Amparo Dávila recibe emocionada la Medalla Bellas Artes
Considerada una de las cuentistas mexicanas más notables de la segunda mitad del siglo XX en Hispanoamérica, Amparo Dávila nació Pinos, Zacatecas, un pueblo minero semi abandonado, el 21 de febrero de 1928.
Ella, quien busca revelar una realidad oculta, bien acurrucada a través de la mezcla de lo real y lo fantástico, recibió esa presea anoche, postrada en una silla de ruedas, cansada y sin embargo con clara vitalidad y lucidez.
“Trato de lograr en mi obra un rigor estético, basado no sólo en la perfección formal de la técnica y en la palabra justa, sino en la vivencia. Y la perfección formal no me interesa, porque la forma no vive por sí misma; es sólo, digamos, la justificación de la escritura”, expuso.
Añadió que hay textos técnicamente bien escritos pero nacen muertos porque no quedan en la memoria de quien los lee. No cree en la literatura construida sólo a base de la inteligencia o la pura imaginación, sino en la vivencial.
“La vivencia es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido, la que hace que perdure en la memoria y en el sentimiento, y constituye su fuerza interior y su más exacta belleza”, acotó.
Minutos antes, al tiempo que entregó a la cuentista medalla y el diploma que acreditan el reconocimiento que le hace el INBA, María Cristina García Cepeda dijo celebrar la vida y la obra de Amparo Dávila, a quien calificó como escritora dueña de un oficio innato cuyos textos ocupan un lugar privilegiado en la literatura fantástica latinoamericana.
La reunión en torno a esa escritora, a la que asistieron familiares y amigos, tuvo como eje una de las artes que sobre todo se disfrutan en soledad, “porque nos habla de nosotros mismos haciendo música con las palabras. La literatura expresa nuestra naturaleza de tal forma que nos atrapa y hace vivir las experiencias de otros”, abundó la titular del INBA.
Subrayó que la obra de Dávila sumerge en un mundo donde lo sobrenatural, lo mágico y lo inexplicable hechizan haciendo creer en un mundo impenetrable.
“Festejamos el tesón y el arrojo con los cuales ella ha construido una obra, única en las letras españolas por su estructura perfecta y capacidad para convertir lo trivial en algo amenazador”, dijo García.
Para la funcionaria, la obra de Dávila es una narrativa que explora las orillas del sueño, de la locura y de la muerte, escenarios donde su pluma ha penetrado con curiosidad, lirismo y humor negro.
“Sus relatos nos han enfrentado a lo más oscuro de la esencia humana, a la angustia, el miedo, lo sobrenatural, lo misterioso y lo siniestro, evidenciado la delgada línea que separa la cordura de la sinrazón”.
El INBA, abundó, le otorgó la Medalla Bellas Artes como un homenaje al talento literario y a la habilidad narrativa “con los cuales ha creado relatos inolvidables que nos han hecho estremecer y que siguen cautivando a las nuevas generaciones. Es un privilegio celebrarla como una voz que renovó el género del cuento en México y reconocer la brillante trayectoria que le ha valido ser una de las narradoras más notables en lengua española”.
Mirándola fijamente a los ojos, finiquitó al asegurar que “usted, querida Amparo, es un ejemplo de que el arte debe ser una larga y terca pasión”.
Dicho lo anterior, García Cepeda se acercó hasta la homenajeada y, en una emotiva escena, se fundieron en un abrazo fraternal. Ambos rostros, conmovidos, se rosaron al tiempo que sus manos se estrechaban.
Las primeras obras literarias de la narradora y poeta zacatecana fueron los poemarios “Salmos bajo la luna” (1950), “Perfil de soledades” (1954) y “Meditaciones a la orilla del sueño” (1954), a las que siguieron “Tiempo destrozado” (1959), y “Música concreta” (1964), “Muerte en el bosque” (1985), así como sus “Cuentos reunidos en el 2009.