En carne viva, las heridas que dejó el sismo en el Sur de la Capital
México, 14 de enero del 2018.- Una y otra vez, las voces encolerizadas; las invitaciones a retirarse, incluso con pequeños empujones; los, “ven en una o dos horas”, haber si estamos desocupados; el señalamiento de “¿vienes a solucionar nuestros problemas?, porque si no, no tienes nada que hacer aquí.
Una vecina me mira a los ojos: “Están furiosos. Los comprendo. Tienen razón. No le rasques. Si ya conseguiste algo, mejor vete”.
Así, concluye la búsqueda de opiniones sobre la ampliación de la Línea 5 del Metrobús entre algunos de los vecinos del sur de la ciudad, cuyas casas habitación quedaron inservibles en el remesón de la naturaleza del 19 de septiembre pasado que lastimó sin excepción a todos los que lo vivimos aquí, pero a unos los dejó virtualmente en la calle.
Calzada del Hueso y Miramontes. Quien quiera que pase diariamente por aquí o viva en sus cercanías, sabe que las heridas están aún al rojo vivo, que las calles de los alrededores, como la de Prolongación División del Norte, están cerradas en varios tramos.
Cerradas, porque hay casas deshabitadas, inhabitables, cuyas paredes en pie, casi de milagro, se preguntan dónde están las voces de los niños, los olores de la cocina, el sonido de los programas nocturnos.
Quien pasa por aquí sabe de los muertos y heridos en el Rébsamen, de la caída de papelerías de renombre como la Fuji, en donde se encontraba de todo para las tareas de los hijos y no hace mucho quedó sólo el más joven de la familia, con lágrimas en la cara, y la promesa de “nos vamos a levantar”, porque lo que era su casa y su negocio a la vez no existe más.
Saben que la peluquería Le Parisien y la pastelería Aranzazú buscaron nuevos sitios para establecerse, porque el edificio donde despachaban hoy son cientos de maderas para que no se caiga a cachos el lugar.
Es exactamente en Calzada de Hueso y Miramontes donde la gente mira las importantes tiendas departamentales que resultaron dañadas, la caída de un gimnasio y una fila de departamentos vacíos o incluso derrumbados.
Departamentos como el 3010 de Miramontes o, a la vuelta, el de Arcos 32, donde un pequeño ángel y varios nombres recuerdan los hechos: Lore, Joaquìn, Humberto Luka, Kenzo, Jaime, Humberto, Ximena, Ana Lau, Alma, Yolanda…
Es en la “Comer” donde está un grupo de damnificados que se reúne para lo que dicen es tomar decisiones importantes y no tienen nada de qué hablar.
Antes, una mujer contó que su mamá, de 92 años de edad, vivía en el edifico 3010: “todos son grandes y no saben qué hacer. Les ofrecen créditos a pagar 15 mil pesos al mes, si con su jubilación cuando mucho sacarán 10”.
Ya vino el comisionado para la Reconstrucción, Ricardo Becerra; andan viendo, “a ver qué más le cuentan, porque yo no estoy autorizada”, se limitó a comentar y vino la cerrazón.
Apenas unos pasos adelante, en una casa de campaña donada por los chinos, Margarita Berther Dorantes hace guardia a nombre de su hermana que vivía en el cuarto piso del edificio 3020, donde 24 departamentos están vacíos. La acompaña el conserje que trabajaba en el lugar.
-¿Y la gente?
“De arrimada, con familiares, amigos, en hotelitos, rentando cuartitos”.
Se desahoga: “Hasta ahorita no ha venido nadie a checar. Bueno, vino el comisionado, igual que las visitas de doctor. Ya te vi, estás bien, ya me voy”. Si de por sí están dañados, ¿quieren lastimarlos más?, dice por el paso de la ampliación del Metrobús.
En el edificio de su hermano, de seis plantas, sólo están muy mal del primero al cuarto piso; los de arriba están mejor. Es difícil entender que tenga arreglo alguno, pero está catalogado como amarrillo. “Ya adentro, señala el conserje, se ven puras paredes falsas, no había de carga”.
Y mal de muchos, consuelo de tontos. “Para que vea, ese sí está peor”, refirió la mujer respecto de dos edificios adelante.
Llegan dos autos. Bajan despensas, cobijas y ropa en buen estado. Guadalupe Mendoza dice que “en realidad no es mi ayuda, yo sólo la traigo, tengo una tía que vive en Estados Unidos y cuando junta algo me manda para que lo reparta”. Ya pasó a dos edificios en Pacífico.
-¿Se queda todo el día?
“En el día se turnan los vecinos. En la noche está vigilancia”.
-¿Qué necesitan?
“Pues todo. Antes nos daban alimentos, pero tiraron el edificio y se acabaron. Tenemos problemas, los tenemos hasta para ir al baño. Vamos a los comercios, pero nos ponen cara, qué le vamos a hacer”.
“El tiempo pasa y no pasa nada”, reza un anuncio del Rancho Arco, donde un edificio cayó. Hay otra reunión de vecinos, otra cerrazón. Otra reunión en el parque de la esquina y lo mismo.
Todo grita que el tiempo pasa y sí pasa algo, crece la impotencia, la desesperación, el hambre de ayuda, el dolor, porque se quedaron tirados y olvidados en las calles, crece el hambre de volver a ser feliz y sentirse un poco más ser humano.
Por Jacqueline Ramos | Notimex