Medalla Carmen Serdán / Elena Poniatowska
A partir de 1873, año del nacimiento de Carmen Serdán, habría de surgir, en la ciudad de Puebla, un linaje de mexicanos y mexicanas extraordinariamente patriotas, ya que nos dieron la certeza de una nación intelectual que habría de encaminar a los mejores mexicanos y hacerla estallar 40 años más tarde.
Con los hermanos Serdán, los mexicanos adquirimos la creencia y podríamos decir que hasta la fe en el advenimiento del cambio social y la entrada de la modernidad a través de su patriotismo. La presea que ustedes me entregan aquí, en la ciudad de Puebla, me remite a patriotas de la talla de una familia absolutamente excepcional como fueron, para la honra de la historia de México, Natalia, Carmen, Aquiles y Máximo Serdán Alatriste.
Los hermanos Serdán han sido ejemplo de otros intelectuales y patriotas que ocupan un lugar preponderante en nuestra historia. Recuerdo que Guillermo Haro, con quien tuve el privilegio de vivir y tener tres hijos, sentía verdadera devoción por los Serdán, y me contagió su admiración, ya que la sede del Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE) en Tonantzintla fue clave en nuestra vida y en la de nuestros hijos, quienes más tarde tendrían el privilegio de festejar su matrimonio y el bautizo de sus hijos en la extraordinaria iglesia barroca de Santa María Tonantzintla. Haro se responsabilizó de la construcción de la primaria del pueblo, que también habría de dar observadores de muy buen nivel, como hizo, por ejemplo, la Universidad de las Américas Puebla, que atrajo a académicos e investigadores de Estados Unidos y Europa en beneficio de jóvenes que todos los días canjeaban su bicicleta por la enseñanza en sus aulas.
Como si esto fuera poco, de Puebla también he recibido el doctorado honoris causa de su Benemérita Universidad Autónoma, en 2002, y en 2013 pusieron en mis manos, además de muchos otros dones, el Premio a la Excelencia Académica por la misma universidad, Unidad Regional Tehuacán. Recuerdo con especial cariño un homenaje a Salvador Allende en la Biblioteca Palafoxiana, en la que doña Hortensia Bussi de Allende, refugiada en nuestro país, conmovió a sus oyentes.
Al director del INAOE, Guillermo Haro Barraza, le daría un sentimiento especial de agradecimiento y de alegría esta presea que ustedes me conceden, porque él, astrónomo, amó a Tonantzintla y a Puebla como a su vida, y Tonantzintla le regaló no sólo a las estrellas de su cielo nocturno, sino la cercanía de muchos futuros investigadores y científicos que observaron su cielo, hasta que la ciudad de Puebla creció a tal grado que los faroles se comieron la noche astronómica. Tanta iluminación hizo que Tonantzintla cambiara su observación al cielo de San Pedro Mártir, en Baja California.
Ahora que nuestra muy querida ciudad de Puebla decide entregar a una leguleya que lleva mi nombre el gran reconocimiento Carmen Serdán, emisaria intelectual con sus hermanos de la Revolución Mexicana, reitero con humildad la devoción que mis hijos y yo tenemos por la ciencia y la cultura de Puebla, así como la que sentimos por el cielo barroco de Santa María Tonantzintla y el recuerdo de uno de sus grandes investigadores: Guillermo Haro.
Vivir en Tonantzintla con nuestros tres hijos, Emmanuel –también científico, quien estudió en su tiempo en la Benemérita Universidad de Puebla–, Felipe y Paula, fue un regalo de las estrellas azules que el propio Guillermo descubrió en este cielo.
Hoy, 20 de noviembre de 2024, resulta emocionante recordar el 114 aniversario de la Revolución Mexicana y encontrarnos en esta mañana en la Puebla de los Ángeles, en cuyo zócalo y bajo cuyos faroles los amigos de Guillermo Haro paseamos tantos viernes y sábados, así como nos abrían la puerta de la maravillosa capilla de Santa María Tonantzintla, cuyos ángeles han sabido cubrir con sus alas la cabeza de hombres y mujeres leales al conocimiento humano.
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