Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Rencor pudre corazones
Los aprendices de un antiguo monasterio se sumergían en rencores, peleas y acusaciones falsas, por lo que el monje más sabio los convocó en la cocina.
A cada uno le entregó una mochila de lona y frente a un montículo de papas explicó que los rencores contra familiares, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos y a veces hasta contra nosotros mismos son resguardados en nuestros corazones.
Por lo que pidió un momento de reflexión en silencio para detectar dicho sentimiento, “todas aquellas ocasiones en las cuales no perdonaron una ofensa, agravio u otra acción que les haya producido dolor”.
Ahora, agregó, “tomen una papa y escriban en ella el nombre de la persona involucrada y colóquenla en los bolsos que les di. Repitan esta acción hasta que ya no encuentren más casos en su memoria y corazón”.
Los aprendices siguieron la instrucción y poco a poco fueron llenando sus respectivas mochilas.
Nuevamente, el monje sabio ordenó: “Ahora, durante dos semanas deberán cargar en su espalda la mochila sin importar a dónde vayan o qué tengan que hacer”, enfatizó.
Pasados quince días, el sabio volvió a reunir a los aprendices y preguntó: ¿Cómo se han sentido? ¿Qué les ha parecido esta experiencia?
Tras un profundo silencio, el aprendiz más joven comentó: “es una carga realmente pesada, podría considerarla hasta excesiva. Estoy cansado y me duele la espalda”.
Otro prosiguió: “No es tanto el peso, sino el pestilente olor que empiezan a emitir las papas podridas”.
Un tercero dijo: “Cuanto más pensaba en las papas, más me pesaban y más percibía ese olor nauseabundo”.
A lo que el maestro interrumpió: “eso mismo sucede en nuestros corazones y espíritu cuando en lugar de perdonar guardamos rencor. Al no perdonar a quién nos hirió creemos que le estamos haciendo daño, pero, en realidad, nos perjudicamos a nosotros mismos”.
“No sabemos si al otro le importa o no recibir nuestro perdón, pero cierto es que el rencor que vamos acumulando afecta nuestra autoestima, nuestra capacidad de vivir a plenitud, de amar, de ser felices y de desarrollarnos emocional y espiritualmente”.
“El rencor se convierte en una fuerte y desagradable carga que lamentablemente se va haciendo más pesada cada vez que pensamos en lo ocurrido. El rencor va secando y pudriendo nuestro corazón. Aprendamos a perdonar al otro aún si no se ha disculpado, aún si no se lo merece”.
“No pensemos si ese perdón será de utilidad para el otro, lo importante es que con toda seguridad a nosotros mismos nos fortalecerá”.