Colaboraciones

Columna: Charlas de Taberna | Por: Marcos H. Valerio | Ilusiones evaporadas como el rocío al amanecer

El autobús corría por la calzada Zaragoza, tenía unos minutos de arribar a la Ciudad de México. La voz del chofer llamó la atención de los pasajeros. “Buenas tardes, les informo que en breve llegaremos a la Central Camionera conocida como la TAPO. De Oaxaca a la capital hicimos cerca de ocho horas, les agradecemos su preferencia y esperamos servirles nuevamente”.

En el interior viajaba Ana, quien en dos semanas cumpliría la mayoría de edad. Al tiempo que escuchaba el anuncio del chofer, de sus ojos brotaron dos lágrimas que se escurrieron por sus morenas mejillas. Sujetó fuertemente la única mochila que llevaba y recordó que su anhelo de ser maestra rural se había evaporado como cuando el sol consume el rocío de las flores al amanecer.

Quizá por ser una hija rebelde e inexperta, la vida le había arrebatado sus ilusiones, pero ni la depresión, la humillación de su novio, mucho menos los golpes que le dio su padre al enterarse que estaba embarazada, la iban hacer cambiar de parecer. A como diera lugar sacaría adelante a su hijo.

En los últimos días nada parecía claro, cuando Ana decidió salirse de su casa, planeó viajar a alguna ciudad fronteriza del norte de la República, ya que, según sus amigos, en esos lugares hay buena paga y no tienes que salir del país, el riesgo de ser maltratado por las autoridades fronterizas es nulo. Más ahora que estaba encinta, tenía que cuidarse de los golpes.

Para desplazarse, Ana tuvo que vender sus aretes, pulsera y medallita de oro, de los cuales apenas le dieron mil 200 pesos; su hermana la mayor le regaló 500 pesos y con mil 700 pesos se dirigió a la central camionera de Oaxaca.

Con el poco dinero, apenas le alcanzó para comprar un boleto a la Ciudad de México, que tuvo un costo de 640 pesos; el resto lo tenía destinado para hospedarse en algún hotel de paso y para comer, mientras conseguía un trabajo y un lugar dónde vivir. Por el momento no podía llegar hasta la frontera, quizá más tarde lo haría.

Sus pensamientos tristes fueron interrumpidos por el chofer, quien le tocó suavemente el hombro para informarle que habían llegado a su destino y sólo quedaba ella a bordo del autobús.

Al salir de la central camionera sus pasos eran sin rumbo, parecía un ente sonámbulo, caminaba por instinto. Fue ahí donde la interceptó un taxista. “Señorita va a querer taxi, la llevo con taxímetro, le cobro lo justo por el servicio”.

– Gracias, no. Fue su respuesta.

Paró unos minutos, buscaba algo sin saber qué. El taxista de 50 años de edad nuevamente se le acercó ofreciéndole el servicio de transporte, pero ahora ella lo ignoró. A unos metros estaba un puesto de periódicos, compró un ejemplar para buscar algún cuarto en renta a su alcance o quizá un empleo, pero la búsqueda fue nula.

El taxista aún se encontraba en la puerta de la central camionera, ahora platicaba con un colega, se quejaba del poco pasaje que había, llevaba más de 40 minutos tratando de abordar pasajeros. Ahora la joven fue quien lo interrumpió.

– ¿Me puede llevar?

– Claro que sí señorita, súbase.

El chofer arrancó el vehículo y preguntó a dónde se dirigía.

– ¿Usted conoce algún lugar donde renten cuartos baratos?

– Hay uno muy cerca de aquí, quiere que la lleve.

– Sí, por favor.

En el transcurso, el hombre continuó la charla: “¿No me diga que viene a estudiar o apenas viene a hacer exámenes?, porque si viene sola mejor la llevo a una colonia más tranquila, donde no corra riesgos, claro es un poco más caro, pero créame, va estar más segura. Si usted gusta mañana paso para llevarla a la universidad donde va a hacer sus trámites. Se ve buena persona y no me gustaría que se perdiera o que la asaltaran”.

Por mínimas que fueran las palabras de aliento, hacía mucho tiempo que nadie le daba consuelo. Por primera vez, en muchas semanas, alguien se preocupaba por ella, por lo que aceptó y sin decir más le contó parte de su éxodo.

