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Charlas de taberna | Ritual de lavar los huesos en Pomuch, donde la muerte no es el fin | Por: Marcos H. Valerio

A las vísperas del Día de Muertos, en Pomuch, un pueblo antiguo en el corazón de Hecelchakán, Campeche, se percibe una calma distinta. Las campanas del cementerio aún no han marcado la llegada de las almas, pero las familias ya han comenzado un ritual ancestral que desde hace siglos une a los vivos y los muertos: la limpieza de los huesos de sus seres queridos.

Lo que para los extraños podría parecer una escena inquietante, aquí es un acto de profundo amor y devoción, una manera única de dar la bienvenida a aquellos que nunca han sido olvidados.

Bajo un cielo despejado y entre susurros que el viento arrastra, las familias se reúnen en pequeños grupos, rodeadas de nichos que han cobrado vida con el bullicio sereno de este ritual.

Cada hueso, cuidadosamente desenterrado, es limpiado con esmero, como si se tratara de un último abrazo, de un acto íntimo de reverencia. Las manos, firmes pero delicadas, repiten una danza silenciosa: con pinceles y brochas, retiran el polvo acumulado del último año, renovando la presencia física de aquellos que descansan, pero que pronto volverán en espíritu.

Sobre los huesos limpios, se extienden paños coloridos, bordados con flores y el nombre del difunto, como si la memoria se tejiera entre hilos. Estos lienzos, que cada año son renovados, no son simples adornos; son el nuevo ropaje con el que los muertos volverán a caminar entre sus seres amados durante estos días sagrados.

«Con la limpieza es como si los bañáramos, y con el nuevo paño es como si les cambiáramos la ropa», comenta una mujer con mirada serena, mientras sus manos trabajan en silencio. La voz de los muertos nunca se apaga en Pomuch; el respeto por su retorno es palpable en cada rincón.

El ritual no termina con la limpieza. Al caer la tarde, las veladoras comienzan a encenderse. No son solo luces; son faros que guiarán el regreso de las almas por los caminos antiguos.

Las familias adornan los altares con flores de cempasúchil, mientras los aromas del incienso inundan el aire. Es un puente entre dos mundos, donde lo terrenal y lo divino se encuentran brevemente, y la línea entre la vida y la muerte se difumina.

No todas las familias en Pomuch se sienten capaces de realizar este acto por sí mismas. Para algunos, el dolor o el respeto ante lo sagrado les impide limpiar los restos de sus seres queridos, y es entonces cuando los sepultureros, guardianes de esta tradición, toman la responsabilidad.

Con una habilidad que asombra, ellos limpian los huesos con precisión, acomodándolos en el nicho con un cuidado ritual. «Es como si estuvieran parados», explica uno de ellos, mientras acomoda los huesos en el orden correcto: las costillas a los lados, los huesos de las piernas y brazos abajo, y el cráneo siempre en el centro, como un símbolo de la esencia que nunca se ha ido.

Este ritual es un acto de resistencia cultural. Aunque el paso de los años y la modernidad amenazan con borrar muchas tradiciones, en Pomuch, los muertos siguen siendo parte vital de la vida. Las familias esperan al menos tres años después del fallecimiento antes de realizar la primera limpieza, pero una vez que comienza, se repite cada año, como un compromiso eterno de memoria y amor.

A lo lejos, algunos turistas observan en silencio, conmovidos, otros más sorprendidos por la profundidad de este rito. Las cámaras graban, tratando de capturar lo inexplicable, pero lo que realmente queda en el aire es una conexión profunda con el pasado.

Desde 2017, esta tradición fue reconocida como Patrimonio Cultural Intangible de Campeche, pero para los habitantes de Pomuch, es mucho más que un título: es la herencia viva de quienes les precedieron, una promesa que se honra cada Día de Muertos.

Aquí, en Pomuch, la muerte no es un adiós, sino una certeza de reencuentro. Los huesos se limpian, las almas se preparan y el ciclo se repite, año tras año, como los pasos de un danzante que nunca deja de regresar. La tradición sigue firme, tan sólida como los mismos huesos que, entre polvo y memoria, esperan pacientemente su turno para ser honrados una vez más.

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