Crean ‘muro del dolor’ en la Basílica
Ciudad de México, 04 de abril del 2021.- A un costado de la Basílica de Guadalupe, bajo la estatua de Juan Pablo II, al pie del Cerro del Tepeyac, miles de papelitos amarillentos con los nombres de los que han muerto en la pandemia del Covid se secan al sol.
«A un mes de tu partida, Armando, dejaste un gran vacío en nuestro corazón. Vela por todos y vela por mi Armando Mateo», «Mamita linda, te extraño mucho. No sabes qué falta me haces», se lee en ese muro del dolor. «Señor: ten eterno en el cielo a Ernesto Ortiz Ramírez por Covid 44 años».
Miles de súplicas, fotografías, flores y veladoras son apenas una muestra de los más de 204 mil mexicanos fallecidos y más de 2 millones que han caído enfermos en todo el País.
Tiene como tres, cuatro meses, que empezó a venir la gente a dejar su veladora y a poner su intención por los que han muerto por Covid», dice una vendedora de veladoras, rosarios y estampitas de la Virgen de Guadalupe. «No todos son muertos, porque algunos son enfermos», añade.
«Vine porque tengo la misión de dejar la fotografía de la mamá de mi novia, que falleció de Covid», dice Alejandro Reséndiz, un duranguense de 37 años. «Yo no sabía que íbamos a venir a esto, porque yo también hubiera querido honrar a dos personas que también se fueron por Covid», añadió su prima Mercedes Puente, de 46 años.
Los papeles se comenzaron a acumular hace cuatro meses, contaron los trabajadores de la Basílica. «Mucho dolor, mucho dolor», dijo uno de ellos, con overol beige que cambiaba las rosas secas por rosas frescas.
Recuerda que esa zona ya era espacio de oración, pero hace tres meses la población comenzó a dejar más veladoras y a colgar «intenciones», que un sacerdote llega cada día a bendecir. «Yo estoy bien, gracias a Dios no nos ha tocado todavía», señala.
Quienes entran al pequeño espacio sin techo, encienden su veladora y miran la flama fijamente en silencio. Es Semana Santa y desde el atrio de la Basílica los sacerdotes ofician la misa que acaba con una recomendación para el Sábado de Gloria a los reunidos sobre la plaza: «Tengamos cuidado hermanos, no es el momento, no es la manera, habrá otras maneras de alegrarnos».
No hay una estadística de los católicos fallecidos por el virus, pero un País con 92.1 millones de fieles es claro que la mayoría lo son. Tan sólo el Centro Católico Multimedia ha documentado 245 religiosos muertos: 5 obispos, 221 sacerdotes, 11 diáconos y 8 religiosas.
En esa esquina de concreto y piedra al pie del Tepeyac, un matrimonio de Monterrey acusa que la Policía del Estado de México los extorsionó con 8 mil pesos por la mañana. Un hombre de Iztapalapa con muletas pedía dinero porque hace 15 días le cortaron un dedo del pie por una úlcera. Una familia de campechanos, la mamá, el papá -un chofer del camión de la basura en Denver, Colorado-, dos niños, una joven empujando un carreola, cumplían su sueño de 15 años de conocer la Villa. «También vine a pedir por mi salud, traigo inflamado aquí una parte de acá que no sé cómo se llama, el apéndice creo, por eso venimos», dice el chofer.
Del otro lado de la Basílica hay una fila de personas bajo el sol. Ahí un sacerdote bendice palmas de Semana Santa, estampas de vírgenes, rosarios, alguna imagen con que los sobrevivientes se impulsan de nuevo hacia el futuro.
Angélica Ramírez, de 51 años, y Claudia Ramírez, de 53, dos hermanas de la Colonia San José de la Escalera, Gustavo A. Madero, enfermaron de Covid el 24 de diciembre, cargan un cuadro de San Martín Caballero, «patrono de los comerciantes». Una hermana mayor también sobrevivió, pero no pudo ir, un hermano falleció antes, en junio.
«Yo fui la que me puse peor», explica Angélica, con una sonrisa apenada, de sobreviviente, con San Martín Caballero abrazado porque el lunes inicia su negocio de abarrotes. Le falta el refrigerador, la rebanadora, la báscula, pero es lo que pudo iniciar con su liquidación de 15 mil pesos como asistente en una oficina. «Es que ya no me contratan por la edad, aunque no estoy tan vieja», dice, como si solo fuera la edad y no la crisis económica.
La luz de la tarde les saca brillo a sus mejillas. Se ven tan contentas después de lo que han pasado. «Yo cuando me vi en el espejo me desconocí, yo era una calaca. Ahorita ya estoy mucho muy repuesta, pero me siguen doliendo los pies, nos cansamos. A mí se me cae el cabello a raudales», comenta Angélica. Quería llorar cuando recordó a su hermano, un empleado de Bimbo de 51 años, pero su hermana le dio palmaditas y la fila comenzó a avanzar para la bendición. Ya pensó en el nombre para su abarrotería: «Yo creo que Quita, porque yo soy Angélica y de niña me decían angeliquita y todos me dicen Quita».
Con información de: https://www.reforma.com/