Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Descuartizó e incineró a sus padres.

No hay crimen perfecto ni secreto que no salga a la luz, en ocasiones los nervios los traicionan; en otras, alguien los delata, al final lo más oscuro se esclarece. La procuración de justicia es otra historia.

Miguel Ángel, de 19 años de edad, es hijo único, de clase media. Sus padres le cumplían todos sus caprichos. Desde adolescente empezó a mostrar comportamientos psicópatas: insultaba, humillaba y golpeaba a sus progenitores si no cumplían su voluntad.

En los últimos meses su conducta empeoró, la mayor parte del día estaba en la calle con “sus amigos”, no acudía a la escuela: el alcohol y las drogas eran su refugio. Incluso, empezó a robar y así conseguir dinero para sus vicios.

Sus padres, preocupados por el mal comportamiento de su hijo, le propusieron llevarlo a un centro de desintoxicación, lo que originó enojo al seudoestudiante de técnico en administración.

Una tarde sustrajo de la tarjeta bancaria de su madre Patricia Elena, acudió al cajero automático para sacar dinero. Al enterarse su padre Marco Antonio le advirtió que a primera hora del siguiente día lo llevaría a un lugar donde le pudieran tratar su adicción.

Miguel Ángel Marín, colerizado, se fue a su habitación, donde planeó el doble homicidio y cómo borrar las huellas del crimen.

En la mañana del viernes, su madre se preparaba para irse a trabajar como prefecta de una secundaria; su padre se alistaba para acompañar a su hijo.

Al ver a su papá en la sala aprovechó un descuido para aventarlo; el papá cayó y por el fuerte golpe en la cabeza entró en estado de shock.

La mamá, atemorizada, recriminó y gritó que lo iba a denunciar con la policía, por lo que tomó el teléfono. De inmediato, el joven se dirigió a la cocina para tomar dos cuchillos de 40 centímetros, caminó a la sala, puso música y subió el volumen para que no se escucharan los gritos.

En ese momento, la mujer intentaba reanimar a su cónyuge al tiempo que con su otra mano marcaba un número telefónico, descuido que aprovechó su vástago para clavarle el arma blanca en su estómago en tres ocasiones.

Una vez muerta arrastró su cuerpo hasta el baño; regresó a la sala y descubrió que su padre aún estaba vivo, por lo que primero lo degolló y después le dio dos piquetes en el corazón.

Guffy, su perro de color blanco, veía toda la escena y a su vez ladraba de desesperación, quizá no podía comprender tal suceso, incluso Miguel Ángel intentó calmarlo dándole un bistec, pero el animal le huía, lo quiso amarrar y lo único que logró fue mancharlo de sangre. Después de unos minutos pudo controlarlo y asearlo.

Más tarde continuó su plan. En el baño puso los dos cuerpos bajo la regadera para que la sangre se fuera por el drenaje, al tiempo que salió a la tienda para comprar productos de limpieza con lo que pretendía borrar las evidencias de sus crímenes.

Al detectar que no fluía el agua mezclada con sangre coagulada fue al súpermercado por más cloro y ácido muriático. También compró siete bolsas de plástico, dos cintas canela, un garrafón y una caja grande de cartón.

Regresó a su domicilio ubicado en la colonia Merced Balbuena, alcaldía de Venustiano Carranza.

Primero envolvió el cadáver de su madre en una de las bolsas y la metió en la caja; como su padre pesaba mucho y no cabía, con un marro y un cuchillo le desprendió los brazos y las piernas.

Esperó hasta el amanecer del sábado y, con un diablo de carga, sacó los cuerpos a la pensión donde guardaban su automóvil; allí los mantuvo ocultos durante el día, mientras que, él decidió relajarse yendo al cine.

Cerca de las 20:00 horas llevó los cadáveres al municipio de Mixquiahuala, Hidalgo, donde sus progenitores tenían una casa y para simular que habían salido de vacaciones empacó tres maletas.

Al llegar a la primera caseta de cobro de la autopista México-Querétaro hizo una escala en la gasolinera, llenó el tanque del vehículo y el garrafón con combustible.

Pasó por la casa de sus papás, en Mixquiahuala, sólo se detuvo para aventar su mochila por la barda. Durante su trayecto recordó que la carretera que dirige a Actopan es solitaria, por lo que tomó dicho rumbo.

Cerca de las 4:45 de la madrugada del domingo observó un terreno lleno de milpas por lo que aprovechó la oscuridad para internarse en los sembradíos.

Luego de sacar los documentos de identidad y arrojarlos a unos 20 metros, roció de gasolina al vehículo y con vendas hizo una mecha de varios metros que introdujo por el tanque de combustible y le prendió fuego.

Alcanzó a correr unos 40 metros cuando escuchó la explosión del automóvil y de lejos alcanzó a divisar como las llamaradas consumían los cuerpos y el vehículo.

En su casa de Mixquiahuala se cambió de ropa y de inmediato regresó en autobús a la Ciudad de México. Apenas había llegado a su vivienda cuando fue contactado vía telefónica por las autoridades hidalguenses para notificarle del hallazgo de sus familiares.

Acudió ante el Ministerio Público de la Procuraduría de Justicia del Estado de Hidalgo como testigo de identidad, donde le notificaron que iban a realizar una inspección ocular en su vivienda de la Ciudad de México, pues creían se trataba de algún ajuste de cuentas o problema con narcotraficantes.

Los cuerpos policiales estatales solicitaron el apoyo a la procuraduría capitalina para realizar dicho peritaje. Acudieron a las instalaciones de la policía, en la Ciudad de México. Ahí, servidores públicos de la capital observaron que el brazo derecho del joven tenía quemaduras, al cuestionarlo, se puso nervioso y tartamudeaba.

“¡Tú los mataste!”, le reiteraban los policías.

Miguel Ángel ya no pudo controlarse, soltó en llanto al momento que confesaba su doble crimen. Actualmente, purga una sentencia de más de 70 años de cárcel.

ooOoo

 

Botón volver arriba