– La verdad no vengo a estudiar, busco trabajo, tengo dos meses de embarazo, cuando mi novio se enteró negó que fuera suyo, me dijo que sabía lo loca que era, que ya me había acostado con muchos. Y en verdad le digo, él fue el único. Lo amaba tanto que siempre accedí a sus caricias cuando me llevaba a la barranca y ahora dice que no es suyo. Lo busqué en su casa y, junto con su padre, me corrieron. Me dijeron palabras que me lastimaron el corazón, en verdad, me humillaron mucho.

Ana cayó en llanto, limpió sus mejillas y continuó su plática.

– Busqué comprensión en mi madre, la muy cruel me acusó con mi padre y sin oír razones tomó un fuete, esas cosas que utilizan para pegarle a los bueyes y me golpeó. Desde que era niña discutía con mi papá porque golpea mucho a mi mamá. La muy tonta, a pesar de los golpes, lo mantiene. Él no trabaja, es un alcohólico. Desde niña, siempre me dije: nunca dejes que un hombre te humille o te golpee, por eso decidí largarme de mi casa y jamás ver a mi novio, aunque me rasgue el alma.

Perdón señor, no sé por qué le estoy platicando esto, pero en verdad tenía qué decirlo, alguien me tenía que escuchar y quizá ya no podré estudiar la normal para ser maestra rural, pero jamás dejaré que un hombre me maltrate, mucho menos que me humille y me trate de puta.

El taxista paró el automóvil frente a una vecindad de la colonia Moctezuma, preguntó por doña Lucha, la dueña del inmueble; su nieto le informó que la anciana acababa de salir a la iglesia y que regresaría en dos horas.

– Le dices por favor que vino Jorge “El Gordo”, que traigo a una muchacha que quiere un cuarto.

– Todavía hay dos cuartos que no se rentan, aunque en la mañana vinieron dos personas y decidieron no quedarse, pero yo le digo a mi abuelita que la vino a buscar, contestó el niño.

El chofer sugirió a Ana esperara a doña Lucha, ya que seguramente la instalaría en alguno de los dos cuartos que tenía para renta. Ana agradeció el gesto y le pagó lo que marcó el taxímetro.

– ¡Suerte señorita!, las cosas van a salir bien.

Quizá fue la buena obra del día, pero el taxista empezó a tener trabajo e hizo que se olvidara de la provinciana. Tres horas más tarde, por coincidencia o por destino, una mujer le pidió la llevara a la esquina donde estaba la vecindad de doña Lucha. Al arribar al lugar, observó que la joven seguía parada frente al inmueble.

– No me diga que no ha llegado doña Lucha.

– Ya pregunté, me dijeron que va a tardar más porque hay kermés en la iglesia y le tocó vender pozole.

– No se ofenda señorita, ahorita pensaba darme un tiempo para comer, por favor acompáñeme, aquí a la vuelta hay una fonda donde venden comida muy sabrosa con tortillas hechas a mano.

La provinciana aceptó e informó al nieto de doña Lucha que estaría en la fonda de la vuelta, para que no fuera a rentar el cuarto a otra persona.

Por primera vez, en muchos días, la mujer sonrió e inició una plática.

– Perdón, me llamo Ana, vengo de Oaxaca. Siempre quise ser maestra rural como mi madre, pues, aunque la critico porque se deja pegar por mi padre, la admiro porque sacó adelante a ocho hijos. Lo demás ya lo sabe: Estoy embarazada, busco trabajo y un cuarto para vivir.

– Yo soy Jorge, los cuates de la cuadra me dicen “El Gordo”, vivo a unas calles de aquí, con mis dos hermanas, los tres somos solteros, la casa nos la heredaron mis padres.

Tras ordenar la comida, ambos platicaron parte de sus vidas, Ana no podía creer que un hombre de 50 años aún viviera con sus hermanas y mucho menos que fuera soltero.

– Es verdad, afirmaba Jorge. En dos ocasiones estuve a punto de casarme, en la primera literalmente me dejaron en la puerta de la iglesia, vestido y alborotado. En la segunda, encontré a mi prometida con otro taxista. Hoy, la mayoría de los cuates de la base de taxis me dice que “soltero maduro, joto seguro”, y de eso no me bajan.

Ambos rieron y por un momento olvidaron la pesadumbre. Se sintieron identificados, pues de alguna forma los dos habían sido humillados. Ana tomó las manos del hombre y ahora ella lo animaba.

– Yo sé que vas a encontrar una mujer que te haga feliz, basta con que tú sepas que no eres joto, no les hagas caso. Pero prométeme que, cuando llegue, no le vas a pegar.

