PIMAS
Al comenzar la década de los treinta del siglo XVI, los colonizadores españoles emprendieron la avanzada hacia el noroeste de México, internándose en el territorio que hoy corresponde a los estados de Sonora y Chihuahua. Ahí se encontraron con varios grupos que, aunque tenían características culturales distintas, hablaban lenguas muy similares, por lo que los englobaron bajo la categoría de pimas.
De la misma forma se creó el término pimería para designar al extenso territorio en que habitaban estos grupos; sin embargo, conscientes de la diversidad geográfica, ambiental y cultural de una región tan vasta como ésta, los colonizadores diferenciaron entre una Pimería Alta y otra Baja.
LA GENTE QUE HABLA LA LENGUA
El término pima fue acuñado por los primeros españoles que establecieron contacto con este grupo, pues ésa era la respuesta que recibían cada vez que les hacían una pregunta. En la lengua de los nativos, la voz pi’ ma significa “no hay”, “no existe”, “no tengo”, o “no entiendo”.
Confundidos, los españoles decidieron utilizar esa expresión, ya de forma castellanizada, como gentilicio. Sin embargo, este grupo se denominaba a sí mismo como o’oba, que significa “la gente” o, de manera más precisa, aquella que habla la lengua pima (o’ob no’ok).
La lengua pima pertenece al tronco yuto-azteca, y representa uno de los cuatro grandes subgrupos que componen el tronco. Los otros son el taracahita, el cora-chol y el náhuatl. Otras clasificaciones colocan al pima como más cercano a la rama taracahita y engloban a todas las lenguas indí- genas de Sonora y Chihuahua bajo el rubro de familia de lenguas sonorenses.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
De acuerdo con Maximiliano Muñoz Orozco, el pueblo pima proviene del oeste de Canadá, tierra de la que emigró hacia el sur, pasando por California hasta cruzar el río Yuma, donde se dividió —en la actualidad en esa región todavía existen grupos afines a los o’oba. Enfrentando aguerridas batallas, el pueblo pima entró a Sonora, ahí tuvo que pelear fuertemente con los seris hasta que logró expulsarlos a la costa del estado.
Conforme a lo señalado por Peter Gerhard, en el momento del contacto con los españoles los asentamientos pimas del lado de Sonora se ubicaban en la jurisdicción de Ostimuri, en lo que hoy es el sureste del estado, entre los ríos Yaqui y Mayo, la Sierra Madre y el Golfo de California; ahí compartían el territorio con los pueblos yoeme o yoreme (yaquis y mayos). Los pimas estaban divididos en una multitud de comunidades agrícolas independientes, esparcidas hacia el este, a lo largo de los ríos y afluentes que llegaban a la Sierra Madre por el norte. También había sitios pimas en Nueva Vizcaya, en la jurisdicción de Cosihuiriachi, que iba de lado a lado de la Sierra Madre Occidental, en lo que actualmente corresponde al centro occidente de Chihuahua. La mayor parte de esta jurisdicción estaba ocupada por los rará- muri, mientras que las rancherías pimas se ubicaban en las barrancas de la zona más occidental, esto es, en la parte colindante con Ostimuri.
Los habitantes de estas regiones dependían para su sustento de la caza y la pesca, así como de la recolección de plantas silvestres. Algunos de ellos, los que vivían cerca de los bolsones que se inundaban anualmente o en localidades cercanas a los ríos, sembraban y cosechaban maíz y otras plantas comestibles cuando desaparecían las inundaciones. Esta gente se dividía en unidades sociopolíticas a las que se ha dado en llamar rancherías, las cuales tenían un territorio bien definido hasta que llegaron los colonizadores europeos y destruyeron su organización.
