Tras la escasez de gasolina en la Ciudad de México, un mensaje de WhatsApp alegró mi día. Me informaban que a unos minutos de donde me ubicaba había una gasolinera en operación.
La sorpresa fue que al llegar conté cerca de 200 automóviles que estaban formados para recibir el combustible.
Antes de incorporarme a la fila pregunté a los trabajadores la posibilidad de poder abastecerme. Respondió una persona que no portaba uniforme que habían llegado dos pipas, cada una con capacidad de 20 mil litros, cantidad que permitía suministrar a cerca de mil automóviles.
Con esa información decidí formarme, imaginé que estaría más de cuatro horas esperando mi turno. Mi asombro fue que no daban tiempo de apagar el motor, pues el avance era constante.
A 50 metros de llegar a la gasolinera había varias personas que no portaban uniforme. Ellos organizaban. Esa era la razón por la que fluía continuamente el abasto a los automovilistas. Otros más corroboraban que nadie se metiera a la unifila. También había quienes asignaban los turnos y agilizaban el tránsito.
Felicité la buena coordinación que tenían y una persona respondió que no eran trabajadores de la gasolinera, sino voluntarios que donaban su tiempo para que los automovilistas obtuvieran tan preciado combustible de una manera rápida.
Agregaron que, en cinco horas aproximadamente, iban a despachar a todos los automóviles que estábamos ubicados en la gasolinera de Calzada de Las Bombas y Prolongación División del Norte, a unos metros de Calzada del Hueso, en la alcaldía de Tlalpan.
Mi reflexión en ese momento fue que, cuando hay contingencias y necesitamos de una mano amiga, siempre la encontramos. ¿Una prueba? Estos voluntarios que donaron su tiempo para que fluyera el surtimiento.
Año y cuatro meses atrás, los voluntarios que apoyaron en los sismos de septiembre de 2017.
Esa es la esencia de nuestro país, que se une en los momentos críticos que apoyan con el único interés de levantar a la nación.