“El Gordo” sintió un shock, tenía varios años que una mujer no tocaba sus manos toscas, muchos menos le daba palabras alentadoras y quizá el sentimiento llegó a los dos, pues sorpresivamente se abrazaron.

Comieron lentamente y tras cinco minutos de silencio, Jorge exclamó:

– Me da pena qué vayas a pensar… pero quiero que te vayas a vivir conmigo, que seas mi esposa, yo recibo a tu hijo como si fuera mío. ¡Por favor, dime que aceptas!

– ¡Estás loco!, ¿Cómo sé que no me estás mintiendo?, además ahorita no le creo nada a los hombres.

La mujer se paró drásticamente de la silla y se encaminó hacia la puerta. Él la alcanzó y le rogó terminara de comer. Después de varias súplicas, Ana regresó a la mesa.

Jorge continuó.

– Hace rato en el taxi me dijiste que tu padre no escuchó razones, ahora haces lo mismo, no quieres escucharme. Sólo dame tres minutos.

– Te escucho, respondió Ana.

– No estoy mintiendo, vivo con mis hermanas, tengo mi propio cuarto, soy taxista, no tengo hijos, las mujeres me repudian, me dicen que apesto, no les gusta mi aliento. A cambio de tu compañía te ofrezco un techo, un apellido para tu hijo, déjame mostrarte mis sentimientos. Creo que no tienes nada que perder.

– ¿Qué van a decir tus hermanas?, ¿Qué soy una aprovechada?, cuestionó.

– Ya lo pensé todo, déjame te explico: Como los cuates se burlan de que soy joto, hace unas semanas les dije que tenía una novia y más joven que yo. Bueno, un día preguntaron a mis hermanas de mi romance, ellas comentaron que no sabían nada, pero seguramente era cierto, pues en los últimos meses estaba llegando muy noche a la casa. Obvio, me preguntaron y les respondí que era verdad, que tenía una pretendiente hermosa y joven; pero, en realidad, el motivo por el que llego noche a casa es que estoy doblando turno para cambiar mi taxi.

Si hoy te presento con mis hermanas, seguro me van a creer; además les diremos que te vas a vivir a la casa porque estás embarazada; los cuates se van a morir de envidia cuando me vean contigo. Nadie sabrá que ese hijo no es mío. Así, tu hijo tiene un padre; tú, un techo; y yo, una esposa.

Ana se quedó pensativa, veía claramente cómo su futuro se iba por el caño, no tenía salida: contaba con mil pesos en el monedero que no le servirían para nada, estaba esperanzada en que doña Lucha se compadeciera y la dejara unos días sin pagarle hasta que consiguiera trabajo; lo más probable era que la anciana no aceptara. La noche había caído, no sabía a dónde ir, las calles estaban oscuras y se veían peligrosas, era una mujer sin salida.

Tomó un sorbo de agua, pensaba que, aunque el hombre se veía honesto, no se imaginaba acostada con un hombre viejo y obeso, quien efectivamente tenía mal aliento. ¿Por algo ninguna mujer se había interesado?

La charla fue interrumpida por doña Lucha, quien saludó amablemente a la pareja y se dirigió a la provinciana.

– Buenas noches muchacha, soy doña Lucha, ya me contó mi nieto que quieres un cuarto. En la mañana renté dos que tenía desocupados, pero a final de quincena se va una estudiante a su tierra. Como mis habitaciones están ya muy deterioradas, me es difícil alquilarlas. Como eres recomendada de “El Gordo”, te propongo que te quedes en mi casa durante 10 días, en lo que se desocupa no te cobro nada, después de que te instales serán 800 pesos mensuales.

Ana brincó de la silla, su semblante mostraba una sonrisa, abrazó a la anciana y tras un cálido apretón afirmó:

– Muchas gracias doña Lucha, agradezco tanta bondad. Hoy por la mañana, cuando el sol salió, pensé que era el día más oscuro de mi vida; ahora que está cayendo la noche más negra, es para mí, la más clara de mi existencia. Por algo quiso Dios que usted se retrasara en la iglesia, para que mi prometido y yo discutiéramos sobre nuestro futuro y hace dos minutos acordamos vivir juntos ¿Verdad Gordo?

Jorge, aún aturdido, se paró y también abrazó a la anciana y le ofreció una disculpa por hacerla caminar hasta la lonchería, por lo que sacó de su bolsa 200 pesos y se los entregó. Doña Lucha, desconcertada y sin mediar palabras, dio media vuelta y se retiró.

