CHONTALES DE OAXACA
Por la ubicación geográfica que presentan, se ha distinguido a los chontales de Oaxaca entre los que habitan las laderas de la Sierra Madre del Sur con el sobrenombre de “chontales de los Altos” o “tequistlatecos”, y los que habitan la Costa del Pacífico Sur en el Istmo de Tehuantepec conocidos como “chontales de la Costa”. Si bien es cierto que esta separación geográfica ha hecho que entre los dos grupos existan diferencias dialectales y culturales relacionadas con la política y la economía, también es verdad que todavía subsisten los remanentes de una misma concepción de la vida forjada por un pasado común.
La distancia geográfica ha hecho que la lengua chontal, perteneciente a la familia hokano-coahuilteca, se escinda en dos dialectos, el tequistlateco y el huamelulteco, cuyas diferencias fonológicas hacen imposible que los chontales de los Altos, concentrados principalmente en los municipios de Santa María Ecatepec y San Carlos Yautepec, puedan comunicarse con los chontales de la Costa que viven en los municipios de San Pedro Huamelula y Santiago Astata. Tanto por las diferencias dialectales como por la dramática pérdida del chontal en las últimas décadas, la lengua ha dejado de ser un referente identitario que permita distinguir una “chontalidad genérica”, incluyente de las dos regiones. De esta forma, la hermandad que une identitariamente a los chontales de la sierra con el término de lopimaye (“todas las familias”) no se aplica a los chontales de la costa que no tienen un término genérico en lengua chontal que los identifique como grupo indígena ni siquiera para distinguirse de sus vecinos zapotecos y huaves.
La pérdida de la lengua, producto de los diversos prejuicios generados fundamentalmente por los maestros de las escuelas primarias que llegaban a las comunidades a principios y mediados del siglo XX, prohibiendo a los niños que hablaran el chontal con el argumento de que “confundía sus mentes”, es prácticamente irremediable. En el municipio de Huamelula, por ejemplo, de los 9,862 habitantes en el 2000, sólo 748 son hablantes de lengua chontal, es decir, únicamente el 7.5%, mientras que en el municipio de Santa María Ecatepec los hablantes del chontal representan el 16.4%, es decir, de un total de 3,369 pobladores sólo 555 son hablantes de la lengua.
Aun cuando la lengua ha dejado de ser el referente cultural para determinar si los chontales de los Altos y de la Costa representan actualmente un grupo indígena unitario, otros aspectos identitarios relacionados con la conformación de los pueblos, el parentesco y la cosmovisión, producto de un pasado lejano, nos llevan a los referentes culturales que han trascendido las barreras geográficas del territorio chontal.
EN BUSCA DE LOS SEÑORÍOS CHONTALES
Si bien se desconoce el origen exacto y el tiempo preciso de la llegada de los chontales a la zona que actualmente habitan, varios documentos pictóricos y escritos nos hablan con más certidumbre de la conformación política que tenían los pueblos de la sierra y de la costa antes de la conquista española. De acuerdo con el fraile Francisco de Burgoa, los chontales de la sierra, que no “tenían pueblo fundado”, vivían en “covachuelas estrechas en lo más escondido de los montes, como los chochos y desperdigados”.
Varios historiadores y antropólogos, siguiendo estas referencias del fraile sobre la dispersión en los asentamientos de la sierra, han afirmado que los chontales estaban regidos por un sistema descentralizado y segmentario. Sin embargo, tanto en el lienzo de Tecciztlan y Tequantepec como en el lienzo del pueblo de la sierra de San Lorenzo Jilotepequillo, cuyos glifos hacen referencia a los antiguos pueblos chontales, aparecen dibujados los signos de lo que podría ser la confederación política chontal regida por gobernantes, lo que desecha la hipótesis de la descentralización y la fragmentación justo antes de la llegada de los españoles y cuando los chontales mantenían conflictos con los zapotecos del istmo y fuertes alianzas y relaciones comerciales con los mexicas.
Las huellas de los señoríos chontales se encuentran, de esta manera, entremezcladas con una serie de sucesos históricos importantes que nos pueden facilitar su descripción. En buena parte, el destino de los chontales fue marcado por los mexicas que incursionaron en la región para sojuzgar y entablar lazos comerciales, sobre todo en el periodo posclásico tardío.
No sólo bautizaron en náhuatl cada pueblo de sus señoríos, sino que además les adjudicaron el nombre que actualmente llevan: chontal en náhuatl quiere decir “extranjero”. En el lienzo de San Lorenzo Jilotepequillo han quedado plasmados los referentes de esta relación, al estar perfectamente delineadas las figuras de Moctezuma (Mactexuma) y otro mexica principal, quienes posiblemente protagonizaron una alianza con los caciques chontales de la región alta. De esta forma, en un manuscrito de Zapotitlán se relata cómo un primo de Moctezuma, Cinco Garzas, se entrevista con varios principales, quienes le ofrecen una “cacica” para que la despose y funde un linaje mexica en el territorio chontal, para que juntos luchen contra los zapotecos.
Con los zapotecos la historia se construyó de forma distinta. En el mismo documento de Zapotitlán, probablemente escrito en el siglo XVII, se especifica que, mientras que los chontales de la costa tenían alianzas con el señorío de Tehuantepec, los chontales de la sierra mantenían una lucha constante con los zapotecos.
La resistencia a ser sojuzgados y a tributar al señorío zapoteca de Tehuantepec que tenía fortalezas en Nexapa y en Quiecolani (Quiegolani), le ha valido a los chontales de la sierra la fama de ser guerreros legendarios que defendían con ferocidad su territorio.
Quizá el personaje histórico y ahora mítico que más ha ostentado el escudo de la resistencia chontal sea Fane Lancheñi (“Tres chuparrosa”), quien aparece en el lienzo de Jilotepequillo sentado en un trono y sosteniendo una lanza, con el título de Rey General de los Chontales. Los gobernantes de los señoríos tenían por lo general varios pueblos sujetos que pagaban diversos tributos, como se puede apreciar en el lienzo de Tecciztlan y Tequantepec, donde varios glifos con los nombres de Mextepec (Mecaltepec), Icanpotitla (Zapotitlán), Ayutla (dibujado como una tortuga) y Pilzintepetl, se presentan como supuestos tributarios de Huamelula.
