Colaboraciones

La batalla diaria entre la fortaleza y la vulnerabilidad | Por: Gabriela Arbeu

Despertar cada día con dolor crónico es como enfrentarse a una montaña desafiante que hay que escalar desde el primer momento, y créanme, lo digo con conocimiento de causa, porque he subido la Malinche, el Nevado de Toluca y el Iztaccíhuatl. No es nada sencillo. Lo que para muchos son tareas rutinarias —levantarse de la cama, preparar el café, salir a trabajar— se transforman en metas enormes, que exigen toda la energía disponible. No se trata de que sean imposibles, pero el simple hecho de comenzar puede parecer una hazaña. El cuerpo se siente pesado, como si el dolor lo envolviera por completo, y cada movimiento es una negociación constante entre lo que se quiere hacer y lo que realmente se puede lograr.

Sin embargo, a medida que el día avanza, el cuerpo se adapta, y aunque el dolor no desaparece, la mente encuentra formas de seguir adelante. Trabajar en estas condiciones no solo requiere esfuerzo físico, sino también mental. Uno aprende a disimular, a sonreír cuando lo único que se desea es descansar. Esta dualidad entre la fortaleza exterior y la vulnerabilidad interna se vuelve la norma. Pero también trae consigo lecciones importantes: la necesidad de priorizar, de gestionar el tiempo con inteligencia, y de aceptar que a veces no se puede cumplir con todo lo planeado.

En este proceso, uno también descubre la importancia de la empatía. El dolor crónico te enseña que no todo el sufrimiento es visible y que, detrás de las sonrisas o la productividad de los demás, puede haber luchas internas que no siempre se reconocen. Esta comprensión profunda de la vulnerabilidad humana transforma la manera en que uno se relaciona con el mundo. Las expectativas cambian, tanto con uno mismo como con los demás, y se aprende a ser más comprensivo y flexible.

Al final, vivir y trabajar con dolor crónico no se trata solo de soportar, sino de encontrar maneras de florecer a pesar de las circunstancias. La fortaleza no reside únicamente en el hecho de seguir adelante, sino en saber cuándo parar, cuándo pedir ayuda, y cuándo reconocer que algunos días solo el intentarlo ya es un logro significativo. Cada día es una nueva oportunidad para encontrar un equilibrio entre la lucha y la aceptación.

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