Charlas de taberna | De empacador a entrenador de la selección | Marcos H. Valerio
En un rincón de la infancia de Miguel “El Piojo” Herrera, el lujo y la abundancia eran sueños lejanos. La realidad en su hogar era más bien austera, marcada por una lucha diaria por lo esencial. “En mi casa no había dinero, no había opulencia, vivíamos al día”, recuerda mientras relata el sacrificio y tenacidad que forjaría su destino.
Desde muy joven, se enfrentó a las dificultades económicas con una determinación inquebrantable. Entre sus primeros trabajos fue de cerillo, empacando compras en una tienda, una labor que implicaba largas jornadas, a veces hasta la noche. No era un trabajo fácil, pero era una forma de ayudar en casa.
También trabajó armando despensas para los voceadores y lavando platos en un restaurante, tareas que con el tiempo se convirtieron en parte de su rutina. La imagen de llevar una despensa con una botella para celebrar la Navidad o el Año Nuevo quedó grabada en su memoria, un símbolo de la humildad y la perseverancia de su familia.
La vida en esos días no era sencilla, pero Miguel Herrera siempre encontró pequeñas alegrías. Su madre tenía un amigo que hacía bolsas de Hello Kitty, y ayudó a estamparlas como una forma de ganar algo de dinero extra.
Pero su verdadera pasión siempre fue el fútbol. En su colonia, comenzó a jugar el deporte que amaba. En aquel entonces, el fútbol no contaba con las fuerzas básicas y academias estructuradas que conocemos hoy, y los “talacheros”, jugadores que cobraban por su participación, eran común en el futbol llanero.
El amor por el fútbol llevó al “Piojo” a una oportunidad inesperada. En medio de su labor y sus partidos en la colonia, se presentó una chance de jugar para un equipo profesional, los Cachorros del Neza, enclavados en la Segunda Sección Metropolitana de Ciudad Nezahualcóyotl. Era un club filial al “Coyotes Neza”. Así, comenzó su carrera en el fútbol profesional, un sueño que parecía inalcanzable en aquellos días de dificultades económicas.
Miguel “El Piojo” Herrera no solo es conocido por su trabajo como entrenador de la selección nacional, sino también por su historia de vida inspiradora. Desde aquellos días de empacar despensas y lavar platos hasta convertirse en una figura prominente en el fútbol, su viaje es un testimonio de la fuerza de voluntad y la perseverancia.
UN “PIOJO” CHILLÓN
Miguel Herrera, el carismático y apasionado exfutbolista y entrenador, conocido por su fuerte temperamento y su inquebrantable determinación en la cancha, también ha experimentado la vulnerabilidad que nos hace humanos.
A lo largo de su vida, ha aprendido que el llanto no es sinónimo de debilidad, sino una expresión genuina de lo que significa estar vivo, de tener sentimientos que van más allá del triunfo o la derrota.
“El Piojo” Herrera confiesa que, pese a su fama de hombre duro, ha llorado en más de una ocasión. No solo por la tristeza de perder a alguien querido, sino también por la alegría incontenible de alcanzar metas que parecían inalcanzables.
«El llanto y la tristeza son parte de la vida», dice con la voz cargada de emoción, «son parte esencial de que eres un ser humano. Tienes sentimientos y a veces lloras de impotencia, de frustración, de tristeza o de alegría».
Para él, la felicidad es algo inmenso, un sentimiento que llena el alma, pero reconoce que es en la tristeza donde realmente aprendemos a aceptar los golpes duros de la vida.
«Hay momentos que uno no quisiera vivir, como cuando se van tus seres queridos. Esos que se adelantan y nos dejan un vacío inmenso, un dolor que llevamos con nosotros», reflexiona.
Aunque afirma que no es de «chillones», Miguel Herrera admite que ha habido momentos que lo han hecho derramar lágrimas de felicidad. Uno de esos momentos fue cuando, tras años de lucha y esfuerzo, logró llevar al América a la cima del fútbol mexicano.
Recuerda con especial cariño el campeonato de 2013, cuando, después de un largo periodo de sequía, el equipo volvió a coronarse como campeón bajo su liderazgo. «Desde 2005, el América no había ganado nada. Yo lo tomé y en 2013 lo hice campeón. Fue una gran satisfacción, y por supuesto que lloré», confiesa con una sonrisa que esconde la intensidad de aquel momento.
Miguel Herrera, en su recorrido por la vida, ha aprendido que la tristeza y la alegría son dos caras de la misma moneda. Ambas nos enseñan, nos moldean, y nos recuerdan que, al final del día, somos seres humanos con un corazón que late, siente y, a veces, llora.