De entre escombros nacen historias de vida, unión y esperanza
México, 26 de septiembre de 2017.- Todos estuvieron ahí, antes, durante y después del sismo que azotó a la Ciudad de México pasada la una de la tarde del martes pasado, todos habían perdido algo, con los minutos no se sabía nada, las redes de telefonía habían caído, los edificios también, así lo confirmaban los primeros reportes, lo que nadie reportó fueron los corazones de los chilangos en modo de colapso, suspendido por el miedo, la incertidumbre y la tristeza inminente.
Era martes todavía y comenzaron a correr las noticias, los “estoy bien”, por aquellas horas nadie sabía que ese “¿estás bien?” sería la pregunta obligada entre conocidos y desconocidos, entre los brigadistas de las colonias Lindavista, Narvarte, Roma-Condesa, aún se organizaban las brigadas, un mundo de gente salió a la calle, con los ojos llenos de temor y las piernas bien sembradas a la tierra, a su tierra, para la noche del 19 de septiembre de 2017 México ya era noticia internacional.
La mayoría de los capitalinos se resguardaron en las casas de sus padres, de los amigos querían estar juntos, a pocas horas nadie sabía cuántos habían desaparecido, y aún cuando hay cifras oficiales que se actualizan de manera constante el recuento sigue modificando, la semana pasada, no eran las lejanas noticias en la televisión, por esos días todos fueron noticia.
Las heridas estaban abiertas, la ciudad crujía de sus entrañas, se vio de todo, tristeza, muerte, injusticia, pero también solidaridad, fresas, hispters, veganos, animalistas hablando entre ellos, nadie dijo, —hola, soy Fulano y soy runner—, se preguntaban sus nombres, hablando como viejos conocidos, lejos de las pantallas de los celulares, como horas atrás, cuando en el simulacro por la conmemoración de los 32 años del “gran terremoto que asoló al entonces Distrito Federal” se percibía la apatía de tener que subir y bajar escaleras de oficinas y escuelas.
En secreto muchos sentían culpa al agradecer estar vivos, tener una casa, saber que en algún momento llegarían a un lugar seguro, con techo y comida caliente, los brigadistas de las calles del edificio caído en la calle Escocia tenían tierra en las pestañas y el llanto atorado en la garganta, un buen número de jóvenes había salido a las calles desde diversos puntos de la ciudad, en las áreas aledañas a los edificios afectados esperaban turnos para poder ingresar a cargar piedras o lo que fuera.
Después del 19 de septiembre todos se miraban a los ojos, en las calles terregosas y llenas de escombro, silencio y un frío en el alma; era común encontrarse a amigos de la infancia, ferreteros de la Condesa donando herramientas y equipo de entre sus cosas, restaurantes de la Roma dando permiso de pasar a sus baños y a cargar celulares, a señoras atentas a que cada brigadista de la ciudad estuviera hidratado y con algo en el estómago.
Nadie pensó tener que ver tanto en una semana, ni tener la sangre así de fría para ver lo que hubiera que ver, los chilangos que fueron a ayudar este fin de semana a las calles de la colonia Del Valle aprendieron rápido las señales, puño arriba era silencio, dos puños arriba era que habían encontrado a alguien con vida, todos querían levantar los dos puños, tenían la esperanza de hacerlo.
Después del martes pasado, de entre las varillas de los edificios caídos en la colonia Condesa también nacieron héros, los burlones memes mexicanos desaparecieron para dar paso a Frida, a Yona, a los demás binomios caninos que dieron esperanza, era común ver a los jóvenes sacando piedra con sus tan criticadas y delicadas manos de millenials de la Condesa, de la Roma, trabajaron de la mano con los muchachos de la doctores, de Ciudad Neza, nunca se quejaron.
Por aquellos días la guerra de género estaba en tregua, mujeres cargando cubetas llenas de pedazos de pared, de vidas ajenas, de historias que no terminaron. Profesionistas ofreciendo sus servicios de manera gratuita, todos vieron a alguien dejar algo para darlo al otro, sin subir una selfie, sin preguntar nombres, sin poner ubicación en redes sociales.
Pasaban los días, ya nadie sabía si era miércoles o viernes, los centros de acopio estaban abarrotados, los albergues comenzaban a llenarse, llegaron payasos, cuenta cuentos y maestros al albergue de la Benito Juárez a dar dulces a los niños, muchos habían perdido no solo su casa y su escuela, sino a sus amigos, a sus padres, a sus mascotas y ni siquiera lo sabían.
En la Ciudad de México salieron por esos días no sólo varillas, pedazos de vidrio, ropa ajena y fotografías viejas, salieron también historias de fuerza, el domingo las calles olían a descomposición, a ganas de encontrar vida, de ponerles nombre y apellido a los desaparecidos, de entregarlos a sus familias.
En las calles de toda la ciudad, desde el Norte en Lindavista y hasta el Sur en Coapa, se veían paramédicos, policías, periodistas, doctoras, psicólogas, militares, trabajadoras, estudiantes dejando a su familia, a sus hijos en lugares seguros para ir a trabajar, a sacar escombros, a hacer sándwiches para los brigadistas, se vían también por ahí a hombres llorar de terror, otros tantos fuertes, llenos de tierra, renacieron los Topos, los Aztecas y los de Tlatelolco.
Por Mariángel Calderón | Notimex