Sin embargo, cobijado por la leyenda de haber nacido de un huevo y haber sido encontrado por una anciana que lo cuidó hasta convertirse en un guerrero con poderes sobrenaturales,6 se sigue contando que Fane Lancheñí se convirtió en el único rey que gobernó desde el cerro Jilote (Jilotepequillo) a todos los pueblos chontales tanto de la costa como de la sierra, y el único que logró detener el avance de los zapotecos. Legendarias o verdaderas, las historias sobre el Rey General de los Chontales, aunadas con los datos históricos sobre los se- ñoríos como el de Guamelula (Huamelula), el de Aztatlan (Astata), el de Mazatlán y el de Tequisistlán, nos confirman que los chontales contaban con un sistema fuertemente jerarquizado con centros políticos importantes, regidos por gobernantes antes de la llegada de los españoles.
Con la conquista, algunos señoríos pudieron haber desaparecido, mientras que otros sólo cambiaron de denominación política, convirtiéndose en encomiendas y cabeceras como Astatla, Mazatlán y Guamelula en la costa, Tequisistlán en el valle, y Santa Lucía (Mecaltepec), Santa María (Zapotitlán o Ecatepec) y San Pedro Tlapalcatepeque en la sierra.
Pedro de Alvarado en 1522 se encargó de iniciar la conquista militar de la costa chontal y en la sierra desde Tequisistlán, donde los pobladores opusieron resistencia hasta 1560, mientras que los dominicos se ocuparon de la conquista espiritual. De acuerdo con Burgoa, fue el fraile Diego de Carranza el primer dominico en emprender la tarea de evangelizar a los chontales de la sierra, dirigida desde Tequisistlán.
La resistencia a la evangelización fue constante, hasta que los dominicos lograron que los chontales se reunieran en los templos recién construidos para el culto católico. Sin embargo, con la llegada de los españoles, los chontales empezaron a desaparecer por las epidemias que ocurrieron en gran parte de los siglos XVI y XVIII. Este despoblamiento pudo ser una de las causas por las cuales los chontales empezaron a replegarse en las cuevas y en las cañadas, dando la impresión de una fragmentación política.
IGLESIAS, BARRIOS Y DIVINIDADES LA CONCEPCIÓN TERRITORIAL DE LOS ACTUALES PUEBLOS CHONTALES
Sin embargo, con las iglesias ya construidas los asentamientos tanto de la sierra como de la costa fueron adquiriendo el estatuto de pueblos. En los siglos posteriores estos pueblos serán los protagonistas de constantes rebeliones contra la Corona española, como la iniciada en 1660 en Tehuantepec por los zapotecos contra el alcalde mayor de la villa de Guadalcázar (Tehuantepec), don Juan de Abellano, quien sometía a los indígenas de la villa a grandes encomiendas y a trabajos inhumanos.
Los chontales de la sierra, unidos con los mixes, se amotinaron en contra del alcalde mayor de Nexapa, don Juan Espejo, y el nahuatlato que le servía de intérprete, Bartolomé Jiménez. Las rebeliones eran el resultado de los altos tributos en especie que los españoles exigieron hasta bien entrado el siglo XVIII, sobre todo de la grana cochinilla y del colorante del caracol marino; aunque había una gran demanda en el mercado de estos productos, los pueblos chontales no se beneficiaban directamente de su venta. En el siglo XIX, después de la Independencia comenzó para los chontales un ligero crecimiento en su economía, ya libres de los tributos. Sin embargo, tanto la grana cochinilla como el colorante del caracol que servían para teñir el algodón fueron sustituidos en el marcado por colorantes artificiales.
A pesar del descalabro que significó la entrada de estos sustitutos de la grana cochinilla y el colorante del caracol al mercado, los chontales de la costa y de la sierra intercambiaban productos para subsistir. El mezcal y diversos objetos de ixtle de la sierra eran cambiados por sal, frutas tropicales y algunos animales domésticos de la costa. Este intercambio comercial no estaba restringido a la región chontal, sino que muy probablemente se extendía a varias partes del Istmo de Tehuantepec.
Los caminos comerciales que conectaban a las ciudades zapotecas con los pueblos chontales fomentaron un vínculo económico, político y ceremonial sin precedentes en la historia de la región, que todavía subsiste en la actualidad.
Debido a esta interrelación, los procesos coyunturales en la política y en la economía han tenido un fuerte impacto en las ciudades de Juchitán y Tehuantepec, como sucedió con la Revolución mexicana, y se han extendido a los pueblos chontales. En San Pedro Huamelula por ejemplo, la población se dividió entre los “carrancistas” y los “camilistas”, grupos que tenían una fuerte presencia en Juchitán y Tehuantepec. En realidad, esta división de Huamelula correspondía a la conformación de dos mitades que dividían al pueblo simétricamente entre “los de abajo” y “los de arriba”.
Estos conflictos, iniciados con la Revolución, fueron la plataforma para que los partidos políticos que llegaron en las últimas décadas del siglo XX se establecieran territorialmente, lo que correspondió al faccionalismo interno del pueblo. Así, los tradicionalistas (abajeños o personas de la parte de abajo) y los progresistas (arribeños o gente de arriba), militaban incondicionalmente tanto en el Partido de la Revolución Democratica (PRD) como en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) respectivamente. Esta división, que en los últimos años se ha ido diluyendo, tenía como referente espacial las iglesias católicas de San Pedro, ubicada en la parte de arriba, y de San Sebastián, en la parte de abajo.
LOS ESPACIOS SAGRADOS
Sin duda alguna, el referente espacial más importante en el discurso de los actuales indígenas chontales, sobre todo cuando se refieren a la fundación de sus pueblos, son las iglesias católicas. Antes de su construcción no existían, en las versiones míticas, personas viviendo en pueblos sino “gentiles” sin religión, refugiados en las cuevas y comiendo carne cruda. Para los chontales de la sierra los templos católicos fueron construidos por el Rey Monarca llamado en chontal como Calguegashans o Tlapocna Pocahuá.
El tiempo que tenía este Rey Monarca para construir cada iglesia lo determinaba el canto del gallo. Sin embargo, algunas iglesias quedaban inconclusas cuando el gallo se adelantaba al alba, como pasó en el pueblo de San Lucas Ixcotepec, cuyo templo quedó sin techo al amanecer.
En esta concepción espacial relacionada con el proceso de la evangelización y donde los templos católicos se convirtieron en los centros de las comunidades, las cuevas y las barrancas se volvieron los lugares peligrosos y paganos, en los cuales la gente puede perder el sentido a causa de los amushans (“pequeños hombres” también conocidos como “judíos”) que raptan a las personas cuando van solas por las barrancas, o la matlashiwa que seduce a los hombres internándolos en el bosque para matarlos. Para evitar el rapto de los amushans o de la matlashiwa, la gente, al verlos, escupe saliva para ahuyentarlos. Cada pueblo está rodeado por espacios que son sagrados y peligrosos a la vez. Los aguajes y las ciénegas se consideran lugares milagrosos pero también “delicados”.
