Charlas de taberna | Por: Marcos H. Valerio | Se le aparece el diablo.
Fidel es un campesino que a diario se interna entre las brechas de los cerros de la alcaldía de la Magdalena Contreras, en la Ciudad de México. Para llegar hasta su campo de trabajo se traslada en su vieja camioneta. En ocasiones, su pequeño hijo de nueve años lo acompaña.
Una noche tuvo tanto trabajo que regresó a su casa ya de madrugada. Los árboles que abrazan las veredas por donde circulaba y la espesa neblina oscurecían más el camino. Los faros de su vieja troca apenas iluminaban la terracería.
En una curva, muy cerca de los Dínamos, Fidel divisó a un hombre a medio camino con cara de toro, sus ojos vidriosos penetrantes no dejan de observarlo. Inmediatamente se acordó que su hijo iba somnoliento a su lado, por lo que le pidió se recostara en el asiento. El pequeño accedió y se acurrucó.
Cuando su miraba volvió a la curva, el hombre diablo ya no estaba, metió velocidad y no paró hasta llegar a su casa.
Antes, su visión se le nubló, tuvo fuertes dolores de cabeza, sintió somnolencia e incluso, en algún momento, sus brazos estaban tan cansados que apenas podían moverse. Sin embargo, pudo controlar sus sensaciones para llegar a su hogar.
Pese a todo su hijo siguió dormido, hecho que le reconfortó. Así que llegando a casa lo llevó a dormir a su cama y decidió nunca contarle al pequeño lo sucedido en el camino.