Carol: Un eterno amanecer
12 de febrero de 2016.- La mirada de Cate Blanchett. Con eso se quedarán, electrizados, cuando salgan de la sala de cine después de ver Carol. Esa mirada que lo significa todo, que es como una novela completa en sí misma.
Electrizada estoy y, como he dicho en otras ocasiones, qué difícil es escribir de una película que me roba el corazón. Las palabras sobran: cualquier cosa que diga no le hará justicia a la experiencia.
Basada en la novela homónima de Patricia Highsmith (también conocida como The Price of salt), puede que Carol, de Todd Haynes, sea la mejor historia de amor que se ha filmado en los últimos 20 años. Como sucede en los romances clásicos, la cinta narra la historia de dos personajes que están dispuestos a todo con tal vivir su amor.
El twist es que se trata de dos mujeres. Ambas atrapadas en la asfixiante década de los 50 en un Nueva York, que parece sacado de una canción de Cole Porter, quizá ese himno a la libertad sexual que es “Anything goes”: alegre, sí, pero también con una oscuridad al fondo en la que pueden sobrevivir los amores prohibidos.
Therese (la fascinante Rooney Mara) trabaja en el mostrador de la juguetería, en una tienda departamental. Es un trabajo pasajero, lo que de verdad quiere es ser fotógrafa. Ésta es una cinta de gestos suaves, de miradas cruzadas. A la tienda entra Carol (Cate Blanchett, en plenitud de su poder histriónico) y la vida de Therese cambiará por siempre.
Tanto Mara como Blanchett están nominadas al Óscar, pero sus actuaciones no son lo único que esperar. El guión es perfecto, el diseño de la producción es primoroso y la fotografía es una proeza de elegancia.
Perfecto erotismo
Son las caricias leves, el roce de las manos, un suave empujón en el hombro lo que va escalando el erotismo entre Therese y Carol.
Mientras que Therese tiene un estilo de vida más bohemio (es una joven que trata de ser todo lo libre que su tiempo le permite), Carol es una mujer casada a punto del barranco. Su esposo, Harge (Kyle Chandler), está listo para ir a la guerra en los tribunales por la custodia de la hija de ambos. La razón, por supuesto, es la supuesta inmoralidad de la madre.
Es un tiempo en el que la sociedad estadounidense está a punto de conocer la contracultura, sin embargo, ser diferente en cualquier caso es todavía tabú. Si ser un hombre homosexual era el peor pecado, ser lesbiana era un transgresión todavía mayor. Horror: dos mujeres que se complacían y amaban a sí mismas sin necesidad de un hombre.
Therese no es su primer amor. Por años, Carol tuvo un romance con Abby (Sarah Paulson), su mejor amiga. Ambas, Carol y Therese, emprenden un viaje al oeste de Estados Unidos, pasando por pequeños pueblos y grandes ciudades. El viaje es una metáfora de descubrimiento. El road trip sirve para que la intimidad entre ambas crezca de manera gradual.
Pero contado así suena muy terrenal, y aunque la cinta de Todd Haynes no se anda por las ramas— es erotismo perfecto la escena en la que Carol y Therese se acuestan por primera vez— sí tiene una atmósfera etérea. Todo es como el sueño de un diseñador de moda: elegante, hasta suntuoso, pero medido, nunca sórdido ni vulgar. Como la novela de Patricia Highsmith, el guión desafía estereotipos y permite a estas dos mujeres amarse sin tapujos.
Haynes es un director a seguir. Sus otras cintas (la falsa biografía de Bob Dylan, I’m Not There y Far from Heaven) son películas preciosistas. La fotografía de Edward Lachman juega con los colores y las texturas de la época (los años 50) y tiene la cualidad de contar su propia historia, de tal suerte que las imágenes se ven vivas, si bien salidas de una fotografía antigua.
El romance de Carol y Therese es como un eterno amanecer. Se mantiene luminoso, aun rodeado de adversidad. Y la mirada de Carol será como un faro en plena madrugada.
Con información de: EL ECONOMISTA