Las ciénegas son consideradas “encantos” porque se dice que albergan en la profundidad naguales. Se relata que las mujeres embarazadas no pueden transitar cerca de estos encantos porque el nagual que se encuentra dentro del agua puede llamar al nagual del bebé y afectar su nacimiento.
Al mismo tiempo, se cuenta que en varios encantos han aparecido santos y vírgenes que ahora son los patronos de los pueblos chontales. En Santo Domingo Chontecomatlán, por ejemplo, en un aguaje llamado shilonadajá apareció la virgen de Juquila, que desde entonces ha recibido peregrinos cada 8 de diciembre provenientes tanto de la costa como de los distintos pueblos de la sierra. En Santiago Astata se relata que el santo de la Piedad apareció en el aguaje llamado Lantogná, donde supuestamente los huaves dejaron un nagual al que visitan cada segundo viernes de cuaresma.
La fama que tienen los huaves como “brujos” encargados de propiciar las lluvias se extiende a lo largo de todo el Istmo de Tehuantepec. Se convierten en rayos para propiciar las lluvias y son los encargados de cambiar a los naguales que se hacen viejos en los aguajes.
Entre los chontales del pueblo serrano de Santa Lucía existía un mito donde se narraba el enfrentamiento entre los naguales huaves y los naguales chontales, cuyas principales armas eran impetuosas tormentas que dejaban caer sobre sus respectivos pueblos. Este enfrentamiento, ocasionado por un malentendido en el comercio del camarón, terminó cuando una anciana que tenía por nagual al cometa formó una gran nube matando a un sapo, a una serpiente y a un lagarto que estaban en unos aguajes.
De acuerdo con la anciana, estos animales eran los naguales de los huaves. La serpiente y el lagarto son figuras míticas relacionadas con la abundancia del agua. En Huamelula, por ejemplo, se cuenta que Santiaguito, personaje que aparece en la “danza del Tyityo” realizada en el mes de diciembre, decapitó a una serpiente descomunal que impedía el curso del agua del río Grande que circunda a Huamelula.
Si bien en este mito la serpiente es la causante de las inundaciones, en otras narraciones míticas los reptiles están asociados con la presencia benefactora de las lluvias. Por ejemplo, se cree que los aguajes tienen agua por el hecho de que en su interior habita un lagarto. El agua que mana de los aguajes es utilizada para atraer la lluvia de temporal. En los primeros días del mes de mayo, varios hombres de Santiago Astata recogen el agua de varios lugares conocidos como lantoganá, palahuitiú, panaleguá, la Barra y la Laguna San Diego.
El agua dulce la llevan al santo Felipe del Agua que se encuentra en la iglesia del pueblo de Astata. El agua ofrecida se esparce alrededor de la iglesia para que empiecen a caer las primeras lluvias de temporal. Estas ceremonias de petición de lluvia también se llevan a cabo en el resto de las comunidades chontales, pero en la cumbre de los cerros, y generalmente son las autoridades las encargadas de quemar copal y sacrificar pollos o guajolotes. Hay pueblos como el de San Lucas Ixcotepec que tienen una capilla en honor a la Santa Cruz en la punta del cerro donde realizan las ceremonias.
Los templos católicos resguardan a los santos que protegen a los pobladores tanto de las peleas entre pueblos vecinos, como de los accidentes naturales. Por ejemplo, cuando la comunidad serrana de San Pablo Topiltepec tenía conflictos en las últimas décadas del siglo XX con el pueblo zapoteco de la Merced del Potrero por los límites de las tierras, las autoridades del pueblo bajaron del altar al santo patrono para evitar enfrentamientos violentos entre ambas partes. También, cuando la lluvia de temporal se retrasa, la gente de San Pablo toma a su santo patrono de su nicho para dejarle flores en el piso y rezarle en ayunas para que “baje” la lluvia.
Del mismo modo, los encargados de la iglesia de San Pedro Huamelula decidieron “pasear” alrededor del templo a su santo patrono cuando acaeció un fuerte temblor.
LA ORGANIZACIÓN CEREMONIAL DE HUAMELULA
A diferencia de otros pueblos chontales que sólo cuentan con un templo mayor, Huamelula se ha distinguido por sus dos edificaciones católicas desde el siglo XVIII, aspecto que nos habla de la importancia ceremonial que tenía el pueblo en la región. Otro pueblo chontal, Santiago Astata, a pesar de que ahora cuenta con un santuario ceremonial muy importante donde cada segundo viernes de Cuaresma se lleva a cabo una de las romerías más grandes de la región en honor al Cristo Negro de la Piedad, sólo tenía a finales del siglo XIX una pequeña palapa donde resguardaban a Santiago Apóstol.
En la actualidad, además de estos dos templos, existen cuatro capillas en San Pedro Huamelula. Dos de ellas se localizan en la parte de abajo (en el barrio de la Santa Cruz y en la entrada del pueblo que se conoce como Recibimiento), y las otras dos en la parte de arriba (en el barrio del Santo Niño de Atocha y en el de Pajaritos). El templo de San Pedro, el único que tiene un párroco establecido, es donde se llevan a cabo las misas dominicales, mientras que en el templo de San Sebastián y en las otras capillas o ermitas sólo hay agrupaciones de vecinos que se organizan para mantener en buenas condiciones los recintos y, si no hay mayordomos para la fiesta del santo, para llevar a cabo la fiesta.
Los integrantes de las agrupaciones se autodenominan “cofrados” y pertenecen al barrio donde está situada la capilla a la que sirven. Sin embargo, sólo las capillas del Santo Niño de Atocha, la de la Santa Cruz y la Cruz de los Pajaritos cuentan con una organización de cofrados. Esta organización se encarga de colectar dinero para la celebración anual de la capilla, debido a la cada vez mayor ausencia de mayordomos encargados de sufragar los gastos de las fiestas. Posiblemente, desde la construcción de estos pequeños templos ya existían estas organizaciones que inicialmente estaban conformadas por ancianos.
Hay que señalar que, a diferencia de la iglesia de San Sebastián y la de San Pedro, cuyas mayordomías están directamente relacionadas con el municipio y donde los encargados de su mantenimiento son designados por el presidente municipal, las capillas siempre han sido independientes con respecto a las autoridades municipales. En la actualidad ya no son ancianos los encargados de estos menesteres, sino varias parejas que conforman unidades domésticas. Cada año se elige a una pareja como representante de la ermita, sufragando la mayor parte de los gastos para la fiesta. Sin embargo, lo que en la actualidad son pequeñas capillas antiguamente eran simples cruces que se encontraban sobre todo en la periferia del pueblo. Es el caso, por ejemplo, de la ermita de los Pajaritos y la de la Santa Cruz.
