Charlas de taberna | Reconocimiento al “último tlatoani mexica” | Por: Marcos H. Valerio
Bajo la tenue luz de una tarde que parecía cargada de historia, las puertas del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT) se abrieron para recibir a un grupo de almas inquietas, reunidas para rendir homenaje a un nombre que resuena como eco en las venas de México: Cuauhtémoc, el último huey tlatoani mexica.
Este viernes 28 de febrero se cumplen exactamente 500 años desde aquel día fatídico en Izancanac, en lo que hoy es Tabasco, cuando el joven líder de 24 años fue ahorcado por los españoles junto a Tetlepanketzal de Tacuba y Coanacoch de Texcoco, los otros pilares de la Triple Alianza.
Pero este no fue un evento para lamentar su muerte, sino para celebrar su vida y su legado imperecedero. El historiador Pablo Moctezuma Barragán presentó su libro Cuauhtémoc, el águila que retoma el vuelo, una obra que busca rescatar la verdadera dimensión de este héroe y desmontar los mitos que han nublado la narrativa de la Conquista.
El aire en la sala estaba impregnado de solemnidad mientras Moctezuma Barragán, con la pasión de quien ha dedicado su vida a desentrañar el pasado, tomaba la palabra. Su voz, firme y clara, comenzó a tejer la vida de Cuauhtémoc desde sus raíces.
Nacido en Ixcateopan, en el norte de lo que hoy es Guerrero, era nieto del tlatoani Ahuítzotl y se formó en el calmécac de Tenochtitlán, el recinto donde los jóvenes mexicas se preparaban para ser líderes. A los 19 años, en un momento de crisis tras el asesinato de Moctezuma Xocoyotzin, fue elegido tlatoani, un título que cargó con el peso de un pueblo al borde del abismo. Cinco años después, su vida se extinguiría, pero no su espíritu.
El historiador narró con detalle cómo Cuauhtémoc se convirtió en el baluarte de la resistencia. Cuando Moctezuma, secuestrado por Hernán Cortés, convocó a Cuitláhuac para defender Tenochtitlán, fue el joven Cuauhtémoc quien levantó la bandera del combate.
Durante 80 días, la ciudad resistió el asedio español, enfrentando no solo espadas y arcabuces, sino un enemigo invisible: la viruela, que Moctezuma Barragán calificó como un “arma bacteriológica” que diezmó a la población. Los caballos, las armas de fuego y las alianzas con pueblos traicionados por los mexicas dieron a los invasores una ventaja abrumadora. Sin embargo, aun en la derrota, Cuauhtémoc dejó un testimonio de dignidad.
El 12 de agosto de 1521, tras la caída de Tenochtitlán, el Tlahtocan, el consejo de la ciudad, habló a través de su tlatoani: “Nuestro sol se ocultó, nuestro sol desapareció su rostro y en completa oscuridad nos ha dejado, pero sabemos que otra vez saldrá y nuevamente nos alumbrará”. Esas palabras, pronunciadas en medio del hambre y la desesperación, resonaron como un juramento de esperanza.
El relato dio un giro sombrío al llegar a 1525. Tras años como prisionero de Cortés, quien lo torturó en busca de un tesoro que nunca reveló, Cuauhtémoc fue llevado a Izancanac. Allí, el 28 de febrero, bajo un árbol que aún guarda el peso de la memoria, fue ahorcado junto a sus aliados de Tacuba y Texcoco.
Pero su historia no terminó en esa soga. Moctezuma Barragán describió cómo 30 guerreros, liderados por Tetzilacatzin, descolgaron su cuerpo en un acto de reverencia. Con manos temblorosas y corazones rotos, lo prepararon y lo llevaron a Ixcateopan, su tierra natal, donde su madre, Cuayauhtitali, lo sepultó.
Siglos después, en 1949, la arqueóloga Eulalia Guzmán encabezó una expedición que encontró esos restos, confirmando tras minuciosos estudios que eran los de Cuauhtémoc, un descubrimiento que Moctezuma Barragán cita como base de su investigación, junto a las Cartas de Relación de Cortés y otras fuentes españolas.
La presentación no fue solo un recuento histórico; fue un acto de reivindicación. Porfirio Martínez, de la asociación Mexicanos Unidos, y el activista Emilio Villar alzaron la voz para nombrar a Cuauhtémoc “el verdadero padre de la patria”.
Con ojos encendidos, desmintieron la idea de que los mexicas fueran un imperio tiránico, como la narrativa colonial ha querido imponer. “Sus decisiones eran colectivas, bajo el principio de mandar obedeciendo”, afirmaron, pintando a Cuauhtémoc como un líder cuya grandeza radicaba en su amor al prójimo, su honor y su dignidad. Para ellos, su legado no es un eco del pasado, sino una guía para el presente.
Por último, Pascual de Jesús González, dirigente del MULT, envió un mensaje que caló hondo. “Cuauhtémoc es el icono de la resistencia de los pueblos indígenas”, dijo, su voz resonando como un tambor en la sala.
Lo llamó un referente vivo, un faro para las luchas actuales contra la represión y el racismo que aún laceran a las comunidades originarias. Bajo su mirada, el tlatoani no es solo un nombre en los libros, sino un símbolo que sigue volando, como el águila de su título.
Pablo Moctezuma Barragán, doctor en estudios urbanos por la UAM-Azcapotzalco, maestro en economía e historia, y licenciado en ciencias políticas por la UNAM, no es un novato en estas batallas por la memoria.
Con más de 30 libros en su haber y el Premio Nacional de Periodismo 2022 en su vitrina, su pluma ha vuelto a dar vida a Cuauhtémoc, desafiando 500 años de distorsiones. En esta sala, entre aplausos y rostros conmovidos, su obra se alzó como un puente entre el pasado y el futuro, un grito para que México mire a su último tlatoani no como una sombra derrotada, sino como un águila que, contra todo, retoma el vuelo.