Colaboraciones

Donde el arte nunca se detiene | Por: Gabriela Arbeu

Hay lugares que, sin darte cuenta, se vuelven parte de tu vida. Desde hace unos 12 años, encontré uno de esos rincones en Pachuca, un espacio donde el arte se respira, se vive y se siente: el Cuartel del Arte. Recuerdo con claridad la primera vez que entré. Fue un día cualquiera, caminando por las céntricas calles de la ciudad, entre las estrechas banquetas y las calles empedradas que parecen susurrar historias del pasado.

Había pasado por el Parque Hidalgo, un pequeño respiro verde en medio del bullicio urbano. Las risas de los niños jugando y el aroma del café recién hecho de los puestos cercanos me acompañaban. Fue entonces cuando mis pasos me llevaron hasta una construcción de paredes blancas y robustas que parecía guardar secretos tras su fachada: el Cuartel del Arte. La fachada principal revestida de cantera labrada rosa y blanca, y la posterior con grandes muros de piedra donde se encuentra la puerta de acceso.

A lo largo de los años, he sido testigo de cómo el Cuartel del Arte se ha convertido en un epicentro cultural que no deja de sorprenderme. La primera exposición que vi en ese espacio marcó el inicio de una relación especial. Era «Testimonios de la Barbarie» de Fernando Botero; las imágenes de sus características figuras redondeadas, plasmando con crudeza y sensibilidad los horrores del conflicto colombiano, me dejaron sin aliento.

Hasta «Marea de lobos» de Ulises Figueroa, una exposición que me llevó a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza, hasta muestras de artistas emergentes que desafían lo convencional, cada visita ha sido una oportunidad para redescubrir el mundo desde nuevas perspectivas.

Uno de mis momentos favoritos es el simple acto de caminar hacia el Cuartel. El recorrido se siente como un ritual: las piedras del empedrado sonando bajo mis pies, el viento trae consigo conversaciones lejanas, y los edificios históricos que me rodean parecen observar en silencio. Al llegar, es como un refugio donde el tiempo se detiene y las paredes cuentan historias a través de las obras que albergan.

Hay algo casi mágico en este espacio, tal vez sea la mezcla de su arquitectura histórica con el arte contemporáneo que lo habita, o el compromiso de quienes lo gestionan para ofrecer siempre algo nuevo. Lo cierto es que, cada vez que cruzo sus puertas, siento que me sumerjo en un mundo aparte, un lugar donde las ideas toman forma y los sentimientos encuentran su lenguaje.

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