En las afueras del pueblo existían en total cinco cruces, una al oriente en el cerro llamado Hualampuye o de la Arriera, dos en el poniente, la que está en el Cerro del Pajarito y la que estaba en el cerro del Mato, otra sería la de la Santa Cruz y la última la que se encontraba en el lugar llamado Recibimiento, lugar ubicado al sur de la población donde actualmente hay una pequeña capilla. Todas las cruces tenían un día de fiesta. Éstas iniciaban el 1 de mayo en la cruz que se encuentra en el cerro de la Arriera y en la cruz del cerro del Mato.
El 3 de mayo se realizaba la fiesta en la cruz que se encuentra en el barrio de la Santa Cruz, el 8 de mayo la fiesta era en la cruz del Recibimiento y, por último, el 20 de mayo en la cruz del cerro de los Pajaritos. Cada fiesta era organizada por la gente que vivía cercana a una de estas cruces. Las cruces constituían el centro ceremonial de lo que actualmente son los barrios y, por lo tanto, eran el punto de reunión y convergencia de la gente.
No sólo San Pedro Huamelula tiene estas cruces en los alrededores, sino que prácticamente están en las inmediaciones de todos los pueblos de la sierra. De hecho, para la celebración de la Semana Santa existen cruces alrededor de las iglesias católicas con el fin de representar el Vía Crucis con sus catorce estaciones.
Hay que aclarar que los chontales de San Pedro Huamelula no sólo pueden ser parte en una agrupación en su propio barrio, sino que tienen la posibilidad de ser miembros en agrupaciones mayores, aunque por lo general sea al interior de su mitad, como ocurre al militar en un partido político. Laura Nader llama a este principio de la estructura social “vinculación cruzada”.
Así, podemos ver que ciertas personas de un barrio de San Pedro Huamelula pueden pertenecer a la agrupación de los cofrados, pero al mismo tiempo se desvinculan al participar en otras agrupaciones mayores al barrio, como en los grupos ceremoniales de las fiestas de San Sebastián y de San Pedro Apóstol.
Esto permite crear vínculos entre personas de diferente barrio. Por ejemplo, para la fiesta de San Pedro se presenta el grupo de los negros, el de los turcos o pichilengües, el de los caballeros, el de los cristianos y el de los músicos. Para la fiesta de la Estrella, participan los integrantes de la “danza del Caballito” (Tyityo) y los músicos. Una de las ventajas de pertenecer a un grupo ceremonial es que a la hora de dar tequio, es decir, el trabajo comunitario y obligatorio que se exige a cada hombre para las mejoras del pueblo, a los integrantes de estos grupos ceremoniales se les permite dar la mitad del trabajo establecido para la mayoría de la población.
Los vínculos entre personas de diferente barrio se presentaban, hasta hace algunos años, al interior de cada mitad, es decir, no franqueaban la división de mitades. Los integrantes de un solo grupo por lo general provenían o de la parte de arriba o de la parte de abajo, pero no de las dos partes. Era el caso de los negros y los turcos donde la mayoría se identifica con la parte de abajo. Sin embargo, los caballeros (que representan a los que cuidan las labores), los cristianos y los músicos provenían de la parte de arriba. En la fiesta de San Pedro (24 de junio), donde se presentan estos grupos ceremoniales junto con los mareños y las muliatas, se entrecruzan tres temáticas que se van narrando durante los cinco días que dura la fiesta.
El primer tema significativo se refiere a la conquista de los turcos en las tierras pobladas por los negros provenientes de Jamaica, que en realidad hace alusión a la llegada de los españoles al Nuevo Mundo.
El segundo tema significativo alude a la otra conquista del Nuevo Mundo: la espiritual. En efecto, los cristianos vencen a los turcos, que al final de la representación dejan de ser los conquistadores para convertirse en los conquistados identificados con la religión musulmana.
El tercer tema significativo se refiere a la compra de unas fincas por los mareños que representan a los huaves de San Mateo del Mar. Los que cuidaban dichas fincas o labores eran los caballeros y las daban a trabajar a los negros. A cambio, además de dinero los mareños dan en matrimonio a una princesa huave, representada por una lagarta, al presidente municipal. Estos tres temas significativos no están desligados, sin embargo, de la división territorial e ideológica que presentaba el pueblo. Siendo la población de abajo, según los de arriba, los atrasados, los cerrados al progreso e incluso los más indígenas de todo Huamelula, los grupos ceremoniales conquistados espiritual y territorialmente son los turcos y los negros, que, como mencionábamos, sus integrantes provienen de la parte de abajo.
En el caso de los mareños es similar, siendo que sus integrantes también provienen de esta última mitad. La lagarta, antes de casarse, es bautizada, es decir, no obstante que representa a una princesa huave, tiene que pasar por las aguas benditas del cristianismo. En otras palabras, toda la historia de la conquista está representada por los bandos de los de abajo, que históricamente son los conquistados, los supuestamente atrasados, y los que provienen del exterior (mareños), y por los bandos de la mitad de arriba que representan históricamente a los conquistadores, los representantes de la religión católica y la parte progresista del pueblo.
LOS CÓDIGOS DE LA VIDA SOCIAL LA HERENCIA FAMILIAR
Entre los chontales de la Costa se le dice pecué al esposo y pianó a la esposa. El sistema de afinidad está estructurado de acuerdo con la familia extensa. A pesar de que en el pueblo de Huamelula existe una gran cantidad de familias nucleares, los solares están constituidos, generalmente, por varias casas donde suelen vivir familias enteras totalmente emparentadas. La cercanía de estas viviendas en un solo solar y el predominio de apellidos circunscritos a determinados barrios nos habla de un sistema virilocal y de una escasa movilidad de los matrimonios.
Los hogares de Astata y de Huamelula están construidos de forma rectangular y con techos de dos aguas cubiertos con tejas. Antiguamente se utilizaba el adobe; ahora se prefiere el tabique y el bloque. Las casas de la sierra también son rectangulares, pero antiguamente eran circulares con los techos en cono cubiertos con las hojas del ocote.
Las familias pasan generalmente por dos residencias. Al casarse, la nueva pareja vive un tiempo en casa de los padres del novio, pero a menos que éste sea el menor o chunco (lo cual implicaría quedarse hasta la muerte de los padres), la tendencia es vivir unos años en esta casa y después comprar material para construir una nueva residencia.
