Colaboraciones

Charlas de Taberna |Por Marcos H. Valerio |Secuestradores timados.

Antonio era chofer de un importante empresario de la Ciudad de México. Como ya tenía 10 años de antigüedad y la confianza de su patrón podía llevar los vehículos a su casa, por lo que constantemente conducía lujosos automóviles a la colonia Raúl Romero, en Iztapalapa.

Además, siempre portaba tres celulares: dos se los habían dado para estar en constante comunicación; el otro, era de su propiedad.

La casa donde vivía era una herencia que había recibido su esposa, la cual, no era lujosa; pero estaba en buenas condiciones, además de que abarcaba dos predios.

Sus vecinos lo conocían como El Licenciado debido a que él comentaba que era socio de un buffet de abogados ubicado en Bosques de las Lomas. Y bueno, las camionetas y los vehículos que llevaba de alguna forma eran de él.

Toño, un día de estos nos van a asaltar. Mira cómo vistes, muy extravagante, con cadenas de oro y esos relojes que, aunque no son de marca, lo parecen. Deberías ser menos extravagante”, le dijo su jefe Pedro, quien era un empresario muy destacado.

Antonio sólo reía y al instante respondía: “No pasa nada jefe, usted ya sabe: cuando te toca, te toca”.

Una mañana que parecía ser como todas, con tráfico vehicular y la desesperación de la gente cuando intenta llegar temprano a sus lugares de destino, cambió la vida de Toño.

Tomó el vehículo de su patrón para dirigirse a Bosques de las Lomas. Tal como lo acostumbraba circuló por la avenida Zaragoza, Viaducto y Periférico hasta llegar a Reforma.

Antes de llegar a la avenida Zaragoza, dos autos le cerraron el paso. Atrás, una camioneta Pick up evitó que huyera de reversa. Al instante, seis individuos bajaron de las unidades y con armas de fuego amagaron a Antonio.

Le propinaron varios golpes en las costillas, lo esposaron, le cubrieron la cabeza con una cobija y le ordenaron que se tirara en el piso de unos de los vehículos.

Después de varios minutos se acalambró, por lo que quiso cambiar de posición, sin embargo, uno de los plagiarios le gritaba: “Órale pinche Licenciado, si tratas de quitarte la cobija te mato y de todas maneras cobro el rescate”.

Pasaron unos 40 minutos y por fin bajaron del vehículo a Toño, lo llevaron a un cuarto con poca iluminación, le quitaron la cobija que le cubría el rostro y por fin pudo ver a los seis secuestradores: El Piojo, La Vero, El Pitufo, El Simpson, El Nopal y El Escara”.

Un calvo y regordete, alias El Piojo, era líder y negociador de la banda, por lo que inmediatamente empezó a interrogarlo: ¿Dame los números telefónicos de tu familia para comunicarme con ellos?, ¿cuánto tienes en el banco?, ¿cuánto pueden soltar en este momento tus socios del buffet?

Antonio pensó que llegaba su fin, ya que las respuestas que daría no serían del gusto de los plagiarios.

“No soy socio de nada, ni soy licenciado, soy un chofer que apenas gana 14 mil pesos al mes, los vehículos no son míos, son de mi patrón, los relojes son hechizos, los compré en Tepito, y las cadenas las compré en abonos con una vecina”, respondió Toño.

La banda delictiva no creyó su respuesta, por lo que utilizaron sus teléfonos celulares para contactar a su familia y pedir dos millones de pesos por el rescate.

Su esposa pensó que se trataba de una broma, por lo que en dos ocasiones ignoró la llamada de El Piojo. Luego, al escuchar las palabras altisonantes de los agresores y que por tercera vez habían amenazado de muerte a su esposo, contestó: “mi marido no es ningún licenciado, ni es dueño de nada, es chofer”.

Enfadados los malhechores decidieron torturarlo, pues pensaron que era una treta para burlarlos y no entregarles el rescate.

Lo golpearon hasta que quedó inconsciente. Durante dos días no le dieron alimentos y dormía en el suelo, lo amenazaban con matarlo de no conseguir nada.

Por cuarta ocasión, los plagiarios utilizaron sus celulares para comunicarse a la esposa de Toño, quien clamó piedad para que lo liberaran, pues no tenían dinero; todo lo contrario, tenían las tarjetas saturadas.

Incluso, agregó que ella ya había hablado con el patrón, quien no le creyó nada, pues en varias ocasiones Antonio se reportaba enfermo y la verdad era que andaba borracho. Y la camioneta que manejaba ya la había recuperado el seguro y la habían entregado al propietario.

El Piojo pidió a El Nopal fuera a una casa de empeño a valuar el reloj, el anillo, la esclava y una cadena que traía El Licenciado. Dos horas después, El Nopal comentó que la cadena era la única de oro, lo demás era de chapa y, el reloj, era hechizo.

El Simpson fue a los cajeros automáticos para vaciar las tarjetas de crédito, pero no pudo, ya que había sobrepasado su crédito. De las tres, sólo de una pudo sacar 100 pesos.

La Vero acudió a Bosques de las Lomas, donde trabajaba Antonio. Se hizo pasar como su novia, por lo que preguntó al jardinero por Toño, quien le contestó que ya eran varios días que no acudía a laborar y todos creían que “había tomado la jarra, ya que era común en él. Y que efectivamente era el chofer del patrón”.

Al regresar a la casa de seguridad, La Vero comentó lo sucedido, no sin antes cachetear al Licenciado, pues los había engañado. No se vale, decía La Vero, “nos timó, nos hizo pensar que era millonario, está más jodido que nosotros”.

El Piojo ordenó a El Pitufo, El Simpson, El Nopal y El Escara “le dieran otra calentada por chismoso”.

A la siguiente madrugada lo fueron a tirar moribundo por El Peñón Viejo. Una señora que iba por la leche tropezó con él y molesta lo pateó. “Borracho, drogadicto, por tu culpa tiré la leche de mis nietos”, decía.

Pero al estarlo golpeando observó que el hombre estaba bastante herido, por lo que llamó a una patrulla. Esta vez pidió una ambulancia para su atención. En principio se manejó en algunos diarios nacionales que al desconocido lo habían intentado matar porque manejaba a un grupo de narcomenudistas.

Después de una semana secuestrado y tres días más en la Cruz Roja, pudo hablar. Toño se identificó y pidió que contactaran a su familia, la cual ya lo daba por muerto, incluso, ya habían empezado el novenario.

Su esposa y sus dos hijos acudieron inmediatamente al nosocomio, lo abrazaron y lloraron junto a él.

Desde ese momento, Antonio comprendió que no tenía que vivir una farsa y que su oficio era honroso, nada de qué avergonzarse, mucho menos presumir lo que no tiene.

Soy chofer y a mucha honra, decía…

ooOoo

 

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