Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Dolor que se sintió en el alma y en los huesos.

Era una mañana tranquila. De pronto, el silencio que había en la Agencia del Ministerio Público se vio interrumpido por un grupo de personas que venían de un hospital.

Preguntaron: ¿Quién es el responsable? Apenas supieron el nombre, se plantaron frente a su oficina para pedir que los atendiera.

Ya en el despacho comentaron que eran los padres del bebé de dos meses de edad que tenían en el anfiteatro y quien falleció por una deficiencia en el corazón. Debido a que había estado mucho tiempo en el nosocomio fue imposible bautizarlo, por lo que le suplicaban los dejara entrar con un sacerdote para que lo bendijera y diera el sacramento.

El responsable de la agencia respondió que respetaba sus creencias religiosas, pero que él tenía que acatar lo que dice la ley, por lo que era imposible su pedimento. Les dijo que dicha acción se podría malinterpretar y que, aunque también él era católico, no podía aprobar dicha petición.

La pareja suplicó durante varios minutos, pero la respuesta del servidor público fue la misma. Sin embargo, no podía borrar de su mente el ruego de dichos padres.

Horas después regresaron los familiares del recién nacido implorando con lágrimas, decían que más tarde sería imposible que su hijo recibiera el sacramento del bautismo.

El Ministerio Público, al ver la escena, recordó y reflexionó aquel consejo que un maestro de la universidad le dijo: “Cuando te encuentras en un dilema de justicia y derecho; inclínate por la justicia”.

Estaba aturdido, no sabía qué hacer. “No quiero llevarme en mi conciencia la desgracia de esas personas”, pensaba. Después de una larga reflexión llamó a los padres del bebé y les expuso que sólo tenían 15 minutos para que un sacerdote ungiera al occiso, y sólo podían entrar ellos, los padrinos y el religioso.

Minutos más tarde, todo estaba listo, traían el ropón, la concha, el agua bendita, la sal, el aceite y un cirio.

El responsable del la Agencia estuvo presente en la ceremonia religiosa, pues tenía qué ver que no hubiera alguna anomalía, o bien, que no se pasaran del tiempo estipulado.

El olor que emanaba del cirio y las oraciones del religioso hicieron que el sufrimiento se sintiera en el alma y en los huesos. El dolor era intenso, la primera en desfallecer fue la madre del bebé, le continuó el padre; los padrinos flaqueaban, apenas se podían mantener de pie.

Inmediatamente, el servidor público pidió la asistencia del médico legista que se encontraba en la Agencia del Ministerio Público, incluso, hasta la guardia de Policía Ministerial apoyó a los afligidos. La ceremonia tenía que continuar, pues sólo tenían algunos minutos para la ceremonia.

En el momento que el sacerdote decía: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, del rostro del Ministerio Público cayeron un par de lágrimas, no pudo contenerse, por lo que se recargó en la pared, apenas tuvo fuerza para poder caminar, se salió del lugar, pues el dolor también lo invadió. Hubo otra persona ajena que también soltó el llanto.

Por fin, acabó la ceremonia, el sacerdote con la voz entrecortada daba la bendición. Nadie estaba de pie, los menos, estaban dando auxilio a los desfallecidos.

Ya en su despacho, el Ministerio Público limpiaba su rostro, pidió le sirvieran una taza con café para relajarse. Una parte de él lo hacía sentirse satisfecho por la acción que había aprobado; otra lo tenía triste, confundido. “Nunca olvidaré esta vivencia, pese a los tantos casos que veo, mantengo la sensibilidad humana”, reflexionaba.

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