Los mismos padres del novio son los que le heredan o le venden un pedazo de tierra para construir. Por otro lado, la tendencia a construir una casa en el solar del padre del novio facilita mucho la solidaridad y la cooperación familiar en el trabajo. De esta forma, los hijos llegan a mantener a sus propios padres cuando son ancianos. En el palacio municipal de San Pedro Huamelula existe una gran cantidad de documentos que hablan sobre las disputas entre hermanos a causa de la herencia a la que nunca tuvieron acceso, porque sus padres olvidaron o se negaron a heredar sus bienes.
En efecto, muchas veces para evitar este tipo de malentendido los padres venden sus posesiones antes de morir y dejan sin nada a sus propios hijos. Esto en parte es una forma de obtener en vida el suficiente dinero para sufragar los gastos de sus respectivos velorios, ya que temen que sus hijos no se comprometan a gastar lo necesario. Existen sin embargo dos maneras de heredar entre los pueblos chontales tanto de la costa como de la sierra.
El primogénito, cuando se casa, puede recibir de su padre un terreno fincado o un solar para que construya su casa. Sin embargo, como sucede en el “sistema familiar mesoamericano” también existe una herencia al hijo que se ocupa del cuidado de los padres y de los abuelos. Cuando éstos mueren, el hijo solventa los gastos del entierro.
La herencia que le corresponde es la casa paterna. Por lo general esta herencia le toca al hijo más pequeño, pues es el último en formar un nuevo hogar y por lo tanto el más cercano a la hora de la muerte de sus padres. Sin embargo, es muy frecuente que los padres antes de morir vendan su casa para asegurarse un funeral digno, dejando al benjamín sin herencia.
SOLTERÍA, MATRIMONIO Y ADULTERIO
Entre los chontales de la sierra y de la costa la soltería de los hombres está considerada una anormalidad, de ahí que la mayoría de la gente inicie su vida adulta en pareja. La cooperación y participación entre parientes y vecinos, tanto en rituales como en asuntos cívicos, se hace considerando a la pareja y no sólo al individuo. Es el caso, por ejemplo, de los diferentes sacramentos católicos, como el bautismo, la confirmación y el matrimonio, donde los contrayentes necesitan una pareja como padrinos y no una persona soltera. O en las organizaciones de cofrados encargados de ver por la ermita correspondiente a su barrio, en donde la mujer y el hombre tienen obligaciones diferentes. Asimismo, existen una serie de actividades cotidianas donde la división sexual del trabajo es tan rígida que no permite que hombres realicen labores femeninas y viceversa, de tal forma que la sobrevivencia resulta más difícil cuando no se encuentra a la pareja de sexo opuesto. La cacería y la siembra son actividades hasta cierto punto exclusivas de los hombres.
A pesar de que las mujeres también tienen actividades relacionadas con el campo, como la recolección de ciertas plantas comestibles y de leña, su principal ocupación está circunscrita al hogar, sobre todo haciendo las toritillas y la comida. Muchas mujeres de la sierra acompañan a los hombres a sus respectivos ranchos debido a los periodos tan prolongados (una semana por lo regular) que suelen permanecen en ellos. Ahí siguen ocupándose de las cuestiones relacionadas con el hogar.
La soltería resulta tan “sospechosa” que incluso existen mitos donde se pone en duda la supuesta castidad de los curas. En uno de estos mitos, tres curas son engañados e incinerados por una pareja, en donde la mujer despertó su deseo de tener relaciones sexuales.
La importancia de la vida en pareja es tan crucial entre los chontales, que es a partir de la misma que los individuos son considerados aptos para desempeñar trabajos en beneficio de su comunidad, ya sea en el sistema de cargos civil y religioso o en las mayordomías; un soltero, por ejemplo, puede participar en la actualidad como policía, pero no puede ascender a los diferentes cargos que componen el cabildo: regidor, alcalde y presidente.
Entre los pueblos chontales sólo existen dos formas de conseguir una pareja. Las dos pueden llegar a concretarse en el matrimonio, sólo difieren en la forma de “acercarse” a la futura esposa. La primera consiste en el robo de la novia con su previo consentimiento. Esta forma es en la actualidad la más recurrida por los jóvenes, pero al mismo tiempo es la más polémica; los padres de la chica consideran esta práctica una afrenta pública y puede llegar al juzgado interno de los pueblos. Si el novio no decide fijar la fecha de la boda en el tiempo aproximado de tres o cuatro meses del día en que se efectuó el robo, los padres de la novia tienen el derecho de levantar una denuncia ante el juzgado del pueblo y cobrar por la virginidad de su hija.
Para una mujer es una verdadera afrenta que se reconozca públicamente que ya no es virgen sin ser casada, puesto que los jóvenes prefieren aquellas mujeres que no han sido “manchadas”.
Así, vemos que en las diversas denuncias de la primera mitad del siglo XX, levantadas por los padres de la novia ante las autoridades de los pueblos, se reclama a los padres del novio la dote correspondiente a la virginidad de su hija; exigían, además, que no se comentara en público (ya sea en estado de ebriedad o en juicio) lo sucedido a la mujer. En Huamelula estos tipos de altercados, tan frecuentes entre los parientes de la novia y los parientes del novio, son representados en un ritual dentro de la fiesta de San Pedro.
Efectivamente, en el último día de esta fiesta los mareños (como se dijo, grupo de danzantes que representan a los huaves de San Mateo del Mar) realizan actividades enfocadas a “presentar” a la lagarta (animal que se encuentra vivo), ante la sociedad, pero sobre todo ante las autoridades eclesiásticas y civiles. El objetivo es lograr la plena integración del animal al universo social y legal que conforma a cada chontal de Huamelula. Sus padres y sus padrinos son los encargados de tal efecto, y, como si se tratara de un recién nacido, se lleva a cabo un bautizo (por las autoridades eclesiásticas), poniéndole por nombre el que lleva la supuesta amante del presidente municipal. Para la ceremonia, el capitán de los mareños, es decir, el padre de la lagarta, es el encargado de conseguir a los padrinos de la misma, los cuales tienen la obligación de proporcionar la vestimenta que llevará en su día solemne.
Después de esta celebración religiosa, el conjunto de mareños, acompañados por música de banda, lleva el reptil a las casas del pueblo para obtener dinero. A la hora de la comida, realizada en la casa del padre de la lagarta, los mareños deciden que la “señorita” tiene edad para casarse.
No es difícil pensar quién será su futuro marido: el presidente municipal, el cual espera en su palacio la llegada de la comitiva que viene a “exigir” que se lleve a cabo la boda.
