Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Herida que aún no cierra.
Eran las 23:49 horas del 7 de septiembre de 2017, instante que cimbró la tierra en el sureste mexicano. Un sismo con magnitud de 8.2 en escala de Richter tenía su epicentro en Pijijiapan, Chiapas.
Horas más tarde, Protección Civil informaba que, en la entidad chiapaneca, fueron afectadas casas, templos y edificios, entre otros inmuebles de más de cien municipios, principalmente en Villa Flores, Villa Corzo y Jiquipilas.
En Oaxaca, en la región del Istmo de Tehuantepec, 41 municipios fueron dañados por el movimiento telúrico. Juchitán e Ixtaltepec, entre de los más perjudicados.
“Era de madrugada, escuchamos y sentimos el rugir de la tierra. Toda la familia salimos a la calle, en segundos vimos como nuestro patrimonio se derrumbaba. La casa que tantos años nos llevó construir quedó destrozada”, recuerda Georgina Gutiérrez, habitante en Juchitán, Oaxaca.
“Vivimos durante dos meses en un albergue. Tiempo en que pudimos reconstruir algunas habitaciones. Al llegar el invierno regresamos a casa, en la avenida Independencia número 12”, agrega la afectada por el sismo.
Otras personas, como el caso de Yalina Raymundo Artega, vecina de Ixtepec, Oaxaca, no tuvieron la oportunidad de habitar su casa. “Estaba en obra negra, sólo faltaban acabados como ventanas y clósets. El temblor partió en dos las paredes, todo quedó inservible. Hoy tenemos la deuda con el banco, el préstamo que pedimos para construir”, dice entre lágrimas.
“Nos quedamos sin casa y con una deuda de tres años”, añade Yalina Raymundo.
Por su parte, Crystal Patricia Alfonso, originaria de Santiago Laollaga, relata que su casa es de adobe, muros gruesos que no soportaron el movimiento telúrico. “Estoy consciente que las habitaciones las construyó mi abuelito hace varios años. Había soportado decenas de temblores. Un ropero viejo sostuvo el techo, lo que nos dio tiempo para salir”.
“La herida aún no cierra”, dice Hermelinda Rodríguez, habitante de Ixtepec. “Muchas casas, escuelas y edificios siguen sin ser reconstruidos. Las familias no quieren salir de sus predios, pues temen también perderlo. ¡Viven entre escombros y bajo lonas!”, afirma.