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Ayotzinapa “estuvo a punto de desaparecer”

  • Dos visiones chocan sobre el pasado y presente de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, tras 10 años de la desaparición de los 43 estudiantes. Unos la ven como símbolo de lucha, otros como desproporcionadamente politizada.

Ciudad de México, 22 de septiembre del 2024.- Las paredes del vestíbulo que comunica con la explanada y a las gradas que dan acceso al área de la escuela en sí: salones de clases, dormitorios, comedor, canchas deportivas, están cubiertas con las placas con los nombres de los integrantes de muchas de las generaciones que han pasado por la escuela. Ni son todas ni las pone la dirección. No cabría el total de las generaciones que han estudiado aquí en los cien años que está por cumplir en 2026. Las colocan los mismos egresados como una forma de preservar su recuerdo en estas paredes.

Más allá de las placas conmemorativas, desde que se fundó Ayotzinapa en 1926 en lo que era una hacienda en Tixtla, en el centro de Guerrero, estas paredes acumulan historia. No sólo porque aquí estudió Lucio Cabañas Barrientos, el maestro rural que desde 1967 y hasta que cayó en combate en 1974 encabezó la guerrilla del Partido de los Pobres en la sierra de Atoyac; además, porque esa generación —donde estuvo también Félix Bautista Matías, Serafín Núñez Ramos y Arturo Miranda—, formó parte de la conquista de la autonomía universitaria y la caída del gobernador Raúl Caballero Aburto, acusado de la masacre estudiantil de los 60 en Chilpancingo.

En su libro El otro rostro de la guerrilla, Arturo Miranda, hoy un hombre de 85 años, doctor en ciencias de la educación, escribe sobre la normal: “a lo largo de su historia, la normal de Ayotzinapa se ha distinguido por haber sido semillero de luchadores sociales. En la lucha por la repartición de tierras y la conformación del ejido ahí estuvieron los maestros rurales en primera fila. (…) La llamada “educación socialista” de (Lázaro) Cárdenas, sin las normales rurales, hubiera sido apenas un propósito romántico”.

Este día, aquí, en la normal, la generación 90-94 trajo una corona de flores para el profesor Raúl Isidro Burgos, cuyo nombre lleva la escuela, antes del acto que fue más bien sencillo. Una mesa larga con un mantel. El director, el subdirector, un maestro de ceremonias y los profesores egresados que fueron saliendo uno a uno conforme los nombraban de bajo de la sombra de los árboles donde se cubrieron del sol de las 12:00 del día. Fue más como una excusa para reunirse y recordar cuando estudiaron aquí.

Y aunque desde hace 10 años Ayotzinapa carga con la desaparición de 43 estudiantes no hubo mayor mención del tema. Como si los exalumnos hubieran regresado a los 90 donde nada del 26 de septiembre había ocurrido. Tampoco cantan el himno de la escuela, que se parece a la Internacional Socialista, ni echan ningún tipo de arengas alusivas. Y como las instalaciones poco han cambiado desde entonces, pareciera que no han pasado 34 años desde que llegaron aquí por primera vez.

Afuera, bajo un cobertizo de lámina, un grupo de diez chicos de nuevo ingreso come pollo rostizado con tortillas de máquina, salsa y chiles en vinagre. Trae consigo mochilas, palas y rastrillos para la semana de iniciación que comienza este día. Es lunes 22 de julio. Muchos otros ya están adentro y ellos esperan autorización para pasar. Son 165 alumnos de nuevo ingreso. Se trata de una especie de novatada que se guarda con mucho celo porque no se deja entrar a nadie ajeno a la escuela.

Con información de: https://www.eluniversal.com.mx/

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