Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por: Marcos H. Valerio | Jugaban a ser ladrones.

Era una tarde de viernes, el termómetro marcaba 30 grados centígrados. Frente a una secundaria de la colonia San Pedro Mártir, delegación Tlalpan, estaban sentados debajo de un árbol El Macaco, El Guayabo, El Memín, El Nopal, El Caballo y El Piojo, todos de 14 años de edad.

El Macaco platicaba: “Anoche soñé que éramos asesinos, que ejecutábamos a cuanto cabrón se nos ponía enfrente, quitábamos a todos aquellos que nos estorbaban”.

“Eso está chido”, proseguía El Memín. “Imagínense todos los maestros que nos amenazan con reprobarnos, no vivirían para contarlo. ¡Vaya sueño!”, suspiraba.

“¡A poco no podemos!, dijo El Guayabo. “Yo traigo una navaja, El Memín trae una tijeras, El Piojo trae cable eléctrico, con eso podemos ahorcar y amarrar al quien se ponga en frente. ¿Por qué no empezamos hoy?”.

“¿A quién nos echamos?”, preguntó El Caballo. “Ya tengo ganas de tenerlo en mis manos, de clavarle la navaja, de bajarle su lana, de ser el mandamás de la colonia.

Después de 10 minutos de discusión, decidieron que su primera víctima fuera un taxista, pues no sería del barrio, no los reconocería si las cosas salieran mal. Planearon el asesinato, sería en el interior del taxi.

Los seis adolescentes se encaminaron a la carretera y allí pararon un taxi. El Memín, que era el más fuerte ahorcaría a su víctima con el cable eléctrico, mientras El Macaco lo picaría con la navaja. El Piojo haría los mismo con la navaja, El Guayabo y El Caballo controlarían el vehículo, pues lo más probable es que irían circulando. El Nopal apoyaría a quien se le saliera de control la situación.

Un taxi paró y lo abordaron los seis jóvenes. El Guayabo y El Caballo se sentaron en el asiento del copiloto, los demás en el asiento trasero. Le solicitaron al chofer los llevara al Ajusco.

Tras un descuido, El Memín se abalanzó contra el conductor, con el cable de cobre rodeó el cuello de la víctima. Éste, por el retrovisor, observó el movimiento del adolescente, por lo que pudo meter la mano derecha y así evitar fuera estrangulado, pero El Macaco y El Piojo lo picaron de las costillas con sus armas punzocortantes, por lo que el chofer fue doblegado.

El Nopal ayudó al Memín a estrangular al agredido. Tras estos movimientos, el automóvil salió de la carretera, un arbusto detuvo la circulación de la unidad. Bajaron al chofer, a pedradas le destruyeron la cabeza y dejaron en una zanja el cuerpo sin vida.

A empujones sacaron el carro hacia la carretera, El Macaco fue quien manejó el automóvil. Durante dos semanas utilizaron el vehículo, invitaban a sus compañeras a dar la vuelta, posteriormente vendieron la llanta de refacción, la herramienta y el estéreo.

El chofer fue descubierto tres días después del hallazgo, fue difícil de identificarlo, pues los roedores habían comido parte del cadáver. La prensa manejó varias versiones: móvil pasional, ejecutado por narcomenudista, pleito por herencia, asesinado al ser asaltado.

Para la policía no había pruebas, el cuerpo estaba putrefacto, no había huellas dactilares, las ratas se había comido parte del cadáver. Un diablo que traía tatuado en la espalda fue lo que evitó que se fuera a la fosa común, a través de ello, sus familiares lograron identificarlo.

Los adolescentes continuaron con su malévolo juego. Esta ocasión pararon un vehículo Volkswagen, el conductor era un anciano, el modus operandi fue el mismo, pedían los llevaran al Ajusco, en el transcurso, mientras uno ahorcaba con el alambre a su víctima, otros dos lo picaban y los demás controlaban el automotor, posteriormente tiraban el cuerpo en una zanja.

Se divertían unos días con el taxi, vendían las partes que podían, al final abandonaban el coche y buscaban otra presa. Esta vez descubrieron en el interior de la unidad una pistola calibre 22, la cual les sirvió para sus demás asesinatos.

Para su tercer homicidio ya no tenían límites, además de robarle la unidad y privar de la vida al conductor, se dedicaban a asaltar comercios como tiendas de abarrotes, vinaterías y ferreterías, donde se llevaban el dinero, mercancía, thinner, PVC y estopa para drogarse.

En su cuarto asesinato cambiaron el modus operandi, una vez que el taxista se estacionaba en algún paraje, el adolescente que iba atrás, disparaba; los que iban adelante, lo remataba apuñalándolo.

La policía continuaba con las investigaciones, ahora veían cierta relación en todos las víctimas, eran abandonados los cuerpos en el bosque del Ajusco, presentaban asfixia por estrangulamiento, diversas heridas punzo cortantes, todos eran choferes, semanas después aparecían sus unidades semidestruidas por las colonias aledañas, sin embargo, las huellas dactilares que presentaban en el interior de los vehículos parecían de adolescentes, personas sin antecedentes penales, difíciles de rastrear.

Sólo el último de los agredidos había sido ejecutado con dos heridas de bala en la espalda, calibre 22; aunque también fue apuñalado y estrangulado. Lo que significaba que los delincuentes ahora contaban con un arma de fuego.

Para el quinto robo, el taxista se anticipó a los adolescentes, forcejeó, logró bajar del automóvil, incluso peleó con algunos de ellos, pero fue sometido por la mayoría.

Como aún estaban en zona semiurbana, los agresores decidieron meter rápidamente el cuerpo inerte a la cajuela, ahí le dispararon en dos ocasiones. Por esta ocasión, no se llevaron el taxi.

Los vecinos que escucharon los disparos acudieron al lugar, sólo vieron a unos niños con uniforme de la secundaria que caminaban apresurados. Observaron que del auto emanaba sangre, por lo que pidieron apoyo a la policía y Cruz Roja.

Gracias a la intervención de los pobladores se pudo rescatar con vida al taxista, pero muy malherido. Las investigaciones continuaron, incluso algunas versiones de la propia policía daban por muerto a la víctima, a fin de continuar con las pesquisas.

Después de dos semanas, el chofer se recuperó, habló con la policía, incluso describió a los estudiantes que portaban el uniforme de la secundaria.

Los investigadores hicieron algunas entrevistas a unos adolescentes de las escuelas aledañas, quienes comentaron que El Macaco, El Guayabo, El Memín, El Nopal, El Caballo y El Piojo, portaban una pistola con la que amenazaban a sus compañeros.

Tras un operativo, la banda criminal fue capturada, en la mochila traían el arma de fuego, la navaja e incluso el cable que utilizaban para estrangular. La víctima los identificó.

Al ser presentados en la Fiscalía de Homicidios, los familiares de las víctimas pedían un castigo ejemplar, pues estaban comprobados cinco homicidios con premeditación, alevosía, ventaja y traición, por lo que, sin duda, les esperaban muchos años de cárcel.

Mientras, el Ministerio Público que integraba el expediente les comentaba que aún con todas las pruebas recabadas, los adolescentes apenas estarían tres años en el tutelar de menores, si acaso, saldrían a los 21 años. “Esto por su edad”.

Los familiares quedaron atónitos, no podían creer lo que escuchaban, los aún niños iban a perfeccionarse a la escuela del crimen.

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