Entre roscas, patinetas y enfermeras: De todos modos, Día de Reyes
In memorian de Julita, quien me enteré falleció hace unos meses.
A mi tía Maru y a todas las que como ella, vestidas de ángeles, nos cuidan cuando ingresamos a algún hospital. No le aunque nos piquen los brazos y las “posaderas”.
Mire que el día de Reyes nos fue re bien. A Carlos le trajeron su patineta y algo atrabancado, ya saben así es él, andaba brinca que brinca: de la banqueta a la calle y de la calle a la banqueta. A José, una bicicleta “desas” con llantitas atrás para que no se caiga. A Tito, un balón, sus guantes y sus rodilleras. Y a mí, el libro de zoología que tanto quería. Además, unos chocolates, que a decir, me encantan. Y jugando estábamos con los regalos de los Reyes Magos cuando escuchamos “un trash”, una caída y un ¡sóbese! Fue Carlos, que en una de sus “piruetas patineras” cayó al piso dándose un fuerte golpe y abriéndose la ceja derecha. Un poquito, pero al fin, cortada que dejó escapar ese líquido color grana llamado sangre. Todos nos espantamos al ver la faz de Carlitos. Ni el “Perro Aguayo” o “Ray Mendoza” y “El Solitario” en sus cruentas batallas o, en sus aguerridas luchas mano a mano, quedaban así, dijo el tío Pancho que desde su mecedora vio toda la escena.
Y que me lanzó a la casa de doña Julia, nuestra enfermera de cabecera, y sin pensarlo que toco la puerta como cobrador en quincena. No me acordé, al momento, que Julita habría llegado a casa apenas un par de horas antes y estaría dormida pues ella cubre el turno nocturno en el Hospital de la Salud. Y que vuelvo a tocar, creo que con mayor insistencia, y que aparece Julita, un poco molesta, pues sí, la desperté: ¿Y ahora qué Simitrio? No tienes a otra a quién despertar? Julita, julita, contesté presuroso, Carlitos, Carlitos se cayó y se abrió la ceja. Y al escucharme le cambió el rostro y entró rápidamente por su estuche: alcohol, gasa, algodón, microporo, tijeras e igual de rápido salió a atender a Carlos. Lo curó. Le dimos las gracias. Ella sonrió y se fue a su casa: ¡Voy a dormir un rato nos dijo¡
Y así estuvimos unos quince minutos entre el juego, la burla a Carlos y el susto que nos causó verle la cara como luchador en batalla campal cuando llegó David cargando unas cajas. Eran roscas, roscas de reyes y nos dio una a cada uno. Cuatro
suculentos panes que compartiríamos con la familia en la noche acompañada seguramente de un rico y espumoso chocolate. Y como José y Tito estaban encargados con mi mamá porque sus papás fueron a visitar al hospital al abuelo y no regresarían sino hasta el domingo, haciendo cuentas, nos sobraría dos roscas. Ante ello, Simitrio tomó, sin decir agua va, una de las cajas y corriendo se dirigió a la casa de Julita. Tocó con la misma energía que unos minutos antes y con la misma expresión anterior salió la enfermera: -¿Y ahora qué Simitrio, nos me vas a dejar dormir?- Simitrio sólo atinó a ponerle la caja en las manos al momento de decirle: -Perdón pero le trajimos una rosca nos la regalaron en la radio. Feliz día de la enfermera-. Y salió corriendo. Julita no pudo contener la lágrima que corrió por su mejilla. Esta vez, no por el dolor ajeno sino por el detalle de esos chicos que parecía que ese día no la dejarían dormir.