo familiar no fue una opción. Las autoridades determinaron que alertar a la madre sobre la posibilidad de encarcelamiento era la mejor vía, recuerda Tere.
En 13 mil 878 casos de lesiones cometidas entre 2010 y 2015 los niños fueron remitidos a su hogar tras la atención médica o jurídica, mientras que sólo 299 quedaron bajo resguardo del DIF.
Esconden realidad
En el sistema de salud la mayoría de los casos por maltrato quedan como lesiones accidentales. Incluso, los datos de acceso público son precarios. Las bases de datos no están actualizadas y no reflejan la verdadera cifra del maltrato porque no se investigan las causas reales de las heridas, asegura Sotelo.
Hay entidades en donde los niños corren más riesgo. Entre 2010 y 2015 el Estado de México tuvo el porcentaje más alto; 20% de las heridas contra menores en el hogar ocurrieron en este sitio. “En la medida que haya más violencia por crimen organizado y homicidios, hay un mayor riesgo de violencia en las casas”, comenta el director de Redim. Las heridas de Paco y Mariana aún no cicatrizan. La rehabilitación más dura es recomponer la confianza que les rompieron sus papás.
***Infografía: FERMÍN GARCÍA
Diana Higareda | El Universal