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Charlas de taberna | Crematorios, resultaron ser alberca y cisterna | Por: Marcos H. Valerio

En un país donde el dolor de las desapariciones ha sido una herida abierta por décadas, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha trazado una línea firme: “No habrá construcción oscura de verdades históricas”. Su advertencia, clara y contundente, apunta directamente a los neoliberales que, como en el caso Ayotzinapa, han tejido narrativas falsas para manipular a la sociedad y golpear al proyecto de transformación.

Hoy, mientras el supuesto “campo de exterminio” en el Rancho Izaguirre de Jalisco copa titulares, emergen pruebas de que estamos ante un nuevo montaje, un espectáculo orquestado por quienes buscan desestabilizar a México y a su gobierno.

Frente a esto, Claudia Sheinbaum merece nuestro respaldo, no solo por su compromiso con la verdad, sino por su valentía para enfrentar a los carroñeros de la desgracia.

La perito Laura Alor, experta en el Protocolo de Estambul, ha puesto el dedo en la llaga: lo que se presenta como fosas clandestinas no son más que una cisterna y una alberca en obra negra, según imágenes satelitales.

Con una precisión que desarma el sensacionalismo, Alor no niega el sufrimiento de las víctimas ni se alinea con banderas políticas; simplemente expone la verdad técnica que desmonta el guion.

No hay hornos capaces de pulverizar cuerpos, ni hollín, ni sangre, ni fauna cadavérica en el rancho. Los restos óseos mostrados parecen de animales, y el altar a la Santa Muerte luce como recién colocado, impoluto y sin huellas de uso. ¿Un campo de exterminio o una escenografía improvisada? Las evidencias apuntan a lo segundo, y quienes lo promueven deberían responder por su cinismo.

El testimonio del supuesto sobreviviente es otro pilar que se tambalea. Habla de humo negro visible a kilómetros, pero no explica cómo lo vio si estaba cautivo, ni por qué tardó en denunciar tras escapar. Su relato carece de detalles sensoriales básicos —el hedor de la muerte, el sonido del horror— y usa términos como “extinción de dominio” que suenan más a un abogado que a una víctima.

Mientras tanto, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, vinculado a Ceci Flores y a la campaña de Xóchitl Gálvez, entró en escena sin protocolo, contaminando cualquier posibilidad de análisis serio. ¿Casualidad que este “hallazgo” surja cuando la oposición necesita un golpe mediático? No lo parece.

Esto huele a estrategia, y el PAN, con su eco al discurso de Trump sobre un México “fallido”, parece dispuesto a vender el país al mejor postor internacional.

Frente a este circo, Sheinbaum ofrece claridad y acción. Sus seis medidas inmediatas contra las desapariciones —fortalecer la Comisión Nacional de Búsqueda, crear bases forenses unificadas, equiparar la desaparición al secuestro— son un plan concreto para sanar heridas reales, no para lucrar con ellas.

Mientras la ultraderecha monta altares falsos y fabrica testigos, la presidenta apuesta por la ciencia, la justicia y la empatía con las verdaderas víctimas. Quienes hoy gritan “estado fallido” son los mismos que callaron cuando el Estado desaparecía a sus propios ciudadanos; ahora, con la delincuencia organizada como protagonista, prefieren el espectáculo al trabajo serio.

No dejemos que el ruido opaque la verdad. Sheinbaum no solo enfrenta un caso dudoso, sino una maquinaria de manipulación que busca desprestigiar a México y su transformación. Apoyarla es defender la dignidad de un pueblo que merece respuestas, no teatros. Que los carroñeros se queden con su guion; aquí, la justicia y la razón tienen la última palabra.

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