Ecologia

Los 68 grupos étnicos de México, patrimonio intangible de sabiduría en nuestras Áreas Naturales Protegidas

Adentrarnos en el conocimiento de la biodiversidad nos abre 68 puertas culturales con 364 variantes: los pueblos originarios de México que desde tiempos inmemoriales han habitado las más altas montañas, los desiertos, los bosques nublados, templados o espinosos, las selvas húmedas y las secas, las islas, las zonas de matorrales y pastizales, las sabanas, los bosques tropicales y los humedales.

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Estos grupos étnicos, durante siglos se han responsabilizado de mantener bien conservados y a veces intactos los recursos naturales, pero el desarrollo urbano e industrial de los siglos XIX y XX los amagó y en muchos casos los desplazó, más allá de las intrincadas zonas que fueron su refugio en la cruenta etapa de la colonización, hacia el corazón mismo de la naturaleza. Paradójicamente, estos sitios llevaron a pensar en la necesidad de proteger muchas áreas naturales de México y de todo el Continente Americano, y de procurarles planes de manejo para su conservación.

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La identidad cultural de cada uno de esos pueblos originarios se fue construyendo en su relación con los recursos naturales y la biodiversidad, al nombrar cada cual con voz propia a una planta, un animal o un ecosistema, lo que se transmitió de labio a oído, y al tomar forma en mitos y rituales, medicina, indumentaria, arte y muchas expresiones más, hasta llegar a nuestros días a través de 291 variantes lingüísticas que nos hablan de todo ello.

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Este aspecto lo ponen en relieve los científicos al encontrar una correlación global entre la diversidad de las lenguas “endémicas” con la megadiversidad biológica: 10 de los países megadiversos forman parte de los 25 países con mayor número de lenguas indígenas, y en este plano también sobresale México, junto con Indonesia. Los expertos han encontrado que fenómenos ecológicos en pequeña escala responden a la correlación de la diversidad biológica y lingüística, donde las poblaciones adaptan sus culturas a las especificidades ambientales y transforman el ambiente a partir de sus conocimientos.

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Esto explica por qué la distribución de la pluralidad lingüística de México se entreteje con las zonas de mayor biodiversidad y por qué el conocimiento tradicional de la naturaleza está codificado en el léxico de las lenguas que se escuchan en cada región geográfica del país.

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No obstante todo lo anterior, pueblos y comunidades indígenas han atravesado a lo largo de la historia sin las condiciones sociales y económicas propicias para su desarrollo, en medio de altos  niveles de pobreza y marginación y en franca desventaja respecto del resto de la sociedad mexicana.

La observación acuciosa de esa dramática realidad que se replica en todo el continente, reunió a finales de abril de 1940 en Pátzcuaro, Michoacán, a sociólogos, antropólogos y otros humanistas, así como a las más altas autoridades de distintas naciones, en el Primer Congreso Indigenista Interamericano durante el cual crearon el Instituto Indigenista Interamericano con el propósito principal de eliminar cualquier forma de discriminación o segregación racial, y proclamar el 19 de abril como Día del Aborigen Americano.

Décadas más tarde, el Convenio sobre la Diversidad Biológica signado por México en Río de Janeiro en 1992, la Agenda 21 y las Conferencias de las Partes han instado a los Estados a reconocer y fortalecer a los pueblos indígenas y las comunidades locales como poblaciones estratégicas para la conservación de la diversidad biológica y la agrobiodiversidad en todo el mundo.

En nuestro país, antes de que la mayor parte de las ANP fueran declaradas como tales, ya existían en esos entornos grupos humanos que habitaban y utilizaban legal y sustentablemente sus recursos.

Datos de la Conanp refieren que, en 2005, de 152  áreas naturales protegidas federales 52 ocupaban parte del territorio de los pueblos originarios, es decir, de 5 millones 578 mil 645 hectáreas, 1 millón 467 mil 034 hectáreas pertenecían a distintas comunidades indígenas, lo que representa el 26.2 por ciento del área total de las mismas, y solo 16 de ellas abarcaban entonces extensiones de entre 10 mil a 358 mil 443 hectáreas. Aunque es muy pronto para contar con los datos actualizados, si a la fecha suman 181 las ANP federales, la población indígena asentada en ellas debe ser aún mayor.

Las comunidades asentadas en ANP conformaban en 2005 una población total de 787 mil 316 personas, indígenas 147 mil 317 de ellas, quienes representan el 18.7 por ciento de ese total, participan en los instrumentos de conservación federales y estatales, además de aportar iniciativas comunitarias que incluyen desde ordenamientos forestales comunitarios hasta proyectos indígenas y campesinos para la conservación de bosques, selvas y matorrales, con flora y fauna de alto valor para la biodiversidad.

Por estas y muchas otras razones, los expertos insisten en que las ANP federales adopten en su administración un esquema participativo que involucre a este sector de la población mexicana, con el objetivo de que esta inserción repercuta favorablemente en las comunidades indígenas postradas aún con índices de muy alta, alta y mediana marginación.

Y si la mayor parte del capital natural de México se ubica en territorios propiedad de comunidades indígenas y rurales, sus conocimientos y aporte a la conservación de ese capital deben valorarse, como también deben valorarse sus prácticas productivas tradicionales compatibles con la conservación y el uso sustentable de la vida silvestre para que se incremente el bienestar social.

Con información de: http://www.gob.mx/semarnat/

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