Efectivamente, Jorge presentó a Ana como la novia joven que tenía en secreto y, por el embarazo, se veían en la necesidad de revelarlo. Una vez que nació el bebé fue bautizado con el nombre de Jorge. Seis años después, la mujer se volvió a embarazar, ahora tuvo una niña.

Llevaban nueve años de vivir juntos. En todo ese tiempo, Ana pagó la factura: “El Gordo” la celaba mucho y más ahora que él envejecía. Las discusiones eran constantes, recriminaba el apoyo incondicional que había dado a la mujer; y ella, en tanto, respondía que a cambio le había entregado su juventud.

Ana decidió poner una fonda, pues aseguraba que así se distraería y evitaría muchos problemas. Bajo ese argumento, Jorge aceptó e instalaron el negocio. Un día, “El Gordo” llegó al local para comer. En el lugar estaba un joven quien no dejaba de mirar las caderas de Ana, esto lo enfureció y arremetió contra el cliente; como la mujer intercedió, también la golpeó.

Por las lesiones fue trasladada al hospital, nadie la fue a visitar. Jorge se vio obligado a ir al nosocomio para pagar los gastos y firmar una vez que la dieron de alta. Al llegar al inmueble de la colonia Moctezuma, las hermanas de “El Gordo” lo incitaron para que la volviera a golpear y la amenazó para que no se presentara ante el Ministerio Público, pues tenía cita para declarar por las heridas sufridas.

Sollozante y tirada en el piso, Ana decía:

– Pinche “Gordo”, ¿Por qué me haces esto? Tú me recogiste de la calle, pero era una adolescente y en verdad que chupaste mi juventud. Y si a reproches vamos, hoy te digo que me da asco tu aliento, casi me vomito cuando lames mis piernas, cuando tu sudoroso cuerpo moja el mío; repudio el momento en que tu piel arrugada se frota con la mía y, pese a ello, nunca te he sido infiel y ahora me sales con estas cabronadas. No era la primera vez que un cliente me veía las nalgas o las chichis, ¿pero eso qué?, no se las iba a dar.

Tuve la oportunidad de ponerte los cuernos desde hace años, antes de que naciera la bebita Tania. Tu primo Juan me anduvo coqueteando y, la puritita verdad, sí me gustaba, pero me aguanté porque te respeto. Y ahora no me vayas a salir con que la niña es de Juan, porque sabes perfectamente que es tuya. “El Charly”, el bato que te prestó para comprar las placas del taxi, también se me insinuó, pero lo mandé a la chingada. Me dijo que mis piernas lo traían pendejo, yo lo amenacé con decirte para que lo madrearas y que, además, no le íbamos a pagar el préstamo.

Sabes perfectamente que te soy fiel y ahora de puta no me bajas y si una vez abandoné a mis padres porque me golpearon y humillaron, hoy que en verdad me sé defender, sin pensarlo lo voy hacer. Y no me amenaces porque voy a la delegación y te acuso de que me engañaste cuando era una adolescente y me cogiste cuantas veces quisiste…

El hombre calló, se encaminó a la puerta, subió a su taxi y continuó ruleteando hasta la madrugada. En los siguientes días no se dirigieron la palabra. Él trabajaba jornadas largas para no encontrarse.

Una noche encontró en la base de taxis al “Charly”. Jorge tomó la llave “L”, con la que cambiaba los birlos de los neumáticos y sorpresivamente lo golpeó en tres ocasiones. Además, le advirtió que no le pagaría el adeudo.

Dos semanas después, la mujer logró traspasar el negocio, hizo maletas y después de nueve años de no ver a sus padres y hermanos, junto con sus dos hijos regresó a su pueblo.

La historia se repetía: Mientras el chofer anunciaba que en breve llegarían a Oaxaca y agradecía a los viajeros por su preferencia, ella apretaba la única maleta que llevaba, de sus ojos brotaban dos lágrimas que se escurrían por sus mejillas morenas. Pensaba que por un hombre había huido de su pueblo; hoy otro hombre la hacía regresar, ambos le habían matado sus ilusiones, la golpearon y humillaron.

Su pensamiento fue interrumpido cuando sintió una mano que suavemente le tocaba el hombro y le decía: “Mamá ya llegamos, apúrate, ya todos se bajaron, ya quiero conocer a mis abuelitos”.

– ¡Claro Tania!, seguramente tus abuelitos se alegrarán al vernos.

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