El comité ejecutivo del Fondo, formado por 24 países o grupos de países miembros, se encarga de abrir el plazo y cribar las candidaturas presentadas para lograr una terna de finalistas, a los cuales se entrevista en persona en la sede hasta tomar la decisión. El peso de sus votos está ponderado en función de su peso en la institución, con EE UU a la cabeza y el 16,5% del porcentaje de voto.
Aun así, desde que se fundó, el FMI ha tenido 11 directores gerentes, todos ellos europeos, empezando por el belga (Camille Gutt, 1946-1951) y acabando por la francesa Lagarde. Una ley no escrita establece que mientras Estados Unidos controla el Banco Mundial, el timón del Fondo corresponde al otro lado del Atlántico. Pero la cuestión de si esa norma debe seguir rigiendo el futuro del organismo se abrió ya años atrás con el empuje de las economías emergentes, que piden más protagonismo.
En el abrupto relevo de Dominique Strauss-Kahn, arrestado por violar una mujer, en 2011, se presentó candidato Agustín Carstens, entonces gobernador del Banco Central de México y ahora director general del Banco Internacional de Pagos (BIS, en sus siglas en inglés). El israelí americano Stanley Fischer, exvicepresidente de la Reserva Federal, fue descartado por su edad entonces, 67 años. Según la normativa del Fondo, los directores gerentes del Fondo deben tener menos de 65 años cuando sean nombrados y no pueden cumplir su 70 años cumpleaños en el cargo.
Lagarde se llevó el gato al agua en medio de aquella primavera turbulenta: tenía buena reputación como ministra de Finanzas, Francia conservaba «la plaza» y la institución ponía al frente a una mujer tras el escándalo Strauss-Khan, una forma de tratar de contrarrestar el desastre también de la mano de la imagen. A partir de ese año, el Fondo impuso normas éticas más severas en el contrato de los directores gerentes, no solo que les exige «los más altos estándares» en materia de ética, sino que se les insta a evitar «cualquier apariencia de conducta inapropiada».
El requisito parece dirigido exclusivamente al periodo en el cargo, ya que la directora gerente no tuvo ningún problema en salir confirmada para un nuevo mandato en 2016 pese a su implicación en el caso Tapie cuando era titular de Finanzas. Un juez la imputó por haber pagado de forma arbitraria una compensación económica de 404 millones de euros -a cargo del erario público- a Bernard Tapie, un empresario amigo del presidente, Nicolas Sarkozy. La resolución judicial llegó cuando Lagarde ya había sido renovada por otros cinco años: el tribunal culpó de negligencia, aunque no hubo condena penal. Una carta suya a Sarkozy, revelada por Le Monde en 2013, le dejaba además en muy mal lugar: “Estoy a tu lado para servirte. Utilízame”, escribió a su jefe.
Ahora, entre los nombres que han sonado en el pasado como posibles directores gerentes figura el de Carstens, el del gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, cuyo mandato termina en enero, y el del académico Raghuram Rajan, gobernador del Banco Central de India entre 2013 y 2016, entre otros.
El sucesor o sucesora deberá lidiar con la nueva crisis de Argentina y la resaca de la gran hecatombe griega: un rescate financiero de condiciones draconianas que lastraron aún más la recuperación del país. La troika formada por el Fondo, la Comisión Europea y el BCE subestimó el daño de tanta austeridad, acabó reconociendo el organismo con sede en Washington, y empezó a defender la necesidad de una quita para la deuda. Al estallar la nueva crisis argentina hace un año, el Fondo aprobó el mayor préstamo de su historia para el país, 50.000 millones de dólares a los que poco después sumó otros 7.000. Por ciclo económico, el nuevo director gerente también se las verá con la próxima crisis. Lagarde vivió la lentísima salida de la crisis y un crecimiento brioso en los últimos años.