LOS O’OBA Y SUS VECINOS
Desde tiempos muy remotos, los pimas bajos han sufrido un constante desplazamiento, por parte de los grupos vecinos, hacia las zonas más inhóspitas de la región donde habitan. El territorio o’oba se encuentra circundado por los territorios de los tarahumaras al este y sureste, de los guarijíos al sur y suroeste, y de los yaquis y los mayos al oeste. Sin embargo, a pesar de la relativa cercanía geográfica con estos grupos, los o’oba han mantenido una relación distante con ellos, de tal suerte que sus encuentros se limitan a celebraciones como la Semana Santa o la fiesta de San Francisco, cuando mayos o yaquis visitan los centros ceremoniales pimas para participar en los festejos.
Sin lugar a dudas, el grupo con el que los pimas bajos han tenido una relación más estrecha son los yoris o chabochis, es decir, los habitantes de la sierra que no son indígenas. Entre o’oba y yoris siempre ha existido un vínculo tenso y conflictivo: la lucha por la posesión de tierras es constante, así como la disputa por la ocupación de puestos públicos, de la que los o’oba resultan casi siempre perdedores. Sin embargo, también los une una relación de mutua dependencia, en la que los yoris aportan recursos materiales y los o’oba su trabajo y sus conocimientos sobre el medio, los cuales han sido fundamentales para la adaptación de los chabochis a la sierra.
La integración de los o’oba con la cultura no indígena es muy notoria, uno de los rasgos en los que esto se evidencia es la vestimenta; en la actualidad los pimas ya no utilizan su atuendo tradicional, el cual consistía en un calzón de manta, camisa de colores y sombrero de palma para los hombres, mientras que en el caso de las mujeres se trataba de faldas amplias de colores fuertes, blusas floreadas y pañoleta en la cabeza.
Hoy en día, los hombres usan pantalón de mezclilla, camisa de manga larga a cuadros de algodón o fibras sintéticas, huaraches o mocasines llamados teguas, y como sombreros portan tejanas, justo como lo hacen los yoris.
Las mujeres llevan vestidos, blusas y faldas de algodón y nailon estampados, que sólo se diferencian de los de las mestizas por los colores brillantes que prefieren; también usan suéteres y zapatos de piel o plástico; la mayoría de ellas usa pañoleta o mascada sobre la cabeza o alrededor del cuello.
Las niñas y los niños visten igual que los adultos. De la misma forma, los productos y artesanías elaborados por los pimas son de uso cotidiano en las casas de los chabochis: ollas de barro cocidas al sol, petates o cestos llamados guaris, elaborados con zacate o palma, y utensilios de madera para la cocina o para el trabajo, así como instrumentos musicales, tales como guitarras y violines. Los zapatos más comunes entre los habitantes de la región, sean yoris o pimas, son las teguas y los huaraches de piel elaborados por manos o’oba.
TERRITORIO Y ESPACIO O’OBA
El territorio que ocupan los pimas bajos se conforma de espacios montañosos entre los que aparecen pequeños valles con afloramientos de rocas sedimentarias. Las limitadas porciones planas han sido aprovechadas para instalar algunas rancherías.
Se trata de sitios de difícil acceso con una altura media de 1 500 metros. En el paisaje predominan las cuevas, elemento fundamental de la cultura o’oba. Los innumerables restos materiales, así como las pinturas rupestres que se encuentran en su interior, son evidencias de que las cuevas fueron hogar de los antepasados. De acuerdo con un mito o’oba, los huesos que se encuentran en las cuevas son restos de “los gentiles”, aquellos hombres que no quisieron creer en Dios, por lo que Él decidió bajar el sol hasta la cuevas y todos los que en ellas vivían murieron quemados. En la actualidad, las cuevas son un espacio de uso casi exclusivo de los pimas, quienes llevan a cabo en ellas diversos ritos propiciatorios de petición de lluvias o buena cosecha, en los que se ofrenda bake y se encienden velas para honrar a los antepasados. Asimismo, aquellas que no contienen restos óseos son adaptadas como graneros o establos para resguardar el ganado.
