El rompepiñatas. La gloria alcanzada a golpes ciegos.
Por: Francisco Acosta V.
-Ya llegó el doctor, ya llegó el Ray. Déjenlo pasar- gritos aquí, gritos allá, que no fueron precisamente por la llegada de la piñata sino porque Jacilin se había puesto malo. Primero, se puso pálido, después blanco, casi transparente y al último, vómito, una baja de presión y un “desguasneo” cañón. La posada en pausa mientras el doctor revisó al Jaci y menando la cabeza, viendo a todos los chavos, dijo categórico: “Ya déjense de sus coctelitos, en una de esas se van poner graves, esto no es más que un pasón pero puede ser peor”, dijo, al momento que pidió le llevaran un vaso de leche y abrieran espacio para que el aire circulara.
Nada grave, dijo doña Martha, que de reojo veía a su hijo Lucas, como diciéndole “no mas me sales tú con tus ching….”, y la posada, volvió a lo suyo y los gritos ahora sí, dieron paso a la piñata. Y entre los cánticos, vienieron los recuerdos, los de cuando fuimos jóvenes pero también niños y sobretodo, el significado que tuvo para nosotros el romper las piñatas, la gloria que alcanzaba uno al ser, el mejor rompedor de piñatas.
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¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino!, y los niños, los chamacos, prestos se ubicaron en primera fila, después los adultos y los no tan adultos, esperando hacerse de una jícama, una naranja o mandarina, una limita o un cacahuate, o quizás un tejocote, una colación, pues estas frutas, estas golosinas, llenaron ayer las hoy casi desaparecidas ollas de barro, adornadas con papel de china de colores y 5 picos, que le dieron forma de estrella a las piñatas. Esas que al certero golpe del “quebrador” estallaron en mil pedazos dejando salir el relleno y uno que otro “tepalcatazo” para los que no “se ponen buzos”. Sí, es diciembre y sus posadas.
Decían los viejos, mi papá Pedro entre ellos, que las primeras piñatas se quebraron en el ex convento de Acolman, cuando los evangelizadores españoles buscaban una forma más certera de llegare al pueblo para hacerlos a la religión. Dicen también, que antes fueron siete picos, que correspondieron a los siete pecados capitales y que el juego de romperla, significaba una lucha entre el bien y el mal, que al volar en mil pedazos, así mismo el mal se destruía. He de confesar, que para nosotros aquello tenía otro matiz, pues ser el “mejor quebrador de piñatas de cada año”, fue alcanzar la gloria y en su búsqueda anual, nos unimos a las caminatas o peregrinaciones con la Virgen a cuestas, con los cánticos religiosos, con las velas y la letanía entre las manos, con el fervor de nuestros padres. Y ahí fuimos, Silvestre, Raymundo, Beto, Jorge, Joel, Rafael, los de siempre, los rompedores de piñatas.
Y entonces recuerdo que el preámbulo siempre fueron los rezos, la petición de posada, las Aves Marías y los Padres Nuestros y después, el ponche, los “changüis”, tamales, atolito para dar paso a la reina de la fiesta, la piñata. Y entonces, vimos desfilar frente a nosotros cientos de estrellas de colores, barcos, negritas con todo y pañoleta moteada, Santa Closes, Reyes Magos, payasos, la imaginería popular plasmada en bellos modelos cuya belleza estalló por los aires como estalló la algarabía entre nosotros al momento de ser uno quien le partiera el corazón. Sí, se podía ser
el mejor en matemáticas, el más bueno en español, el número uno en geografía, en ortografía o lectura, pero todos, todos queríamos ser los mejores en romper piñatas.
Y vino entonces un diciembre como este, cuando todavía teníamos pelo sobre la frente, cuando aún usábamos pantalones cortos, cuando el peinado se hacía con brillantina, cuando fuimos los niños del 2do. de primaria allá en el Instituto Hidalguense, los alumnos de la maestra Carmen. Y salimos al patio de juegos, a ese rectángulo de las dos canchas de basket y los tubos del espiro, el del asta bandera, el de las barras y los pirules como testigos en busca de la gloria, sí, la gloria. Y el palo y la venda en los ojos pasó de uno a otro, como se repitió el clásico cántico en estos casos: Dale, dale, dale…!
