Paso a Desnivel
David Cárdenas
José Clemente Orozco
La mutilación de su mano izquierda despertó su genialidad, desmesura, excentricidad y anarquía de José Clemente Orozco.
Un centenar de adjetivos describen al artista jalisciense que traspasó fronteras, y que es y será, un referente artístico de México y América Latina.
Mucho se ha escrito sobre el tradicionalista José Clemente Orozco Flores.
Muchos mitos lo persiguen, como aquél corrillo popular, que decía que perdió la extremidad en la guerra revolucionaria, rumor que el mismo desmitificó en vida.
La de Orozco, es una historia de supervivencia, adaptación y una voracidad de trascendencia.
El oriundo de lo que hoy es Ciudad Guzmán, Jalisco, llenó con su un girón delámbito cultural del México rural, inestable y desigual que antecedió y precedió a la Revolución Mexicana. Le dio nacionalidad al arte pictorico.
Con su coloreado desertificó y abrevó una de las siete bellas artes en la nación convulsa: la pintura.
Dos dramas moldearon el carácter y el expresionismo del pintor del bajío: la muerte de su padre Ireneo Orozco cuando José Clemente tenía 20 años, y un año después, la amputación de su flanco izquierdo –el más agudizado para el arte-, producto de su inquietud adolescente de experimentar, manipular y dominar la pólvora y el fuego.
El segundo hecho lo llevó del infierno a la gloria en el trazo, ya que de acuerdo, a algunas de sus memorias, el fatídico accidente fue uno de los momentos más dolorosos de su vida.
Orozco compartió bonanza y éxitos con los muralistas más notables que hemos tenido, y eso que sólo poseía su costado derecho. Pese a esto, desarrolló su don con el pincel, pero también su fijación y obsesión por delinear y retratar manos, causada por su desdicha juvenil, y por su anhelo de mantener en sueños e imágenes, o también en el inconsciente, esa parte del cuerpo cercenada por su novatez. Prueba de ello, el mural El hombre en llamas, uno de sus más conocidos y que más lo representa entre sus contemporáneos.
Su mano tenía memoria… dicen
Lo que comenzó como un pasatiempo en su inmadurez, casi necrófila –Orozco inició pintando rostros de personas fallecidas en la “Casa Amplificadora de Retratos de Gerardo Vizcaíno-, se convirtió en su pictórica maestra, que podemos seguir admirando en edificios públicos como el Hospicio Cabañas, el Antiguo Colegio de San Idelfonso –en el que está el mural La Trinchera-, el Palacio de Bellas Artes, La Casa de los Azulejos y la Suprema Corte de Justicia, entre otros.
La mano siniestra de Clemente Orozco llena el otro vacío. La mano libre.. la mano que nunca se ató.