Charlas de taberna | Por: Marcos H. Valerio | Entre pandemia y sustento
Una de las Ciudades más golpeadas por la pandemia por covid-19 es la Ciudad de México, en un año se han cerrado alrededor de 13 mil 500 establecimientos; el último golpe, fue en diciembre pasado, cuando se declaró el semáforo rojo, lo que provocó que el sector restaurantero hiciera otro recorte de personal de 10 por ciento.
Detrás de todos estos números alarmantes hay familias desesperadas que claman regresar a sus puestos de trabajo. En esta ocasión, tanto es culpa del gobierno por la pésima aplicación de su política sanitaria, como de la propia sociedad que no entiende razones y lo mismo realiza fiestas o reuniones que acude a plazas donde hay aglomeraciones.
Historias de familias sin empleo hay miles, que pelean por sobrevivir, es el caso de Elisa, madre soltera con dos hijos que laboraba en un comercio de comida en el Centro Histórico, al quedarse sin empleo con sus pocos ahorros, instaló un puesto informal, semanas después al declararse el semáforo rojo en alerta tuvo que quitar su negocio.
Los gastos siguieron, el arrendador no le perdonó la renta, por lo que tuvo que buscar trabajo en lo que fuera, deambuló por las calles de La Merced por donde pulula la prostitución. El cansancio la agotó y paro un momento, en ese instante un hombre de mediana edad y ropa percudida la interceptó para preguntarle: ¿Cuánto?
-¿Cuánto de qué?, respondió sorprendida Elisa, ¿Qué hay qué hacer, me estas ofreciendo chamba?
“Acaso no estas taloneando”, contestó el sujeto, quien apestaba a sudor mezclado con hierbas podridas, por lo que se podría adivinar que era diablero o cargador.
La mujer se sintió indignada, titubeó, caminó un par de pasos y tras un movimiento repentino regresó y encaró al individuo. ¿Cuánto pagas?
“Por ese cuerpecito, esa carita, dientes bien alineados y pelo perfumado, hasta 500 pesos, no más. Eso sí, una hora y hasta una chelita te disparo”, fue el ofrecimiento del hombre.
Elisa, aceptó.
Ya rumbo al cuarto, el sujeto le confesó que era asiduo cliente de las sexoservidoras de la zona, sin embargo, por la actitud de ella, notó que no lo era. Por lo que le recomendó, que si pretendía continuar con la actividad, debía cuidarse de los padrotes o lenones, ya que son quienes controlan el lugar y de sorprenderla le iría de la chingada, “mínimo te violan”, le advirtió, “después te esclavizan, te hacen trabajar para ellos, toman de rehenes a tus hijos para que no te escapes”.
El individuo, conocedor de cada movimiento en el barrio, le dio detalles de los grupos delictivos que operan, incluso las calles que no vigilan. Asimismo, le sugirió vestir discreto pero coqueto, trabajar con clientes, asignar un punto de reunión como la estación del Metro “y de ahí te diriges al hotel o vecindad donde consigas un cuarto”.
La mujer contestó que no lo volvería a hacer, pero su mente tejía otra idea. Ese día, estuvo con dos parroquianos más. Siguió cada consejo antes mencionado.
Desde entonces, Elisa sale a diario en busca del sustento, deambula entre las calles de La Merced y La Candelaria, viste discreto pero con pantalones ajustados, cuida cada movimiento, ya conoce a los padrotes a quienes los evita, a veces, cuando no hay jale, hasta por Calzada de Tlalpan anda en busca de clientes.
Mientras camina, piensa “que en algún momento se van a componer las cosas, la pandemia se va a ir, regresará a su trabajo de mesera. Pues aunque esta actividad es muy socorrido es peligrosa, pues si no te matan de una golpiza te mueres de una enfermedad”.
Cabe destacar que antes de la pandemia, la industria restaurantera daba empleo vía nómina a 2.1 millones personas y además a 3.5 millones que formaban parte de sus cadenas de proveeduría, insumos y demás.