Esta comitiva se encarga, además de otorgar comida a todo el cabildo del municipio (los roles se invierten, pues en la entrega de la novia comúnmente son los parientes del novio los que llevan los alimentos y no a la inversa), de convencer al presidente de aceptar unirse con el reptil que lleva el nombre de su amante. Ante la negativa del primero, los padres y los padrinos presentan un argumento irrecusable: la pérdida de virginidad, por un supuesto contacto que el presidente tuvo “no hace mucho” con el animal.
De esta forma se realiza el matrimonio, que tiene como evidencia el “baile del wachi” (wa, “hijo”, y chi, prefijo de chicante, “tambor”), que se caracteriza por realizarse exclusivamente en las bodas y en donde los parientes de la muchacha bailan con los del muchacho portando una corona de flores que previamente es entregada por los novios. En el momento del baile, los mareños lanzan sus atarrayas a las parejas que bailan, simbolizando con ello la unión de los parientes afines. Posteriormente, el presidente se ve obligado a pagar la dote por la pérdida de virginidad del reptil. Acto contradictorio, pues en Huamelula se exige la dote sólo en el caso de incumplimiento por parte del novio de llevar a cabo la promesa de matrimonio.
Pero la lógica del ritual tiene sentido, ya que en realidad los padres de la lagarta no sólo tienen la intención de casar a su hija con el presidente, sino con todos lo integrantes que conforman el cabildo (el juez, el síndico y los cinco regidores), y la novia sólo puede estar “disponible” cuando no está casada. Así, a cada autoridad se le cobra por la virginidad del animal. Y en el caso de que alguno de ellos se rehusara a pagar la cantidad estipulada, los mareños tienen la facultad de meterlo a la cárcel.
El grupo ceremonial de los mareños no es el único que aprovecha la pérdida de la virginidad para conseguir dinero. Los negros, otro grupo que se presenta en esta fiesta, cargan a una muñeca de madera llamada Bonifacia para exigir, una vez que se obliga al cabildo a bailar con ella, el pago de la “manoseada”. A principios del siglo XX, el robo no sólo era una forma metafórica de denominar el arreglo entre la pareja sin la intervención de los parientes de las dos partes, sino que era una práctica donde el robo se llevaba a cabo literalmente, es decir, el hombre raptaba a la mujer sin su consentimiento. Tal vez esto explique por qué existe una mayor cantidad de denuncias a principios de ese siglo exigiendo el dote por la virginidad, dado el incumplimiento del hombre para el matrimonio, por la sencilla razón de que fue imposible congeniar con ella. La segunda forma de iniciar el compromiso del matrimonio difiere de la anterior en la manera en que el novio encara a los parientes de la novia.
Éste, antes de vivir en amasiato pide la mano a los padres de su prometida. Pero, en realidad, el novio no es el que realiza tal proeza, sino que su padre se convierte en el mensajero de sus amoríos. Entre los chontales de la sierra suelen ir los padres del novio, pero entre los chontales de la costa va un “embajador” con los parientes del novio, que es prácticamente el que toma la palabra y expresa la voluntad del joven ante sus futuros suegros. Hay que añadir que, anteriormente, los padres de los jóvenes eran los que arreglaban el matrimonio de sus hijos aun prescindiendo de la voluntad de los mismos.
Se han encontrados relatos en los que se narra la forma en que dos familias formaban una alianza con el arreglo matrimonial de sus hijos recién nacidos. Tanto si la novia fue robada como si fue debidamente pedida a sus padres, los familiares del novio llevan a cabo una visita que se conoce con el nombre de “conformidad”. La conformidad consiste en una reunión en casa de la novia con los parientes del novio (se reúnen los padrinos, los padres, los hermanos y hasta los vecinos de las dos partes). Del mismo modo que se necesita, en la petición de la novia, de los servicios del embajador, los parientes del novio y los parientes de la novia son representados por dos embajadores. Su compromiso es hablar por los novios, los padres y los padrinos, que se reúnen para arreglar los pormenores del matrimonio.
Estas personas realizan las dos visitas a la casa del padre de la novia, y los acompañan testigos: uno de parte del novio y otro de parte de la novia. Todos estos intermediarios no tienen parentesco con los interesados y no cobran un salario establecido, sino que se les gratifica con la “voluntad” de la persona que requiere de sus servicios. Antes de que se lleve a cabo la visita de la conformidad, los parientes del novio, incluyendo al embajador, hacen una reunión para acordar cuál va a ser “el plan” o ver las propuestas para realizar la boda. Entre los tamales y el café, el embajador hace gala de su experiencia, aconsejando a los padrinos y a los padres del joven sobre cómo debe llevarse el arreglo.
Si se cuenta con el suficiente dinero, no hay vuelta de hoja, la “costumbre” marca lo que se debe de hacer, es decir, se acepta la fecha propuesta por los padres de la novia, y el novio hace un gasto fuerte para el día de la entrega de la misma, día que precede, como se verá más adelante, al día donde se lleva a cabo la ceremonia civil y religiosa y una fiesta realizada en casa de los parientes de la contrayente. Pero en caso de que el varón no cuente con los recursos suficientes, los términos con los que el embajador arreglara la conformidad serán diferentes. Una vez que se llega a un acuerdo, se quema el primer “tiempo” o cuete, que señala la salida de la comitiva que encabeza el embajador. Este cohete es un mensaje para los parientes de la novia, los cuales corresponden quemando otro con el objeto de dar a conocer su disposición para recibir a la comitiva que viene en camino.
Los familiares de la novia son previamente avisados de la reunión que se efectuará en su casa. Los encargados de llevar el aviso (dos jóvenes que mantienen parentesco con el novio), se encargan además de decorar el altar donde se llevará a cabo la conformidad. Los familiares del novio deben de esperar el regreso de los contrayentes para partir en procesión a la casa de ella. Cuando la novia es robada, las mujeres, parientes del novio, se colocan en sus tocados flores rojas (buganvilias y tulipanes; este acto es llamado también “recibimiento de señorita”), señalando con ello la virginidad con la que la muchacha llegó a su nuevo hogar. Asimismo, la abuela del novio carga un peltre decorado con las mismas flores y en su interior deposita dos velas pequeñas para colocarlas en el altar donde se llevará a cabo la conformidad.
Conforme avanza la procesión por las calles del pueblo, se van “quemando tiempos”. Y cuando se está cerca de la casa de la novia, se quema el último. A partir de ese momento el embajador del novio y el embajador de la novia se hacen cargo del arreglo. Hay que aclarar que su papel no sólo se circunscribe a exponer los intereses de cada familia, sino que son los que indican cómo se debe llevar el ritual. Por lo tanto su papel es similar, sino es que igual, al que desempeñan los miteat poch (“padres de la palabra”) entre los huaves de San Mateo del Mar.