NUMERO DE HABITANTES
De acuerdo con los datos más recientes, el total de pimas en el país es de 1,540, de los cuales 1,295 habitan en su territorio tradicional, lo que significa casi el 85 por ciento del total nacional. En Chihuahua los municipios que concentran al mayor número de o’oba son Madera, con 360, y Temó- sachi, con 316. Mientras que el municipio de Yécora, Sonora, cuenta con 567 pimas. El asentamiento más importante de o’oba en Chihuahua se encuentra en la sección de Yepachi, perteneciente al municipio de Temósachi, ubicada junto a la carretera que lleva a Hermosillo. Ahí los terrenos son comunales, con una extensión aproximada de 85 mil hectáreas en total, compartidas por varias comunidades pimas: Piedras Azules, Naogame, San Antonio, Janos, La Guajolota y el propio Yepachi. En el estado de Sonora, el centro ceremonial más importante es Maycoba, en el municipio de Yécora, este poblado también se encuentra junto a la carretera interestatal. A sus alrededores existen varias rancherías pimas, tales como El Kipor, Los Pilares, El Llano, El Encinal y Cieneguita.
CLIMA
En el área de Maycoba y Yepachi el clima es subhúmedo con una temperatura media máxima de 19.9 grados centígrados y un promedio anual de 14.4 °C. En Yécora, el promedio es de 12.7 °C con una mínima de 6.7 °C y una máxima de 18.8 °C. Las lluvias inician en junio o julio y se prolongan hasta comienzos de octubre. En invierno se presentan las “equipatas” (lluvias más ligeras) y llegan a caer nevadas y heladas. La temporada seca se presenta de febrero a mayo o junio; las sequías y retrasos en la caída de lluvias veraniegas son factores que continuamente afectan los cultivos de la zona. Los ríos Mulatos y Aros están en la zona de Yécora, y el Tutuaca y el Papigochi en Temósachi. Sus afluentes han formado pequeños valles y cañadas, en cuyas partes bajas se crean capas de aluvión que fertilizan la tierra.
AGRICULTURA
Los o’oba prefieren asentarse en estas zonas por las ventajas para la agricultura, pero no pueden hacerlo por la presión de los rancheros no indígenas. En la zona predomina la selva baja caducifolia combinada con bosques de coníferas y pináceas, con especies vegetales como tepeguaje, colorín, pochote, chupandía, pino, oyamel, encino, palo blanco y madroño.
En las porciones planas hay pastizales aprovechables para el ganado, además de chaparrales espinosos y cactáceas. La fauna ha decrecido por la cacería furtiva y los cambios ambientales; el venado (bura, cola blanca y berrendo), el borrego cimarrón, el oso, el lobo, el coyote y el puma casi han desaparecido. Aún se encuentran varias clases de sapos y ranas, tortuga verde de río y de monte, culebras y víboras, murciélagos, coatíes, ratones de campo, ocelote, lince, puerco espín, conejo, tecolote, gavilán y gran variedad de aves. En los ríos se pesca sólo ocasionalmente.
La agricultura de subsistencia se basa en el cultivo de unos cuantos productos. El maíz, parte fundamental de la economía de los o’oba desde tiempos prehispánicos, al igual que el trigo y la papa, se rotan año con año para hacer más productivos los campos; las hortalizas más comunes son el tomate, el chícharo, los chiles, la cebolla y el ajo. Hay frutales como el manzano, el peral y el durazno. Los o’oba cultivan con azadón y palo sembrador o coa, para arar utilizan animales que generalmente compran o rentan a los mestizos (cabe mencionar que en la actualidad algunos o’oba utilizan también tractores). Complementan su producción con la cría de animales domésticos tales como gallinas, guajolotes, cerdos y burros, pues muy pocos tienen cabezas de ganado caballar o caprino. Algunos tienen vacas de las que obtienen la leche, el queso y el requesón que complementan su dieta. También practican la caza y la recolección.
