Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Infancia arrebatada.
Proveniente de una familia desintegrada y maltratado durante su infancia, José Luis Calva Zepeda, El Caníbal de la Guerrero, platicó tras su detención en 2007 con psiquiatras, criminalistas y otros especialistas que valuaron su perfil psicológico. “Por niñez, tengo un par de bellos recuerdos que nunca viví. Era un niño que soñaba con los dulces sueños. Me considero un buscador de amigos”, comentaba.
Entre las tantas entrevistas recordó que el 5 de enero de 1975 iba a ser la media noche, tenía 6 años de edad y la ilusión de conocer a los Tres Reyes Magos, por lo que decidió esconderse bajo el viejo sofá que estaba en la sala. Minutos más tarde vio a Elia Zepeda, su madre, que llevaba varios juguetes para sus seis hijos.
La madre arreglaba el lugar donde llegarían Los Magos. De pronto, un ruido la interrumpió, era el pequeño José Luis que observaba escondido sin perder detalle, motivo que enfadó a la progenitora, quien lo regañó, lo golpeó y rompió su regalo frente a él, era un carrito.
El niño fue amenazado por su mamá. “Si tus hermanos se enteran quiénes son Los Reyes Magos te va ir peor”. Horas más tarde, sus consanguíneos jugaban con sus regalos. Él sólo observaba.
Alguno preguntó el por qué José Luis no tenía juguete. La respuesta fue: se portó mal.
Pasado el mediodía tomó su cajón que tenía grasas para lustrar zapatos y se encaminó a la avenida. Un hombre de 50 años le pidió el servicio de aseo. Al tiempo de que le daba bola, el señor preguntó: “¿Qué te trajeron Los Reyes?”.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, alzó la cabeza y contestó: “Nada, aunque ya sé que no existen Los Reyes Magos. Mi mamá me golpeó por espiar cuando ponía los juguetes”.
El hombre se mantuvo en silencio por unos minutos. Cuando el niño terminó de lustrar sus zapatos, lo llevó al mercado ambulante que se pone en la colonia Los Volcanes, en Ciudad Nezahualcóyotl, le compró el carrito que deseaba.
Más tarde regresó a su casa con el juguete en los brazos, la madre tomó la actitud como un reto y, enfurecida, nuevamente le destruyó el regalo y lo mandó a la calle a seguir aseando zapatos.
A los pocos meses huyó de su casa, vagó entre las polvorientas calles del municipio de Nezahualcóyotl, así, en medio de las actitudes indiferentes de transeúntes e inmerso en la insalubridad, el consumo de drogas y la marginación social, se refugiaba en los camellones de la avenida Pantitlán o cualquier lugar que lo protegiera de las inclemencias del tiempo.
De cobertor utilizaba cartones o periódicos y, en el mejor de los casos, una vieja y roída cobija. En ocasiones, algún perro le proveía de calor, al menos era lo que recordaba y platicaba a los especialistas.
“Para vivir en la calle tienes que delinquir, a veces robas; en otras, mitigas el hambre, el frío y el cariño con droga o alcohol”, comentó en su entrevista. Por lo que agregó que “sus manos están marcadas en la fragua de la desesperación y el dolor, de lágrimas que corren más fácil que el agua en los piélagos”.
Durante su plática, sus sentidos del humor variaban, a veces melancólico, otras se mostró pícaro, pero en su mayoría su mirada se perdía, sus ojos se llenaban de lágrimas, al tiempo que narraba: “A los siete años de edad regresé a mi casa, pero sólo para que un amigo de mi hermano me violara. No tuve un padre que me defendiera”, afirmaba.
El Caníbal de la Guerrero se decía fumador de tabaco fuerte, bebedor de mezcal y ron, adicto al café más por necesidad que por gusto, admirador de la belleza de la mujer y de sentimientos probos.
El criminalista Timely Santiago Cruz concluyó que la niñez marcó su personalidad. El sufrimiento, el maltrato y la violencia formaron sus sentimientos de frustración, sus deseos de dominación, de control y ausencia de empatía. Incluso, se podría interpretar que el presunto acto de canibalismo fue un acto de poder y de absorber la cualidad de la mujer.
Por su parte, Rodolfo Rojo, el otrora director de la coordinación de Servicios Periciales, señaló que Calva Zepeda era un sociópata en potencia, depresivo y dependiente, que no toleraba la ausencia de sus seres queridos, incluyendo sus novias, depresivo, con un coeficiente intelectual elevado, aunque nada excepcional a las demás personas.
También, con base en patrones establecidos por el FBI, se determinó que Calva Zepeda era intolerante al rechazo, que tenía una inteligencia promedio y aversión a la soledad. Para elaborar el análisis de su conducto, autoridades de la Fiscalía para Homicidios recurrieron, además de métodos propios, a lineamientos de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI en materia de asesinos seriales.
El ex Fiscal Central de Investigación para Homicidios, Gustavo Salas, advirtió que después del estudio psiquiátrico se determinó que El Caníbal de la Guerrero tenía capacidad para conocer el carácter ilícito de un hecho y era capaz de conducirse conforme a dicha comprensión, por lo que no evadió la justicia ni evitar se le castigara con la máxima penalidad al señalar que el homicidio contra Alejandra Galeana Garabito lo hizo bajo los efectos de cocaína y alcohol.
Como se recordará, una vez que fue dado de alta en el hospital de Xoco, lo enviaron el 25 de octubre al Reclusorio Preventivo Oriente por el delito de homicidio calificado. Además, continuaron con las investigaciones con respecto a otros asesinatos y robos en el Estado de México.
Durante su estancia en el penal, le escribió una carta a su madre donde le reprochaba ¿Por qué no lo visitaba?: “Mamá, ¿en dónde estás?, ¿acaso no soy tu hijo?, ¿no me cargaste en tu vientre durante nueve meses?, ¿por qué te olvidaste de mí?, ¿por qué te olvidaste de mí hace muchos años? Yo nunca te juzgué por tu actuar; hoy tampoco lo hago. Sin embargo, dime, ¿por qué te olvidaste de mí?, ¿es acaso tan vergonzoso tener un hijo como yo?”
Una vez que enfrentaba el proceso y no pudo comprobar su inocencia, el 11 de diciembre de 2007 decidió quitarse la vida, ahorcándose en la celda con su cinturón.
Durante su edad adulta, Calva Zepeda escribió una carta a Los Reyes Magos que fue hallada en su departamento, en la calle de Mosqueta. Ésta decía: “Queridos Reyes Magos: pido a ustedes me traigan una máscara del Místico, pues con ello recuerdo que yo también soy un luchador, un luchador de la vida”.