Una vez que las dos familias están reunidas dentro de la habitación dispuesta para esta visita, el embajador y la abuela del novio se persignan frente al altar, adornado con dos milpas colocadas en cada lado de la mesa donde se encuentra el santo. La abuela deja las flores al centro de la mesa del santo y, en los dos floreros que ahí se encuentran esquinados, prende dos velas que llevaba en el peltre con la veladora que yacía prendida en el altar. Posteriormente el embajador toma el mezcal y los cigarros que el novio llevaba y los reparte a todos los concurrentes, iniciando por los padres y padrinos de la novia que se encuentran sentados en dos bancas perpendiculares al altar; después los reparte a los padres y padrinos del novio que se encuentran parados frente a éste. Acto seguido el embajador solicita que se presenten los novios frente a él, y en voz alta les pregunta si en verdad desean realizar el matrimonio y les advierte que no se trata de ningún juego. A partir de este momento los embajadores toman la palabra en nombre de los familiares y exponen sus deseos sobre el matrimonio.
En general se abordan tres puntos diferentes: 1) si la ceremonia será civil y/o religiosa, 2) si la participación del novio en la fiesta será como marcan las costumbres o se hará de otra manera y 3) sobre la fecha de la boda. Si los embajadores llegan a un acuerdo, se vuelve a repartir mezcal y el novio obsequia a sus suegros cerveza o chocolate. La conformidad es la manera de legalizar la unión no sólo de dos individuos sino de dos familias, puesto que se trata de una alianza que se genera por la bilateralidad.
Además funciona como un juzgado, puesto que se instruye sobre sus deberes y obligaciones a los individuos que no tienen una posición definida en la sociedad en la que viven. Como señala Laura Nader para el caso de Talea, el juzgado es el lugar “donde se reúnen recursos y se compite por ellos” . Hay que recordar que en los pueblos chontales de los Altos y de la Costa la residencia es virilocal, es decir, que la novia después de casada se va a vivir con su esposo a la casa de los suegros.
Por tal motivo, muchas veces los familiares de la muchacha ponen trabas en los arreglos porque consideran que pierden una hija; los padres exigen condiciones que son inalcanzables para los familiares del muchacho, como por ejemplo, proponer una fecha muy próxima a la conformidad (antiguamente las bodas se hacían a los ocho días de la conformidad) o cubrir todos los gastos de la boda. En este tipo de litigio los embajadores dejan que los parientes intercambien impresiones, y si no llegan a ningún acuerdo intervienen para lograr un acuerdo entre las partes.
En general, la conformidad es más problemática cuando la novia es robada, ya que se considera un “abuso sexual” por parte del novio y un “salto” a las decisiones que los padres de la novia pudieran dar sobre la unión. Por otra parte, se corren más riesgos de manchar la reputación de la hija, dado el caso de que no se realice el matrimonio. Cuando la novia es robada y el novio no cuenta con los recursos suficientes, se propone una fecha de matrimonio relativamente espaciada del día en que se realiza el de acuerdo, tomando en cuenta que lo más probable es que sea rechazada por parte de los padres de la novia; se teme que en un lapso tan largo, porque no existe ninguna formalidad debidamente aprobada por la sociedad, sea devuelta la hija al hogar paterno con la deshonra de ya no ser virgen.
Esta petición por parte de los parientes del novio resulta ser, a final de cuentas, una estrategia. Sabiendo ya de antemano que será rechazada su propuesta, pueden mostrarse inflexibles en otros puntos; a cada condición negada se debe conceder otra. Así, aceptando una fecha más cercana para realizar la boda, el embajador puede argumentar que no se lleve a cabo la entrega de la novia, día en el cual el novio tiene que realizar una fiesta, sino que simplemente se haga una fiesta el día de la ceremonia religiosa y civil, en donde las dos familias compartan el gasto.
La costumbre marca que el día de la ceremonia religiosa y civil, tanto en la casa de los padrinos del novio como en la de la novia, se lleva a cabo una fiesta. Los parientes del muchacho tienen la obligación de dejar comida en la casa de sus suegros para el almuerzo y la comida. Al día siguiente se lleva a cabo la ceremonia de la entrega de la novia y entonces el novio realiza una fiesta en su casa.15 Un día antes de la boda, un grupo de mujeres parientes del novio lleva el vestido que el padrino de bodas compró.
En la canasta donde se lleva el vestido se pone además pan, fruta y chocolate. Las señoras son recibidas por otras señoras parientes de la novia. Todas pasan y se sientan en la habitación donde se encuentra el altar de la casa. Ahí se lleva a cabo una amena reunión y todas las mujeres empiezan a tomar cerveza, mezcal o vino; licor que iba incluido en el vestido de la novia. Al siguiente día, el novio lleva el almuerzo y la comida tanto a la casa de la novia como a la casa del padrino. Es interesante resaltar el parentesco que mantienen las ceremonias matrimoniales con las mortuorias, tan complejas como las primeras. Sin entrar en mayores detalles, los velorios son también grandes festines, donde el gasto mayor lo hace un pariente próximo al difunto, que a final de cuentas heredará sus bienes y posesiones.
Como en las bodas, se consigue a un embajador encargado de agradecer a los invitados su asistencia y su cooperación monetaria, así como de despedir al difunto después de los nueve días de haber fallecido, cuando se “levanta la cruz” para llevarla al panteón y colocarla en la tumba. Para levantar la cruz y llevar a cabo el rosario durante los nueve días, en donde el muerto se queda en “prisión” sin subir al cielo, se consigue a una madrina y al rezandero. Si el difunto es un niño, sus padrinos de pila se encargan de vestirlo y le colocan una corona de flores. Recordemos al respecto que en el matrimonio son los novios los que dan una corona a los padrinos para que se dispongan a bailar el wachi.
En los sepelios, a cambio de los servicios rituales de las rezanderas que se encargan de responder al rezandero, se les regala pan. Además, a todas aquellas mujeres que ayudaron a hacer las comidas durante los nueve días se les retribuye de la misma forma que a las mujeres que cooperan en los preparativos de los matrimonios. La vida ceremonial en los pueblos chontales está conformada por una serie de contratos diádicos. Estos hacen posible la interacción entre familiares y vecinos, creando al mismo tiempo una red de préstamos y devoluciones.