VIVIENDA
En lo que se refiere a la vivienda, las casas en las que habitan los o’oba son una clara muestra de las posibilidades de utilización del medio ambiente y los cambios producidos por las relaciones con el exterior: la piedra, la madera, el adobe, la tableta y, más moderadamente, el bloque y la lámina son algunos de los materiales utilizados en la construcción de sus hogares. Separadas unos 100 metros entre sí, las casas tienen un solar en el que solía haber un huki, lugar especialmente diseñado para tejer la palma. Ahora, con el paulatino abandono de esa actividad, los solares de los hogares o’oba sólo cuentan con un tapanco o una pequeña bodega para granos, un corral y un pequeño huerto de hortalizas. Las construcciones son cuadrangulares, con una o dos piezas, techo de dos aguas y pequeñas ventanas. Las casas de la periferia son de adobe con techo de palma o lámina. Algunos hogares cuentan con estufas de acero elaboradas por los menonitas que habitan en la región de Cuauhtémoc, Chihuahua, aunque por lo general cocinan en un comal hecho con tambos de metal; tienen sillas y mesas de madera, trastos de cerámica o peltre, molino de mano, guaris y guajes que complementan el equipo. Las camas, si las tienen, generalmente consisten en tablados de madera elaborados por ellos mismos, o simplemente duermen sobre petates.
COMUNICACIONES
En esta zona se captan señales de radio y en menor medida de televisión (algunas personas cuentan con sistemas de recepción de señales satelitales). La energía eléctrica se produce localmente por medio de baterías, pequeñas plantas alimentadas con diesel y plantas de energía solar. Ni siquiera las poblaciones a borde de carretera como Yepachi y Maycoba cuentan con sistema de electrificación, aunque sí tienen agua potable, incluyendo a Nabogame; en el resto de las rancherías pimas, el agua debe de ser acarreada de pequeños manantiales y ojos de agua, a menudo situados a considerable distancia de sus viviendas. Siendo Maycoba y Yepachi pueblos misión en los que existe una fuerte presencia mestiza, son los únicos que cuentan con un trazo urbano que dibuja un centro a partir del templo católico, junto al que se ubica una cancha de usos múltiples.
En las calles más cercanas a éste se encuentran las casas de los mestizos, todas de concreto y con grandes solares. Asimismo, en estas comunidades se cuenta con clínicas del Sector Salud, escuelas albergue para niños indígenas administradas por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), escuelas primarias, jardín de niños, telesecundaria y, en el caso de Yepachi, un bachillerato. En ambos poblados existen pequeños hoteles y restaurantes que ofrecen sus servicios a los constantes viajeros que transitan la carretera interestatal, así como a los cientos de peregrinos que visitan a San Francisco de Maycoba cada 4 de octubre.
IDENTIDAD Y NUEVAS EVANGELIZACIONES EN LA BAJA PIMERÍA
En el largo proceso de aculturación vivido por los pimas bajos, las ideas y los cultos cristianos terminaron por imponerse, por lo menos en los aspectos simbólicos más emblemáticos. La aceptación de los o’oba del catolicismo jesuita se ligó a la necesidad de centralizar la autoridad moral, política y militar bajo un mando más unificado que la simple jefatura guerrera de la banda tribal, pues desde la primera mitad del siglo XVI los pueblos desplazados por las invasiones de los apaches, de un lado, y de los españoles del otro, ejercieron fuertes presiones sobre los territorios ocupados por grupos relativamente sedentarios. Las posibilidades económicas que abrió el sistema misional y la introducción de nuevas especies animales y vegetales no sólo concentraron la fuerza de trabajo de los pimas en determinados lugares, sino que, al dotar con valores emblemáticos y poder religioso a la comunidad, le permitieron resistir con mayor fuerza el largo periodo de crisis y aislamiento.
Los jesuitas intentaron congregar a la población indígena dispersa, instalando a San Francisco de Borja como el personaje divino a quien los o’oba debían dispensar el culto privilegiado que la tradición católica prescribe para honrar a los santos patrones de comunidades u otros grupos sociales. San Francisco de Borja fue uno de los principales colaboradores de San Ignacio de Loyola en la fundación de la Compañía de Jesús. El cristianismo enseñado por los misioneros sufrió adaptaciones para traducirlo a la lengua y la mentalidad pima. A su vez, los diversos grupos nativos agregaron a los ritos y ceremonias de los misioneros partes sustanciales de sus propias estructuras religiosas y rituales. Los o’oba terminaron por aceptar a San Francisco como su santo patrón.
