La ciudad de 2030 | Por: M.E.R. Joaquín García Galván.
Nuestro futuro no solo está interconectado globalmente, sino que cada vez es más urbano. En América Latina, Norteamérica y Europa, el porcentaje de población urbana es más elevado que el rural y, en los próximos 20 años, África y Asia experimentarán un crecimiento más rápido de sus asentamientos urbanos. Son las ciudades intermedias y pequeñas del mundo, más que las grandes ciudades, quienes serán responsables por recibir y atender a estos millones de nuevos habitantes urbanos. Además, mientras la población urbana crece en todo el mundo, la interdependencia entre campo y ciudad es cada vez más estrecha.
La ciudad de 2030 no se puede gestionar eficazmente desde “arriba” o desde “fuera”, sino que requiere un gobierno democrático, elegido por el pueblo, al que a su vez debe rendir cuentas. Un gobierno local que disponga de las competencias y los fondos suficientes para poder ejercer sus funciones, y que colabore con otros niveles de gobierno y con municipios vecinos para desarrollar políticas y enfoques comunes por el bien de un desarrollo eficaz
La democracia representativa es esencial, pero debe complementarse con una democracia participativa activa. La ciudad de 2030 se basa en la participación de todos sus habitantes, y debe garantizar que todos los colectivos –pobres y ricos, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, inmigrantes y residentes de varias generaciones– puedan participar en ella de manera igualitaria. Para lograr que la amalgama urbana funcione en beneficio del bien común, los gobiernos de las ciudades –a través de la participación activa– deben diseñar y adoptar sólidas políticas de cohesión social, basadas en los valores democráticos, la igualdad de género, los derechos humanos y el “derecho a la ciudad” para todos.
La ciudad de 2030 sabe adónde quiere ir y sabe qué quiere ser. Posee una clara visión estratégica, basada en un diagnóstico preciso de su potencial y de sus recursos, y un plan de acción para hacerlo posible. La visión y el plan se desarrollan e implementan con la participación de los ciudadanos, de los sectores público y privado. La visión y el plan deben ser realistas y adaptados a los recursos de la ciudad, públicos y privados. Para poder asumir su liderazgo, el gobierno de la ciudad, debe disponer de un financiamiento adecuado, diversificado y bien administrado.
Una ciudad de 2030 próspera es una combinación de lo planificado positivamente y de lo creativamente orgánico. Por planificado debe entenderse el desarrollo de infraestructuras, instalaciones, servicios e inversiones que se realicen en el lugar adecuado, en el momento oportuno y siguiendo una coherencia y una estética tanto en el diseño como en el tejido urbanos. Por orgánico debe entenderse permitir que la ciudad desarrolle y amplíe su propia vida, cultura, economía y diversidad social sin normas abusivas y favoreciendo los usos mixtos siempre y cuando no constituyan ningún perjuicio. En suma promover una ciudad inclusiva y dinámica, desde los barrios hasta el nivel de la metrópolis.
La ciudad de 2030 orientará su desarrollo económico hacia las necesidades y tecnologías del futuro, y generará un clima de empresa para negocios de diferentes dimensiones. En general, la ciudad no tendrá una economía autónoma, sino que formará parte de una red de ciudades que favorecerá un clúster de industrias interconectadas. Por lo tanto, su estrategia de desarrollo económico necesitará integrarse en una estrategia urbana regional más amplia, en que el uso del suelo urbano y la planificación del transporte y de los servicios se adapten a dicha estrategia. Una ciudad próspera debe entender que temas como la “habitabilidad” y la movilidad, así como la existencia de una red de relaciones locales, están estrechamente vinculados a la competitividad económica.
Twitter: @joaquingalvan