Entre los chontales de la costa, faltando escasos tres días para que la boda se lleve a cabo, llegan, tanto en la casa del novio como de la novia, cerca de 50 o más señoras para ayudar a hacer el pan que se entregará al siguiente día para invitar al festín a los vecinos, parientes y amigos. Las señoras no sólo trabajan amasando y horneando, también hacen aportaciones tanto en dinero como en especie. A cambio de ello, a las señoras se les invita tamales y café. Además, un pariente de los desposados hace una lista de las personas que asistieron con la esperanza de devolver el favor en la ocasión que se presente. Para el pan se piden prestadas varias “artesas” o recipientes para amasarlo. Al devolverlas a sus dueños una vez que fueron utilizadas, se retribuye el favor con varias piezas de pan.
Otro ejemplo. Un día antes de la boda, dos mujeres se encargan de invitar a varias señoras para que lleven, al día siguiente por la mañana, el nixtamal para molerlo en el molino. A cambio, las mujeres reciben tortillas y atole. Hay que señalar que todas las mujeres que ayudan a hacer el pan y moler el nixtamal son casadas.
Los hombres no participan en estas labores, pero se les invita a la boda (se escogen dos muchachos para ello) y se les regala un cigarro. Es el día de la fiesta cuando los hombres, sobre todo, aportan dinero para solventar los gastos de la banda musical y del sonido para el baile. Las personas que recolectan (por lo general un pariente de la novia y, para el siguiente día, un pariente del novio), elaboran una lista de las personas que aportan y se les retribuye con un presente que va de una cubeta hasta una jícara. A los hombres se les da una flor roja para señalar ante todos los invitados que ya realizaron su aportación monetaria. Sucede lo mismo en el caso de los sepelios y en las mayordomías.
En éstas, por ejemplo, la ayuda de mujeres para los quehaceres gastronómicos se va incrementando conforme se acerca la víspera y el onomástico del santo; se crean grupos de mujeres cada vez mayores para tareas también cada vez más grandes. Así, el primer grupo se encarga, además de organizar los preparativos, de hacer comida a las mujeres que ayudarán a hacer el pan de invitación y a la vez la comida de otro grupo femenino más numeroso que se encargará de preparar la comida para los días en que participará la mayoría de la población.
En resumidas cuentas, se trata de una organización en cadena donde los eslabones son cada vez más grandes.
RÉQUIEM POR UNA IDENTIDAD
Las fiestas patronales representan uno de los mecanismos que han permitido mantener las relaciones y los intercambios comerciales entre los chontales de la sierra y los chontales de la costa. De esta forma, es significativo que el ciclo de las celebraciones de la Cuaresma esté distribuido entre las dos regiones, logrando que se organicen peregrinaciones desde los pueblos de la costa hasta las lejanas cumbres de la sierra y viceversa.
Muchos serranos que viven actualmente en San Pedro Huamelula (generalmente en las afueras del pueblo), fueron llegando a raíz de las visitas que hacían a las fiestas patronales. Intercambiaban sus productos por algún animal doméstico (los burros eran sumamente solicitados) y, si podían, se quedaban a trabajar en Huamelula. Haciendo alusión a este intercambio, en la fiesta patronal de San Pedro había un grupo ceremonial conocido como los serranitos, en franca alusión a la presencia de los chontales serranos que bajaban a vender sus productos.
En realidad, Huamelula no ofrece muchas oportunidades de trabajo a los chontales de la sierra, pero representa un lugar estratégico al ubicarse entre las grandes ciudades istmeñas (Salina Cruz, Tehuantepec y Juchitán) y el centro turístico de Huatulco. La cercanía de estos centros de atracción ha generado un proceso de despoblamiento, cada vez más perceptible, en varios municipios chontales de la sierra. Santa María Ecatepec, por ejemplo, se ha mantenido desde hace varias décadas en un mismo rango demográfico que oscila entre los 3 mil y los 4 mil habitantes. Incluso en el 2000 es posible apreciar una sustancial disminución poblacional con respecto a 1980 y 1990.
A la inversa, el municipio de San Pedro Huamelula ha tenido un crecimiento demográfico sostenido durante el siglo XX. Sin embargo, la población se ha ido dispersando al interior del territorio municipal.
Las diversas rancherías que están mucho más cerca de las ciudades zapotecas y de la bahía de Huatulco, han presentado un crecimiento mucho mayor que la misma cabecera municipal. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, para 1950 la cabecera contaba con 1,505 personas, para 1960 esta población se había reducido a 1,307, y para la siguiente década a 1,132 personas.
Así como el pueblo de San Pedro Huamelula se ha ido despoblando, las rancherías aledañas han incrementado su población poco a poco. Santa María Huamelula, que se encuentra a un costado de la carretera costera, tenía en 1950 una población que no rebasaba las 220 personas. Sin embargo, para la siguiente década se duplica y llega a 450.
En los Cocos ha sucedido lo mismo: de 43 personas, ascendió a 126 en 1960, es decir, durante estas décadas hay un crecimiento demográfico en la mayoría de estas rancherías de más del 50 por ciento. El puerto de Salina Cruz ha sido el punto de llegada principal de los chontales en busca de trabajo. La refinería petrolera en este puerto ha representado la principal causa del desplazamiento permanente de los chontales tanto de la sierra como de la costa.
Actualmente, en San Carlos Yautepec se encuentra concentrada la mayor cantidad de chontales. Sin embargo, casi existe la misma población en Salina Cruz que en San Pedro Huamelula, sobrepasando a Santa María Ecatepec y a Santiago Astata. Esta migración, como advierten Miguel Bartolomé y Alicia Barabas, ha tenido una fuerte repercusión en la vida cultural de los chontales; cada vez es más evidente el proceso de “zapotequización” de las celebraciones religiosas, de la forma de vestir (antiguamente las mujeres utilizaban un enredo morado con ceñidor teñido con el caracol marino) y del volumen corporal (las mujeres corpulentas con los trajes de tehuana tomando cerveza no sólo se encuentran ahora en Tehuantepec o Juchitán, sino en varios municipios chontales).
Pocas son las comunidades que todavía mantienen viva la ritualidad que expresa la cosmovisión chontal. Por otro lado, la refinería petrolera ha representado la principal causa del desplazamiento permanente de los chontales tanto de la sierra como de la costa. no existe una cohesión u organización de los migrantes chontales fuera de sus pueblos, en espacios o centros de atracción. La pérdida de la lengua ha dificultado concretar los movimientos de reivindicación étnica impulsados, desde la década de los setenta, por organizaciones gubernamentales.
Si bien es evidente que el futuro de los chontales no es muy alentador como grupo indígena cobijado por una misma identidad, esto no significa que los aspectos culturales y políticos provenientes del exterior no estén en constante resignificación de acuerdo con la propia lógica de este pueblo milenario que, hasta ahora, ha resistido los avatares y los cambios de la historia moderna.