Dora María Téllez (Matagalpa, 1955) era Comandante 2 cuando con solo 22 años participó, como tercera al mando, en la toma del Palacio Nacional de Managua, el 22 de agosto de 1978, uno de los golpes con los que el Frente Sandinista de Liberación Nacional aceleró la caída de la dictadura de Anastasio Somoza. Un año después, Téllez lideró la toma de León, la primera ciudad en caer del lado sandinista antes de la entrada victoriosa en Managua, el 19 de julio, un triunfo del que este viernes se cumplen 40 años. Una algarabía, la que produjo entonces la revolución sandinista, en las antípodas de la deriva autoritaria que ha alcanzado el régimen de Daniel Ortega cuatro décadas después.
Téllez rompió hace más de dos décadas con el otrora admirado líder y junto a otros sandinistas como el escritor Sergio Ramírez fundaron el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), que el orteguismo ha perseguido hasta la saciedad. Desde la rebelión de abril del año pasado, se ha visto obligada a resguardarse en al menos seis casas de seguridad, después de que su casa fuese allanada. A través de Skype, la exguerillera e historiadora asegura que este viernes, ante la prohibición de Ortega de salir a manifestarse, junto a miles de personas cerrará su casa en señal de protesta. “Un portazo a la dictadura”.
Pregunta. ¿Qué se le pasa por la cabeza cuando piensa en la revolución?
Respuesta. Los nicaragüenses invertimos muchísimo esfuerzo, trabajo y sangre para derrocar la dictadura de los Somoza y, evidentemente, los procesos de democratización fueron insuficientes porque volvió a instalarse otra dictadura. Una dictadura forjada en la matriz propagandística de la revolución sandinista. Digo la matriz propagandística porque no tiene nada que ver con el sandinismo lo que está sucediendo. Tiene que ver con un adefesio que se llama orteguismo, una maquinaria de poder político que ha ocupado el Frente Sandinista, un partido que no pudo conformarse como una formación con vocación democrática jamás.
P. ¿Qué queda de la revolución?
R. Las revoluciones no son eternas, esta terminó en 1990. El legado principal está en la cabeza de las personas, en la conciencia de la ciudadanía, que es lo que produce la rebelión de abril del año pasado
P. ¿Qué tuvo de particular la revolución sandinista?
R. Fue heroica en el sentido de que se enfrentó a una dictadura que tenía 30 años y que había sido sólidamente respaldada por Estados Unidos. Era una lucha desigual. Además, se trataba de una revolución triunfante desde la perspectiva de los movimientos de izquierda que habían venido creciendo desde los años sesenta. Coincidió con esta generación que participó en las acciones del 68 en Europa y que tenía en el imaginario cambiar el mundo en África, en Asia, en América Latina. Además, está la imagen de Sandino, que había tenido un correlato importante en materia de respaldo internacional. Lo otro novedoso fue el vínculo de la revolución sandinista con una corriente del cristianismo que había tomado mucha forma después del Concilio Vaticano Segundo, que tenía que ver con toda esta opción por los pobres.
P. ¿Cuáles fueron los grandes errores de los líderes de la revolución?
R. El primer punto es que la revolución no hizo una crítica a profundidad del sistema político que derrotaba. La izquierda en los años setenta y ochenta era una izquierda que veía las cosas de la manera siguiente: tenía un compromiso con los pobres, con la justicia social, no era una izquierda que tuviese un enfoque de género, vamos a decirlo así, o un enfoque medioambiental. Esos no eran temas siquiera. Era una izquierda enfocada hacia la justicia social y los pobres, pero el compromiso democrático no estaba desarrollado simplemente. Cuando triunfa la revolución, no está hecha la crítica al modelo político. La evidencia está en que en la Constitución de 1987 reproduce el modelo autoritario que ya tenía la dictadura de los Somoza. Al final, la matriz autoritaria en materia política fue muy fuerte. Yo creo que la no comprensión de eso fue un asunto sumamente clave, sobre todo, en el campo, que después engrosó las filas de la contrarrevolución.
P. ¿Siente que se dio cuenta demasiado tarde de esa falta de crítica?
R. Yo no sé qué cosa es demasiado tarde. Para nosotros este es un debate que llega a su punto crítico en 1990, pero que se venía haciendo desde antes. Ya en 1994 vemos que no había nada que hacer, que todos estos planteamientos estaban siendo completamente rechazados por una maquinaria dominada por Daniel Ortega.
P. ¿Por qué Ortega se convierte en la figura de la revolución cuando en la dirección del Frente había nueve personas, la mayoría más preparadas?
R. Hay gente que dice que porque se consideraba que Ortega era el menos riesgoso. La verdad es que la tendencia tercerista fue hegemónica en la lucha contra la dictadura y Ortega estaba a la cabeza de esa tendencia junto con Humberto, su hermano. Era lógico que siendo hegemónica, al triunfo de la revolución, estuviera representado en la Junta de Gobierno y de ahí derivó a la presidencia. Ese no fue el problema, porque hay muchos presidentes que no desarrollan el modelo de Ortega. En su caso, después de la derrota electoral [de 1990], comenzó un manejo deliberado de su personalidad que luego se extendió a la familia.
P. ¿Cree que se deben investigar los desmanes y excesos que pudo haber en la revolución?
R. Creo que este es un país que tiene heridas. No solo de esa época, sino desde mucho antes. Este es un país que va pasando la página, pasando la página, pasando la página y la pasada de página no logra resolver el problema. Tiene que haber una comisión de la verdad que abarque desde 1950 a la fecha. Lo que estamos enfrentando ahora es la consecuencia de una falta profunda de cultura democrática en el país. Ortega, con su Ley de Amnistía, está funcionado como en el año setenta, va a pasar la página. Esta es la primera vez en la historia de Nicaragua que una rebelión reivindica la justicia. Nunca se ha hecho y yo creo que ese es un hecho notable y valiosísimo, que no se pase la página. Si quiere revisar para atrás, pues que revise, yo creo que cada generación se coloca frente a los de atrás como le dé la gana. Cada quien que enfrente sus responsabilidades. Es importante que se acabe el juego de pasar página.
P. ¿Qué queda del sandinismo?
R. Del sandinismo quedamos los sandinistas, que estamos luchando contra el orteguismo. El Movimiento Renovador Sandinista está en frontal oposición a Daniel Ortega desde hace ya 16 años. Donde no queda sandinismo es en el Frente Sandinista, ahí sólo queda el orteguismo. Ahí el sandinismo quedó completamente vaciado de contenido. Lo que hay es un Frente Orteguista en realidad.
P. ¿En que le cambió la revolución?
R. Fue un aprendizaje. El haber pasado por la lucha armado ha hecho que quienes estuvimos en la revolución defendamos a fondo el que esta revolución de abril [de 2018] sea cívica. . Yo soy lo que he vivido. Yo ni huyó, ni reniego, ni me arrepiento ni tampoco tengo nostalgia del pasado.
P. ¿No se arrepiente de nada?
R. No, mi vida no la vivo en arrepentimientos. Más bien, si considero que cometí un error, veo cómo rectificarlo, pero el arrepentimiento es de la gente que se queda con los brazos cruzados, pero no cambia.