Charlas de taberna | Por: Marcos H. Valerio | La noche que lloró Cortés; sus guerreros se hundían en el lago por el peso del oro
En su obra “Hernán Cortés, Encuentro y Conquista”, el autor Juan Miguel Zunzunegui, narra entre sus capítulos la noche que el conquistador sanguinario lloró.
Asegura en ágil lectura que no fue la primera ni la única vez, pero sí la más famosa. La mitad de sus hombres había muerto en la desesperada huida de la capital azteca. Perdió su propio oro y el quinto del rey, vio morir al gran Motecuzoma y observó cómo se desmoronaban ante él sus más grandes sueños y esperanzas.
Grandes amigos murieron ahogados por el peso del oro en las salitrosas aguas del lago de Texcoco. Todo había terminado.
Había alcanzado lo inalcanzable de manera vertiginosa e incomprensible; y así de pronto lo perdió todo. Cortés se detuvo a recuperar fuerzas y a reflexionar a la sombra de un gigantesco ahuehuete. Tenía miedo y lo abatía la tristeza. Hernán Cortés lloró. Tenía muchas razones para llorar…
…Jamás en su vida se sintió Hernán Cortés tan abatido y derrotado, pero tras horas de silencio y reflexión comenzó a recuperar esa fuerza de espíritu, esa fe inquebrantable que le auguraba la victoria. Tenía que tomar decisiones.
Una vez que tuvo la certeza de estar momentáneamente a salvo de sus perseguidores aztecas, pasó la noche en vela repasando los acontecimientos…
… La noche era oscura y Tláloc hizo su parte. Oscuridad y lluvia parecían proteger la expedición de Cortés. Pero era imposible que más de mil personas dejasen la ciudad sin ser descubiertas, y como no había fastuosos funerales sino guerreros a la espera, la discreta huida se convirtió en una carnicería.
Cuitláhuac había jurado venganza y no quería dejar a uno solo vivo. Quería aniquilar a todos los tlaxcaltecas para lavar la deshonra de la ciudad, y matar personalmente a Alvarado y a Cortés.
Los tres grupos de escape salieron en silencio y en orden, pero de inmediato se vieron perseguidos por guerreros aztecas. Los castellanos huyeron despavoridos, y para fortuna de ellos, los tlaxcaltecas optaron por morir luchando y no corriendo.
La enfermedad del oro mató a tantos castellanos, como los propios guerreros aztecas: después de apartar el quinto del rey y el suyo propio, Cortés permitió que todos los demás se sirvieran a sus anchas. Unos prefirieron cargar poco o nada y asegurar la vida, muchos otros se llenaron de oro por el cuerpo y se hundieron en el lago. Murieron ricos…
… Alvarado fue de los pocos que sobrevivió en la retaguardia, según cuenta su propia leyenda, a causa de escapar usando un gran madero como pértiga para saltar en vez de cruzar los puentes. Marina se salvó, igual que la hermana de Xicohténcatl, bautizada como María Luisa y mujer de Pedro de Alvarado.
Perdieron a Motecuzoma, a amigos y seres queridos; el tesoro y, especialmente, toda esperanza. Ése era el panorama que vislumbró Cortés, entre fiebres y delirios, recargado en un ahuehuete en aquella noche triste…
… Cortés secó sus lágrimas y sus hombres sanaron sus heridas. No había marcha atrás. Más allá de barcos quemados o barrenados, ahora era imposible en términos legales volver a Cuba, donde todos serían ejecutados por Velázquez, y en Tlaxcala sólo se les daba cobijo porque los veían como los hombres que vencerían a los aztecas. Sólo quedaba el camino hacia delante, y ése culminaba con la conquista de Tenochtitlán. Sólo quedaba vencer o morir.
Esta obra es de editorial Grijalbo, donde narra cómo Hernán Cortés y Motecuzoma protagonizaron el choque de culturas más trascendente de la historia de la humanidad. Todo en la historia del mundo moderno es producto de ese encuentro y esa conquista.