Luego de la expulsión de los jesuitas de las posesiones españolas en 1767, los franciscanos fueron los encargados de continuar la labor de adoctrinamiento y control que aquéllos desempeñaban. Poco fue lo que los franciscanos lograron hacer: las dificultades financieras, las rebeliones indígenas, la guerra de Independencia y los dilatados periodos de caos que caracterizaron al México del siglo XIX, dieron al traste con sus esfuerzos para implantar un orden social y religioso acorde con sus intenciones. Sin embargo, algo que la acción franciscana sí logró implantar fue la fecha de la fiesta patronal: el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, patrono de los franciscanos. Así quedó la convergencia de los santos jesuita y franciscano en una sola figura, durante mucho tiempo conocida como San Francisco de los Pimas y que ahora recibe solamente el nombre de San Francisco. A los o’oba no parece importarles esa confusión de personajes, se venera a San Francisco y eso, nada más, es lo que importa.
LA RELIGIOSIDAD O’OBA: LAS FIESTAS
Tanto en Sonora como en Chihuahua siguen teniendo lugar las celebraciones de San Francisco cada 4 de octubre. Aun cuando esta celebración tiene los elementos de una típica fiesta yori (con feria, bailes norteños actuales, puestos donde se vende comida y artículos que van desde juguetes, ropa y zapatos hasta utensilios de cocina y herramientas de trabajo), que atrae tanto a pimas como a mestizos y a comerciantes de todo México, las festividades cumplen la función de potenciar la organización y de reunir a los pimas de las distintas rancherías y comunidades de la región. En ambos lugares el principal acto consiste en sacar a pasear la imagen de San Francisco, que es exactamente igual en los dos lugares, pero de distinto tamaño (más grande la de Maycoba), por las calles del pueblo para que bendiga a los pobladores, las casas y sus cosechas, así como las de los mestizos que también participan alegremente.
Durante Semana Santa es cuando el carácter híbrido de los elementos religiosos de la cultura indígena y occidental aparece con mayor intensidad. Como sucede en otras partes de la Sierra Tarahumara, entre los pimas son los fariseos los personajes dominantes en esta festividad. Con sus rostros pintados de blanco y dirigidos por un capitán (káapish) que toca sin cesar un tambor, los fariseos forman un grupo que recorre constantemente la comunidad y está presente en todas las actividades ceremoniales. Como en la fiesta del santo patrón, la parte central de los actos de la Semana Santa gira entorno a las procesiones, que salen de la iglesia y recorren el centro de la comunidad. Primero, en Jueves Santo salen los pesados bultos que representan hombres y mujeres como símbolo del origen de los o’oba. Luego, en Viernes Santo las imágenes de la virgen dolorosa y el cristo yaciente se reencuentran, la madre con el hijo, la vida con la muerte. Un personaje central de la Semana Santa es el Judas, fabricado con un pequeño tronco de árbol que se viste con ropa vieja y se rellena con pasto y zacate. El Judas es el jefe de los fariseos y el elemento con el que ridiculizan y se burlan del mundo mestizo y de sí mismos. A su vez, es la oportunidad de introducir el sexo y lo cómico en una ceremonia tan solemne y trágica como ésta. Desde el bosque, el Judas es trasladado a la comunidad. Por el camino baila con los hombres y lucha con ellos, para terminar montado en un burro en el que se le pasea por toda la población antes de ser completamente destruido y quemado. Para finalizar la celebración, en el atrio del templo, pimas y mestizos, judíos y fariseos, se enfrentan en un juego de luchas en el que, por lo menos simbólicamente, los judíos resultan triunfadores, expulsan a los fariseos del templo y presencian la resurrección de Cristo.