Fue una tarde de frío, del frío pachuqueño, del viento frío de la bella airosa que caló hasta los huesos pero que no hizo mella entre los niños. Le tocó el turno a Carlos Escárcega, buen portero como también buen rompedor; después, pasó Gerardo Candelaria, Julio César Perea, Pancho Acosta, Julio Téllez, Beto Tena, y el payaso que sonreía en aquella piñata, menando su melena, espera al su verdugo, como esperaban otras cuatro a estos niños que quería llevarse la noche, como si fuera fiesta de toros, no dos orejas y un rabo, no el indulto del toro, sí el “yo rompí este año las piñatas”
Y pasó lo “que nadie imaginó”, Agustín Eddy, el niño tímido y chillón de la clase, el blanco de las burlas y mofas infantiles, el que olvidó más de una vez el pantalón en las canchas de futbol como muchos dejamos alguna vez la playera, el suéter, la sudadera, las libretas, se alzó esa noche como el vencedor. Su risita de “niño maldoso” tuvo ese día un algo muy especial. Cayó la primera piñata en sus manos. Parado al centro de aquel círculo que formamos alrededor de la piñata y el quebrador, se movió lentamente dando vueltas, tan lento como el tigre aunque creímos estaba alucinando, viendo algo, y cuando gritamos: ¡Aguas ese Agustín se va a desmayar! Suuuus, crash, certero “palazo” lanzado con ambas manos borró de un solo golpe la burlona sonrisa del payaso. La fruta cayó, pero Agustín alzó los brazos hacia el cielo y extrañados todos, sólo escuchamos, ¡llevo una! Y miren que premonición.
Vinieron las otras, la segunda de la tarde que cayó en manos de Beto Cervantes, la tercera, un negrito bailarín, dejó el sombrero en un rozón y la cabeza en un palazo, asestado con la fuerza de un Eddy inspirado, poseído de una risa loca, loca, loca de felicidad.
La emoción aumentó pues con la cuarta de la tarde, quizá ya se definiría quién ganaba el título ese año. ¡Bumm! una bola negra, de esas que en la caricaturas representaban bombas, estalló entre el júbilo del grupo cuando Beto, nuevamente verdugo, le acercó el cerillo para que volará por los aires. Dos, dos y sólo faltaba la última de la tarde. Y así pasó uno a uno hasta que Irigoyen, un chaparrito inquieto como muchos de nosotros, dejó sentida la ollita que dio forma a una zanahoria. Y llegó una vez más el turno de Agustín, Eddy Muller, como siempre por sus apellidos le llamé. Se acercó a mí, y con esa sonrisita que todavía hoy tiene, me dijo al oído: -Lo que no saben es que Yo soy Bugs Bunny- . Y se dejó vendar y en las clásicas vueltas que nos daban para “desorientarnos un poco” él bailaba, sonreía, seguro estaba de ese año ser el mejor rompedor de piñatas.
Y el dale, dale, dale, no pierdas el tino, se oyó más fuerte que nunca, tan fuerte, que imaginé a la zanahoria estremecerse. Y no me equivoqué, sólo un palazo lanzó Agustín, sólo uno, el que lo convirtió aquella noche de diciembre en el Rey de las Piñatas. Y así lo vimos, así lo reconocimos. Caímos todos a sus pies, en la acción de recoger la fruta y dulces, mientras el cantaba y repetía sólo un estribillo: No quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata…. y locos todos, lo seguimos, sí, todos quisimos siempre romper la piñata pero aquella noche fue la noche de Agustín, de Eddy Muller como siempre le he dicho y seguiré diciendo.
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¡No se saque de onda Don Panchito, me cai que no lo vuelvo a hacer…..! , la voz de Jacilin me hizo volver a mí, a la posada en la colonia, la misma donde nací y crecí, a la misma que volví como lo hago dese hace 30 años, y al verlo, ya con color en la cara, le mesé el pelo y sólo atiné a decir: ¡Cuídate por ti Jacilín, nada bueno trae el churro y menos, cuando te lo fumas con tequila-Y a la voz de Carmelita, dejé al Jacilin en sus propias reflexiones, tal vez, en ese momento, pensando estaba, en que quería para el mañana.